Anunciando el Evangelio en zona de conflicto

vaupes

El testimonio de un sacerdote católico en Vaupés

Con un pantalón de trabajo desgastado y zapatillas deportivas, el padre Jaime Camacho Suárez parece presto para una de sus correrías. Oriundo del Valle del Cauca, llegó en el 94 al Vaupés buscando trabajo como profesor de religión. Ahora es uno de los cinco sacerdotes diocesanos del vicariato apostólico de Mitú. “Yo estoy en la zona del (río) Querarí, que tiene en el centro una comunidad que se llama Tapurucuara”, explica.

Fue en dicha población donde el 13 de septiembre de 2012 la policía incautó 17 toneladas de coltán, valoradas entonces en un millón 360 mil dólares. El mineral se conoce a nivel internacional como “el oro azul” y es clave en la fabricación de equipos tecnológicos de última generación. En aquella oportunidad se descubrió que mientras muchos campesinos trabajaban prácticamente como esclavos a cambio de 10 dólares por cada kilo de coltán, la misma cantidad podría ser vendida más adelante por cifras superiores a 80 dólares (El Tiempo 13-09-2012).

Jaime-Camacho-Suárez

Padre Jaime Camacho Suárez

El trabajo del padre Jaime consiste en acompañar 17 comunidades indígenas que geográficamente están asociadas a la jurisdicción de su zona pastoral. Como sacerdote católico, una de sus principales responsabilidades tiene que ver con la formación en los sacramentos. Según explica, en la región hay católicos y evangélicos; sin embargo, los pobladores no hacen distinción de credo en labores cotidianas como el trabajo comunitario o el deporte. Ni siquiera en el culto se producen choques por cuestiones de diversidad religiosa. En medio de sus correrías, llegó el padre alguna vez a una comunidad donde el mismo capitán -o cacique- lo invitó a que hicieran una celebración para la totalidad de la gente. “Cuando fuimos estaban todos: evangélicos y católicos; todos ahí, y el capitán, que es el pastor (…). Entonces, la predicación, las bendiciones, todo lo hicimos entre los dos, sin problema”. “Y así es casi todo con ellos: para ellos no hay divisiones”, afirma.

La mayoría de la gente forma parte del pueblo Cubeo y vive del pancoger, es decir, de lo necesario para el sustento diario a partir de la agricultura, la pesca y la cacería. El principal alimento es la yuca brava, una planta con la cual los indígenas hacen productos autóctonos como el casabe, la fariña y la chicha. “El plátano lo cultivan muy poco”, añade, “pero los que lo cultivan lo utilizan para el trueque”. ¿Qué comen los integrantes del equipo misionero? “Cuando estoy en Tapurucuara, que es el centro, desde Mitú llevamos comida: arroz, fríjoles, enlatados, y eso lo intercambiamos con ellos, por plátano, pescado, piña. Y cuando estamos en las comunidades, en correría, haciendo la visita, lo que la gente nos brinde; también para integrarnos con ellos: pescado, carne de monte… uno está acostumbrado”.

Guerrilleros en misa

Los choques en la región se producen por cuenta de la presencia de grupos armados legales e ilegales. Según afirma el padre Jaime, “allí en Tapurucuara está de comandante de (las Farc) Miguel, uno que le dicen ‘El paisa’”. “¡Malo, e avemaría! (…) Ese no perdona. Lo que dice lo hace y él es la ley. Mata con mucha facilidad”. Hacia el Alto Querarí hay minas de oro. La guerrilla extorsiona tanto a quienes se dedican a la minería como a los contratistas que llegan de otras partes.

“Muchas veces, da tristeza decirlo”, cuenta, “son católicos, creyentes, estos mismos guerrilleros”. El presbítero sostiene que se los encuentra en misa. Y hay más. “En dos ocasiones me ha ocurrido que voy por el río y nos paran y nos han llevado al campamento de ellos a atenderlos, a estar con ellos, a darles una charla”.

Mons. Gustavo Ángel, el obispo anterior, les decía a sus sacerdotes que cuando se encontraran con los guerrilleros no discutieran con ellos, sino que les hablaran del amor. Y eso ha hecho el padre Jaime, según indica: hablarles del amor y del compromiso cristiano; del compromiso de tenderle la mano al otro, de no hacer las cosas para el bien propio, sino buscando el bien de los demás. “Pero no: lo que se ve es que ellos buscan su propio bien y por la fuerza, que es lo peor, por las armas”.

¿Creen dichos guerrilleros en las negociaciones que tienen lugar en Cuba entre la cúpula de las Farc y el gobierno?

El sacerdote está convencido de que no. “Lo dijo el mismo comandante Miguel la última vez que fue a Tapurucuara. ‘Una cosa es lo que están hablando en La Habana y otra cosa es lo que vivimos nosotros acá en el monte. Ellos allá están buscando de pronto su bienestar, pero aquí en el monte nosotros somos los que estamos sufriendo y tenemos que velar por nuestra propia vida’. Como quien dice ‘lo que hablan allá no nos importa’”.

Del lado del Evangelio

Gran-Concierto-Nacional_Josefina-Castro

Mientras tanto, entre la guerrilla y la fuerza pública la población civil está como entre la espada y la pared. En Tapurucuara hay un destacamento permanente del Ejército que interroga a las comunidades acerca de qué lado están: si del lado de ellos o del lado de la guerrilla, pues muchas veces las comunidades se ven obligadas a atender a los guerrilleros cuando pasan por sus territorios. “Si no los atienden los matan”, explica el padre Jaime. “Yo estoy de lado de mi vida”, dicen los capitanes indígenas para declarar que ni ellos ni las comunidades forman parte de algún bando armado.

Desafortunadamente son las armas las que mandan en la zona del río Querarí, según el presbítero. “¿Qué puede hacer uno si no toda la población es guerrillera?”, se ha preguntado él mismo, al  pensar en su deber como pastor: “Tiene uno que atenderlos a todos por igual”.

No es fácil ser sacerdote en una zona de conflicto, reconoce. El Evangelio exige entrar en la conciencia del otro, removérsela y hacerle sentir. “Es un riesgo. A uno le da miedo; le da miedo muchas veces hasta predicar”. ¿Y qué predica el padre Jaime? Que “el amor no son solo florecitas, sino un cambio de vida total para el otro”.

A la pregunta por cuál es su principal desafío frente a los guerrilleros contesta: “Poder entrar y hacerles ver a ellos que el estilo de vida que están llevando por la violencia no produce cambio; antes produce un retroceso en la vida, un estancamiento; porque ya nadie se atreve ni a salir a la chagra ni por el río, por miedo de los retenes, por miedo de las minas (antipersonales) que están instaladas”. Entonces, concluye tajante: “el desafío es poder arriesgar aun mi propia vida para hacerles ver a ellos que no están en el camino que es como cristianos”.

Texto: Miguel Estupiñán

Foto: cda.gov.co, portal.policia.gov.co, Gran Concierto Nacional/Josefina Castro, mitu-vaupes.gov.co

Compartir