¿Cuáles son las grandes tareas del catolicismo en el siglo XXI?
ELOY BUENO DE LA FUENTE, Facultad de Teología de Burgos | El 20 de abril de 2005, en su primera misa con los cardenales, el recién elegido Benedicto XVI sintetizaba con estas palabras la herencia que recibía de su predecesor: “Juan Pablo II deja una Iglesia más valiente, más libre y más joven”.
El nuevo sucesor de Pedro debió surcar, sin embargo, aguas borrascosas y tormentas incontroladas en las que, incluso, –como reconocía en los momentos finales de su pontificado– el mismo Señor parecía estar dormido, acrecentando el peligro de la frágil barca sometida a tales embates; quien tenía la voluntad de no ser más que un humilde servidor en la viña del Señor, debió afrontar (junto a momentos luminosos) la situación de ser un “pastor en medio de lobos” (según tituló L’Osservatore Romano) y de actuar como “basurero de Dios”, después de haber sido criticado como “cancerbero de la ortodoxia”.
¿Cómo describir la situación de esa Iglesia en la que va a iniciar el ministerio petrino otra persona, que debe asumir esta herencia?, ¿cuáles son las encrucijadas que se abren ante el nuevo pontificado?, ¿qué desafíos resultan ineludibles y cuáles son los caminos que han quedado definitivamente cerrados?
Dicho de otro modo: ¿cuál es la gran tarea del catolicismo, de la Iglesia católica, en las circunstancias reales del siglo XXI? Hace diez años, G. O’Collins y M. Ferrugia abrían su ensayo Catolicismo con estas palabras: la Iglesia católica es la institución más antigua y más grande del mundo; ya había expresado su admiración A. von Harnack, exponente del pensamiento y del protestantismo moderno: es “la mayor creación religiosa y política conocida en la historia”.
Para que estas afirmaciones sigan siendo válidas y verdaderas, es urgente pensar la situación actual de la Iglesia católica, para señalar las grandes prioridades del próximo pontificado: introducir a la Iglesia en una nueva civilización, profundizar su conciencia de misión y su protagonismo a nivel mundial, desplegar el “genio del catolicismo” en las nuevas circunstancias históricas, teniendo en cuenta sus llagas y sus posibilidades.
En declive, en expansión… y, además, conmocionada
La Iglesia católica está en declive (especialmente donde era religión mayoritaria) porque ha perdido fuerza, relevancia e influencia en los países de tradición católica: de un lado, el proceso de secularización ha disminuido el número de sus miembros y la participación en los actos de culto; de otro lado, la legislación civil ha reconocido como legítimas concepciones que quiebran la tradición judeo-cristiana.
A ello hay que añadir la erosión del prestigio y de la credibilidad moral de la Iglesia. El estallido de la crisis de la pederastia (y, sobre todo, su ocultamiento) ha dañado la imagen de la Iglesia con una intensidad sin precedentes. Con ello adquiere nueva fuerza la serie de casos de corrupción económica a diversos niveles de la vida eclesial.
El generoso testimonio de tantos católicos no puede ocultar ni disimular esas sombras que rodean a la Iglesia y el enorme sufrimiento y vergüenza que provocan en numerosos creyentes. Es la gran llaga que desfigura el rostro de la Iglesia.
La Iglesia católica se encuentra en expansión, pues en numerosas regiones se mantiene el crecimiento cuantitativo; ello se produce dentro del fenómeno global del cristianismo, la religión que más crece en la actualidad.
Este crecimiento lleva consigo otro fenómeno decisivo: el cristianismo, en general, está experimentando un imparable desplazamiento hacia el sur y hacia el este, lo cual constituye uno de los rasgos distintivos del futuro.
En esta paradoja de declive y expansión, la Iglesia católica se encuentra conmocionada (y desconcertada) por el hecho de la dimisión de Benedicto XVI, pues afecta a uno de los símbolos más profundamente radicados en la conciencia católica.
La comprensión ante el gesto valiente de un anciano y el afecto ante la sinceridad de sus palabras van unidos a la incertidumbre sobre las posibles causas de su sufrimiento y sobre las consecuencias que ello pueda generar en el futuro. Muchas cosas no podrán ser como antes. Y ello no puede dejar de marcar el futuro de la Iglesia y del ministerio petrino.
Pliego íntegro, publicado en el nº 2.839 de Vida Nueva. Del 9 al 15 marzo 2013