Una deshumanización globalizada

İHH-İnsani-Yardım

Si la animalidad prevalece sobre la racionalidad, empieza el proceso de degradación del ser humano

Hace unos meses escribí en Vida Nueva una columna con el título Una humanidad sin humanos. Por lo que está sucediendo en un mundo sin Dios, como un deber de conciencia, vuelvo sobre el tema.

Los humanos nos hemos convertido en autores de la más vergonzosa crisis de humanidad. Y no en un solo país, ni en una región, sino en todos los rincones de nuestra casa, la Tierra, en los cinco continentes, incluyendo el aire, los mares y los ríos, las carreteras y los puentes.

Que estamos destruyendo los ecosistemas, matando la vida vegetal y la animal, eso ya viene sucediendo desde hace varios siglos. Pero que los humanos ya no tenemos conciencia de humanidad, que ignoramos nuestra condición de seres humanos, que renunciamos a nuestra dignidad de personas, eso es lo que se está haciendo mucho más patente, con mayor crueldad y de manera globalizada, en nuestros días.

Injusticia, guerras, hambre, pobreza extrema, corrupción y violencia, aborto y tráfico de órganos de niños abortados, abuso de niños, desplazamiento de poblaciones enteras, oleadas de migrantes de África y Medio Oriente, el monstruo del Estado Islámico, guerra en Siria, 43 estudiantes desaparecidos en Ayotzinapa, narcotráfico, secuestro, trata de personas, conductas criminales sin castigo, un sistema financiero inmoral, un país en manos del hampa organizada, hipocresía y falsedad en las relaciones humanas, dueños del poder económico y/o político y gobernantes prepotentes, ineptos, negociantes, indolentes, Socialismo del siglo XXI, ébola, VIH, armas nucleares, odio étnico, racial, religioso, económico y político, pueblos humillados, mares como el Mediterráneo convertidos en cementerios de miles de seres humanos, todo eso tiene un nombre: deshumanización globalizada.

Nos decimos humanos que luchamos por los derechos humanos, pero la verdad es que no nos sabemos ni nos sentimos sujetos de los mismos, desconocemos nuestra dignidad de seres humanos, hijos de Dios en Jesucristo. Así nace una humanidad sin Dios y, sin él, una humanidad sin humanos.

Si la animalidad prevalece sobre la racionalidad, si la fuerza bruta reemplaza la razón, empieza el proceso de degradación del ser humano, la deshumanización globalizada.

Como humanos hemos sido capaces de cumplir grandes hazañas en favor de nosotros mismos, pero ahora parece que preferimos construir una historia ininterrumpidamente tejida de auténticas monstruosidades y crímenes de lesa humanidad, como si nuestra decisión final fuera destruirnos unos a otros.

Nos hemos deshumanizado todos, los jóvenes y los mayores, los pobres y los ricos, los conductores de vehículos y también los peatones. Hay ausencia de humanidad en los hogares, en las clínicas y los hospitales, en el sistema financiero, en los negocios, en las oficinas públicas, en las cárceles, en las calles de nuestras ciudades.

Un desafío pastoral

Esta deshumanización encarna para el cristianismo, para la Iglesia de Jesucristo, un desafío de carácter pastoral, de cuyas implicaciones en términos de presencia y acción no tenemos plena conciencia: construir humanidad.

Pero, ¿cómo llevar la Buena Nueva, el Evangelio de Jesucristo a humanos que no tienen conciencia de humanidad, que sienten, piensan y  obran en contra de su condición de seres humanos?

¿Qué tan receptiva al mensaje de salvación puede ser una sociedad que se muestra cerrada a la acción de Dios y en cuyo seno hay personas e instituciones empeñadas en sodomizarla?

¿Cómo lograr que los diez primeros versículos de la Carta de Pablo a los cristianos de Éfeso iluminen las mentes y toquen los corazones de los hombres y mujeres de hoy?

¿Cómo llevarlos a que sientan y vivan la misa como la celebración de la Cena del Señor, y que ella sea una auténtica experiencia de fraternidad y no cumplimiento de un precepto?

¿Cómo ayudarles a cumplir los Mandamientos de la Ley de Dios, expresión y síntesis del amor de Dios Padre por nosotros?

Diez años después del bombardeo atómico a las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, el filósofo Bertrand Russel y el físico Albert Einstein dirigieron a la humanidad un manifiesto de paz con este pensamiento y argumento central: “Apelamos, como seres humanos, a seres humanos: recordad vuestra humanidad y olvidad el resto”.

Es el gran desafío para los cristianos, para la Iglesia, para los buenos pastores, para todos los evangelizadores: construir humanidad.

P. Carlos MarÍn G. Presbítero

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