Isabel Calderón

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“Fui haciendo de mis heridas una fuente de salud para otros”

Proveniente del municipio de Gómez Plata (Antioquia), su tierra natal, Isabel Calderón llegó a Medellín a los 9 años. En su pueblo no había escuela y una de las aspiraciones de un hombre inteligente como su papá era hacer de la educación la herencia más importante en su familia. Isabel tuvo una infancia llena de carencias. Conocer la pobreza desde niña la marcó y una inclinación hacia el servicio a los demás definió desde un inicio las decisiones más importantes de su vida. Quiso ser médica, pero las dificultades económicas se lo impidieron. Una beca en el Centro Educacional Femenino de Antioquia le ayudó a descubrir su vocación en el ámbito de la enseñanza. El camino que va de la educación al mundo de la salud no estaría cerrado para siempre.

A mediados de la década de 1960 llegó a Manrique (actual comuna nororiental), para desempeñarse como docente de catequesis en el Liceo Femenino. Con dos teólogas de la Universidad Bolivariana, Irma Moreno y María Dolores Velásquez, conformó un buen equipo de trabajo y participó de la creación de programas sociales, en beneficio de las estudiantes más pobres. 

Su entusiasmo la llevó a identificarse cada vez más con las opciones de gente como Federico Carrasquilla, Alberto Ramírez o Sergio Duque, a quienes, aún hoy, considera sus maestros. Una espiritualidad emergía en el seno de la Iglesia antioqueña. Movimientos de jóvenes, esfuerzos por unir la responsabilidad de la fe y la exigencia política. Isabel se entregó con todas sus fuerzas al sueño de una generación. Pero vino el sufrimiento. 

Afianzar la vocación

El 10 de mayo de 1972 se desvaneció. Todo un día en un servicio de urgencias, sin recibir de manera diligente la atención necesaria. Una y otra vez escuchó decir que lo suyo no era un asunto de prioridad. Tenía mucha tos. Una radiografía de pulmones llevó a que se le diagnosticara tuberculosis. Sólo ella sabe cómo se produjo todo, entregada, como estaba, al trabajo y a la solidaridad. 1972: el año crucial.

El tratamiento supuso tomar medicamentos tan fuertes que le dejaron secuelas físicas de por vida. Un mes de hospitalización y una incapacidad que se prolongaría durante más de un año. Si bien su familia nunca dejó de sostenerla, en medio del aislamiento, la experiencia trajo consigo una crisis espiritual. Le debe mucho al entonces capellán del Hospital San Vicente. El padre Alberto Davanzo, sacerdote camilo, la visitaba diariamente, para acompañarla. Gracias a su escucha pudo hacer de su debilidad una oportunidad para crecer, para ayudar a otros. “Esa enfermedad fue un descubrimiento, ahí nace mi vocación de servir a los enfermos”, afirma Isabel.

El padre Adriano Tararran, un religioso de la misma congregación, la invitó a trabajar en atención a otras personas, mientras avanzaba la recuperación. Puesto que seguía incapacitada y no daba clases en el colegio, tenía tiempo. Su primer trabajo con los enfermos fue en Moravia, donde antiguamente había un basurero. Su labor consistía en disponer a las personas en términos de aseo para que recibieran atención médica. Más tarde fue invitada a dictar talleres de prevención y promoción. Fue así como consolidó su vocación. 

Con el tiempo y el trabajo conjunto con el padre Tarraran comenzó a participar de un equipo que ofrecía cursos de humanización de la salud en hospitales y formación para los agentes de pastoral. Comenzó a viajar por el país, dictando conferencias a partir de su propia experiencia. Retomó el trabajo en el colegio, pero sabía que algún día llegaría a entregar todo su tiempo a la nueva labor. El camino de la educación a la salud se hallaba abierto y ella tenía todas las aptitudes, lo que necesitaba era capacitación.

Recuerda como un regalo una actividad formativa de 1981, junto a los camilos: “Tres meses de relación de ayuda clínica pastoral”. Iluminada por la espiritualidad de san Camilo de Lelis, afianzó su decisión y profundizó su disposición para acompañar y escuchar a las personas que atraviesan por momentos de sufrimiento. Ese año nació el Centro Camiliano de Humanización y Pastoral de la Salud.

En 1995 la Conferencia Episcopal pidió al padre Tarraran que asumieran la tarea de estructurar la pastoral de la salud a nivel nacional. Para entonces Isabel se pensionó y cumplió su sueño de consagrarse de tiempo completo. Posteriormente el Celam consideró que la misma dinámica se ampliara a nivel continental. En ello han estado desde entonces, para hacer visible que se puede hallar fuerza en medio de la debilidad. 

Texto  y foto: Miguel Estupiñán

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