América latina: la nueva misión del cardenal Salazar

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Es un cardenal del nuevo estilo creado por el papa Francisco. El cardenal Rubén Salazar es sencillo, familiar, sin las trastiendas verbales de los diplomáticos y de los príncipes. En algún momento de la conversación perdió el hilo del discurso y no tuvo reparo en admitirlo: “¿qué estaba diciendo?”, preguntó sin turbación, como sucede cuando uno conversa en familia.

Todo de negro, hasta los pies vestido, con el solo detalle de la cruz pectoral modesta y sin los visos rojos principescos ni el solideo púrpura, podría ser, por su apariencia, el párroco de cualquier pueblo; pero recién nombrado presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) ya tiene muy claros los objetivos de su acción continental y sabe cuáles son los apremios a que debe dar respuesta.

A sus 72 años desborda energía como si cada día estuviera estrenando entusiasmos.

Fue la sensación que dejó la media hora de conversación, para los lectores de Vida Nueva Colombia.

Recordaba yo las veces que lo he entrevistado y tuve la sensación de estar subiendo una escalera. El primer escalón: Presidente de la Conferencia Episcopal; el segundo: cardenal, un alto peldaño; ahora, Presidente del CELAM. Otro elevado peldaño. Entonces, me pregunto yo, ¿cuál será el próximo escalón?

La muerte (risas). El próximo peldaño es la muerte.

No, no sea pesimista.

No, eso no es ser pesimista. Ese es el optimismo pleno.

DSC01989No, es que a usted todavía le quedan muchas cosas por hacer.

Cosas por hacer, sí; quién sabe si tiempo para hacerlas.

Porque yo me pongo a jugar con la imaginación y pienso que la próxima entrevista será cuando lo nombren prefecto de alguna congregación romana.

Yo no creo que eso se dé, ya por mi edad. Yo voy a cumplir 73 años en pocos meses. Y, por lo tanto, no creo que haya esa posibilidad, porque en la Curia romana está muy claro el “renuncia a los 75 años”.

Pero fíjese que el jefe tiene 78, 79 (risas).

Pero él puede ser la excepción a la regla. Sí, pero los demás mantenemos el principio de que a los 75 años c’est fini, se termina el paseo.

Monseñor, ¿se altera mucho la vida cuando uno está en esas cumbres?

Pues yo creo que no, Javier Darío. Yo he tenido un don especial del Señor, que le agradezco todos los días, y es que sé organizar mi tiempo. A mí el tiempo me rinde. Yo puedo hacer fácilmente todos los compromisos que tenga. Como que los voy metiendo bien, uno al lado del otro y los voy organizando de tal manera que no me abruman. Y creo, al mismo tiempo, que no dejo de hacer cosas importantes que debo hacer.

Contrae uno con los años una avaricia, la avaricia del tiempo…

Sí, porque uno sabe que se le está yendo ya y que ya las posibilidades son menores y, por lo tanto, siempre tiene uno el afán de poder hacer uno todo lo que el Señor le encomienda por hacer, a pesar de que ya la edad va avanzando y, por lo tanto, el tiempo que le quede en este mundo va siendo cada vez menor.

Pero su salud es buena…

Muy buena, a Dios gracias, excelente. En este momento me siento mejor que de lo que me sentía a los 15 años.

Como luz y sal

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Entonces, hablando con este quinceañero (risas), ¿qué prioridades hay ahora para su presidencia del CELAM?

Hay varias tareas. La primera tarea es hacer de este cuatrienio un cuatrienio en el que sintamos que se están celebrando los 50 años del Concilio Vaticano II, los 60 años de la existencia del CELAM (porque el CELAM fue creado precisamente en octubre de 1955) y, por lo tanto, que sea un cuatrienio en el que recojamos los frutos de un período sumamente fecundo en la vida de la Iglesia y, al mismo tiempo, seamos capaces de hacer que esos frutos hoy sean los que, necesariamente, quiere la Iglesia para darle al mundo. El gran desafío es ese: responder cada vez mejor a los grandes desafíos del mundo en América Latina y el Caribe, desde esta institución que es, fundamentalmente, apoyo y espacio de comunión para las Iglesias de América Latina y el Caribe.

¿Cuál es su percepción: el Concilio Vaticano II (CVII) se nos quedó en el papel?

Yo creo que no. Yo creo que el CVII lentamente va permeando la vida de la Iglesia, va creando condiciones nuevas, va metiéndose dentro de una mentalidad nueva. Y yo pienso que con el papa Francisco el empujón es fuerte. En este momento estamos asimilando de una manera mucho más rápida y mucho más clara todo lo que significó el cambio de mentalidad del CVII para la vida de la Iglesia; esa Iglesia en salida, de que habla el Papa permanentemente, es la Iglesia del CVII, es la Iglesia del diálogo, de la misericordia, de estar dentro del mundo como luz y como sal.

De la herencia que nos dejó el Concilio Vaticano II, ¿qué tomaría usted en primer lugar y con carácter de urgencia?

Yo creo que hay dos aspectos fundamentales de la eclesiología del Vaticano II que el papa Francisco está hoy poniéndonos muy de frente.

En primer lugar, el de la Iglesia comunión, la Iglesia espacio, por lo tanto, de amor, de solidaridad, de misericordia. Pero, al mismo tiempo, una Iglesia que vive la comunión para poder ir al mundo, para poder llegar al mundo con una fuerza nueva; la fuerza, precisamente, del Evangelio en un mundo, como hoy, globalizado, pero al mismo tiempo con terribles males.

Así como se ha globalizado la cultura, el bien, así también se ha globalizado el mal y hoy en día nos enfrentamos a situaciones sumamente complejas desde el punto de vista social, político, y en todos ellos la Iglesia tiene que ser luz.

Entra usted a comandar la Iglesia latinoamericana y la pregunta que uno se hace es: ¿la Iglesia latinoamericana le ha aportado algo a la Iglesia universal?

Mucho. Y ahora sí que le está aportando a la Iglesia universal. En mi primera entrevista o saludo al papa Francisco inmediatamente después de su elección, aún en la Capilla Sixtina, yo le dije: “Santo Padre, mi alegría es inmensa, porque con usted la Iglesia latinoamericana va a poder de verdad aportarle a la Iglesia universal”. Nosotros vivimos Aparecida en el año 2007 y el papa Francisco, en ese momento el cardenal Bergoglio, fue el jefe de redacción del documento final, por lo tanto, él estaba embebido totalmente del espíritu de ese documento porque fue uno de los principales factores de redacción y de concreción de las principales líneas de pensamiento de ese documento. Y eso es lo que uno ve y descubre claramente en el magisterio del Papa, es un magisterio que, lógicamente, no se nutre solo de Aparecida sino de muchas otras fuentes, pero en el cual las grandes intuiciones de Aparecida están con toda claridad presentes y, por lo tanto, la Iglesia latinoamericana le está ofreciendo al mundo en este mundo no solamente la persona del Papa sino, en el magisterio del Papa, todos los esfuerzos de un magisterio propio que ha tenido momentos muy importantes en las conferencias generales del episcopado latinoamericano y del Caribe, como han sido Medellín, Puebla, Santo Domingo y, luego, Aparecida.

Cuando uno piensa en esos aportes de América Latina es inevitable pensar en Teología de la liberación. ¿En qué estamos respecto a eso?

Gustavo Gutiérrez, autor de Teología de la liberación (1971)

Gustavo Gutiérrez, autor de Teología de la liberación (1971)

Gerhard Müller coautor junto a Gutiérrez de Del lado de los pobres

Gerhard Müller coautor junto a Gutiérrez de Del lado de los pobres

Yo pienso que se han calmado ánimos. Si se puede decir así, se ha sedimentado la Teología de la liberación y, por lo tanto, las grandes intuiciones, las intuiciones fundamentales de la Teología de la liberación, están siendo reevaluadas y, por lo tanto, están apareciendo como verdaderamente válidas. Hay un fenómeno que como todo lo que sucede en la Iglesia es providencial: y es el hecho de que el Prefecto para la Congregación para la Doctrina de la Fe, el cardenal Gerhard Müller, es una persona muy cercana a Gustavo Gutiérrez y, por lo tanto, muy conocedor de la Teología de la liberación. De hecho ha escrito unos libros muy interesantes últimamente sobre lo que significa la Teología de la liberación. Entonces, yo pienso que los grandes aportes de la Teología de la liberación, que yo me atrevo a decir, así, rápidamente, sin pretender en ningún momento agotar el tema, por ejemplo, el tener siempre en cuenta la realidad social, la realidad política; el acercarse especialmente al mundo de los pobres, de los excluidos, de los marginados; el tratar de diseñar las grandes líneas en las cuales el Evangelio puede realmente aportar a un cambio de la situación de la realidad y, por tanto, en una verdadera liberación de los males grandes que sufre el mundo, pues todos esos son aportes de la Teología de la liberación que hoy en día están siendo muy valorados y que, por lo tanto, están vigentes.

Dentro de su agenda en el CELAM, ¿la Teología de la liberación ocupa algún lugar?

Pues no hay un lugar específico, propio, pero yo creo que sí, indudablemente, nos ayuda permanentemente, nosotros tenemos una comisión de teólogos importante que nos asesora permanentemente, tenemos ahora un nuevo enfoque del Centro Teológico Pastoral, en el sentido en que antes teníamos prácticamente tres centros aparte: el Centro Pastoral, el Centro Bíblico y el Centro Social. Ahora estamos unificando para crear un solo centro, el CEBITEPAL, y ese centro, indudablemente, va a tener que tener muy en cuenta todas estas intuiciones de la Teología de la liberación, especialmente en el campo de la dimensión social, de la escuela social, que va a tener el centro. Porque esa escuela social no solamente va a ser un centro de difusión de la Doctrina Social de la Iglesia, que es muy importante esta tarea, sino que también va a ser un observatorio permanente de la realidad y, por lo tanto, al ser un observatorio permanente de la realidad, nos va a dirigir permanentemente la mirada hacia los grandes problemas sociales, hacia los grandes problemas políticos, hacia los problemas que verdaderamente aquejan a nuestros pueblos y que la Iglesia tiene que ayudar a solucionar con las luz del Evangelio y con su compromiso específico en el campo de lo social y de lo político.

A partir del Concilio Vaticano se armó una especie de polémica o de temor frente a uno de los productos de la mentalidad de ese tiempo que fueron las comunidades eclesiales de base. ¿Esto tiene futuro en América Latina?

Yo no sé. No tengo la bola de cristal actualizada para poder ver cómo van las cosas en el futuro. Pero yo pienso que la dimensión comunitaria de la vivencia del Evangelio es esencial a la vivencia del Evangelio. Y, por lo tanto, desde que haya vivencia auténtica del Evangelio va a ver dimensión comunitaria de la fe. Y, por lo tanto, va a haber comunidades cristianas. Ahora, las características propias de esas comunidades yo creo que varían con el tiempo. Pero habrá siempre una realidad profunda y es que no se puede vivir el Evangelio si no hay también una proyección social, si no hay verdaderamente una preocupación y una incidencia en el mundo social, porque el Evangelio, indudablemente, aun cuando no se agota en una doctrina social, tiene necesariamente una trascendencia y una incidencia social muy claras. Y, por lo tanto, en comunidades en donde se viva a fondo el Evangelio tendrá que existir siempre esa dimensión social con mucha fuerza.

Un espacio de comunión

De lo que conozco del CELAM… alguna vez, incluso, escribí un librito sobre los 40 años del CELAM y percibí que había una especie de polémica o de choque de puntos de vista de los objetivos y la misión. Algunos concebían la misión del CELAM como una especie de fiscalización de las distintas conferencias episcopales. Otros tenían un criterio mucho más pastoral: el CELAM como un verdadero surtidor de ideas, de iniciativas, y apoyo a esas iniciativas. ¿Aquello de la fiscalización todavía existe o ya quedó atrás?

No, eso quedó definitivamente atrás. Ya la fiscalización no existe en ningún sentido. Realmente no se da en ningún ámbito y de ninguna manera. Incluso, para mí es un poquito de sorpresa pensar que en algún momento se hubiera pensado en el CELAM como fiscalizador. Porque realmente no lo es y en este momento, en lo absoluto, no lo es. Es más bien, y esto yo lo voy a tratar de subrayar, un espacio, en primer lugar, de comunión, de encuentro de fraternidad. Las asambleas plenarias del CELAM son realmente momentos muy interesantes, muy fuertes, porque allí se encuentran todos los presidentes de las conferencias episcopales, se encuentran los delegados de las conferencias episcopales al CELAM y se crea un momento de diálogo, de mirada hacia la realidad de América Latina, hacia las grandes líneas teológicas que la Iglesia nos pide. Muy interesante, muy intenso. Si no se dieran esos espacios indudablemente no los tendríamos. Pero también yo creo que el CELAM tiene una misión fundamental de apoyo, en el sentido de que el CELAM es una institución que tiene sus propios medios, por ejemplo el centro teológico pastoral, o tiene los departamentos, diferentes actividades o áreas de trabajo de la evangelización. Entonces, desde allí, se tiene que apoyar el trabajo de las conferencias episcopales. A veces la conferencia episcopal no tiene todos los recursos, pero no solamente cuando no tenga todos los recursos; sino siempre las conferencias episcopales necesitan abrirse un poco más, salir del encerramiento que puede ser la realidad del país y considerarse miembros de una Iglesia que no es solamente una Iglesia local sino que también reviste ciertas características de Iglesia latinoamericana y del Caribe.

Es decir, hay espacio de comunión y hay espacio de apoyo. El apoyo se da principalmente porque nosotros tenemos una serie de recursos, los departamento, el centro de formación, que nos permiten ayudar a las conferencias episcopales para que tengan la posibilidad de vivir su trabajo, su servicio, no solamente dentro de las fronteras nacionales, sino que se abran también a la problemática y a las riquezas que ofrecen las otras conferencias episcopales.

Entonces es, fundamentalmente, un trabajo de comunión y de apoyo.

Veo a través de todo lo que me ha dicho que continuará la línea que venían trazando los anteriores presidentes. ¿En alguna parte usted traza su propia línea y cuál sería?

No, yo en la reunión que he tenido ya con todos los directivos de los departamentos, he dicho claramente que yo no voy a imponer mi propio modo de ver las cosas, ni mis propias metodologías, sino que yo estoy fundamentalmente allí para ayudar a crear un ambiente de permanente discernimiento de la voluntad de Dios, para tratar de que el CELAM pueda ser cada vez más una respuesta adecuada a lo que el Señor quiere en este momento de su Iglesia en América Latina, no tengo ninguna pretensión de crear una línea Salazar, no.

Con usted no va ese “ecce nova facio omnia”, “Conmigo comienza todo”.

No, en absoluto. Yo soy muy consciente de que ha habido una historia de 60 años muy rica, muy fecunda que, por lo tanto, debe continuar, debe seguir, debe haber una profunda continuidad con todo lo que se ha hecho en el CELAM. Indudablemente, habrá muchos campos en los cuales se introducirán novedades, porque, precisamente, en ese ejercicio de discernimiento de la voluntad de Dios a partir de la realidad vamos a tener necesariamente que cambiar algunas o muchas cosas. Ya el tiempo se encargará de decir.

Uno los cambios que el Papa quiere hacer, es el de una mayor autonomía de las conferencias episcopales de modo que haya un mayor aporte y una mayor participación en la misión universal. Si se tiene en cuenta eso, ¿qué es lo que sería más conveniente para las conferencias episcopales de América Latina?

Yo pienso que las conferencias episcopales deben fortalecerse todavía. La experiencia mía aquí en la Conferencia Episcopal de Colombia es que la conferencia es un organismo muy útil para las iglesias particulares. Y de eso se trata, que la conferencia episcopal apoye el trabajo de las iglesias particulares. Pero ese servicio puede ser todavía mayor y sobre todo la Iglesia de una nación, organizada como conferencia episcopal, indudablemente puede tener un mayor radio de acción, sobre todo en el análisis de la realidad, un análisis no simplemente sociológico, sino un análisis de signos para poder descubrir con mayor claridad cómo Dios está actuando en ese momento de la realidad que se vive en ese país concreto y, por lo tanto, cómo la Iglesia tiene que ponerse al servicio de esa actuación de Dios, al servicio de esa actuación salvadora que Dios está realizando. En ese sentido yo creo que las conferencias episcopales pueden ser más autónomas, en el sentido de ese discernimiento y de ese responder con su acción pastoral, con su acción evangelizadora, a la presencia salvadora de Dios.

Monseñor, le agradezco mucho. Espero que la próxima entrevista que hagamos sea en otro peldaño todavía más alto, a pesar de lo que usted piensa. Ya veremos cuál es el peldaño

(Risas) En todo caso espero que haya una próxima entrevista. Muchas gracias, Javier Darío, eres muy amable.

Javier Darío Restrepo

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