Eugenio Trías, en el límite de lo sagrado

Fallece a los 70 años uno de los grandes filósofos de nuestro tiempo y responsable directo del renacer de la filosofía de la religión en España

Eugenio Trías, filósofo español fallecido en 2013

JUAN CARLOS RODRÍGUEZ | Eugenio Trías (Barcelona, 1942-2013) solía repetir que “somos inteligentes porque nos sabemos mortales”. Lo había escrito en Por qué necesitamos la religión (2000). “Somos mortales, vamos a morir: esta es nuestra única ‘ciencia exacta’ –añadía–; de ese saber (que todo ser humano posee) extrae todo saber, toda ciencia, su patrón de certeza, de evidencia y de exactitud”. Su muerte, a los 70 años –un cáncer de pulmón–, nos deja la certeza, la evidencia, la exactitud de que fallece uno de los grandes filósofos de nuestro tiempo.

Trías, catedrático de las Ideas de la Universidad Pompeu Fabra, concibió un sistema filosófico en torno al límite que fue creando, libro a libro, desde hace 40 años. Inserto en esta filosofía progresiva, el pensador catalán es responsable directo del renacer de la filosofía de la religión en España.

En su primer momento, Trías –marcado por el franquismo y por una inflexión juvenil en el Opus– ocupó los espacios de reflexión de la metafísica de la postmodernidad, asumiendo un discurso claramente antirreligioso.

Sin embargo, a finales de los años 80, cuando comienza a vislumbrar su portentoso sistema filosófico alrededor del concepto del límite, Trías incorpora en él a la religión como un elemento fundamental que ha pensado y repensado en numerosos espacios y publicaciones.

Su defensa de la religión, de la necesidad del hecho religioso, está relatado en un texto iluminador, Religión ecuménica y fragmentos de Revelación (Fundación Mapfre, 2000), imposible de reducir a unas pocas frases, pero que, ante su muerte, es necesario evocar en tres ideas consecuentes: “La religión es, en relación a la magia, su más completo desmentido. La religión nace y surge como una forma anticipada de inteligencia ilustrada que sabe poner límites a eso que Freud conceptuó como ‘omnipotencia de las ideas’, las que hacen creer a quien se halla bajo el imperio del pensar mágico que puede doblegarse ese poder mayor que la muerte introduce sobre la vida”.Eugenio-Trias-2

De resultas, señala que “la religión, en lugar de querer dominar lo sacro, se postra ante el misterio consternada. El hombre religioso revela en sus ademanes de adoración, de súplica, de acción de gracias o de imprecación y oración, la completa y radical asunción de su extrema indigencia e impotencia ante esos poderes superiores”. Una de sus conclusiones sostiene: “Si la religión ha dado pruebas de tal capacidad de pervivencia es en razón de que sabe responder a alguna demanda que ella, y solamente ella, puede satisfacer”.

La Filosofía del límite, la gran noción que heredamos del pensador barcelonés, suele explicarse con una metáfora que él mismo formalizó de modo didáctico en su libro Ciudad sobre Ciudad (2001): una ciudad cruzada por dos grandes avenidas que, a su vez, dibujan cuatro barrios: la razón, el arte, la religión y la ética. Son las cuatro patas en las que se sostiene la mesa de su saber, de su pensar, de su ontología. En ella, en esa ciudad transfronteriza, la religión vendría a ser “el casco antiguo”, como la llega a describir, el legado cultural de la contemporaneidad, el sustento histórico de lo que somos.

El centro de gravedad

El concepto del límite, desde la década de los 80, ocupó el centro de gravedad de la reflexión filosófica de Trías a partir de Kant y Wittgenstein. Ambos, sin embargo, concibieron el “límite” en términos exclusivamente negativos: lo que no puede ser conocido, según el primero, o lo que no puede ser dicho, para el segundo. Trías lo reformula en un aparato teórico que supone la cumbre del pensamiento filosófico español desde Ortega y Gasset.

El hombre, en cuanto que es un ser fronterizo, no ha de temer al límite –“no es un muro contra el que el sujeto se da cabezadas”, escribe–, sino que ante él crece, se supera y se reinventa, o dicho de otro modo: el hombre es capaz de habitar y crecer, de cultivar y producir.

“Puede decirse que el límite posee puertas… y bisagras, goznes y cerrojos”, afirma. Ese más allá, en definitiva, condiciona también el aquí. Si el hombre es un ser fronterizo –limitado–, es lícito preguntarse qué hay más allá. Y la respuesta no admite dudas: “Puede determinarse como lo sagrado: aquello respecto a lo cual el hombre, habitante de la frontera, se halla estructuralmente ligado”.

En 1990, Trías expuso “la necesidad de pensar la religión como asunto ineludible y de primer orden en el terreno filosófico”, atrevimiento que le valió repulsa e incomprensión. Proponía esa tarea como “antídoto o triarca en relación al veneno integrista en todas sus formas y manifestaciones” –habíamos vivido la primera guerra del Golfo, y aún no habían caído las Torres Gemelas–, pero, sobre todo, con el fin de “corregir el modo frívolo y banal con que la tradición moderna e ilustrada ha solido situarse en relación con el hecho religioso, al que ha considerado por lo general una supervivencia que la razón debería paulatinamente relegar hasta conseguir su plena extinción”, según escribió años más tarde en Pensar la religión (1997). Eugenio-Trias-3

Buscando respuestas

Trías emprendió un acercamiento filosófico, o genuinamente fenomenológico, que buscaba comprender –y explicar– el misterio que la religión encierra y que ya se vislumbraba en los tres libros fundamentales de su “filosofía del límite”: Los límites del mundo (1985), La aventura filosófica (1988) y Lógica del límite (1991).

En otro libro esencial, La edad del espíritu (1994), el pensador barcelonés se adentró en lo que él denominó la “selva selvaggia” de las religiones históricas como construcción teórica a una nueva visión evolutiva de la religión. “Es un libro a la vez sistemático e histórico –lo describió en el prólogo de Creaciones filosóficas I, el primer volumen de sus obras completas–. Constituye una reflexión sobre lo sagrado, y sobre la expresión de lo sagrado a través del simbolismo o del relato ritualizado y ceremonial de este”. Es un libro complejo, que asume que “en cada gran religión se revela algo relevante y necesario para el reconocimiento de los grandes misterios que circundan la vida humana, y que hacen de esta un enigma difícil de descifrar”.

En La edad del espíritu reaparece una idea singular de Trías, ya elaborada en su formulación básica en el Tratado de la pasión (1978), que, como él mismo admitió, “posiblemente, entre todos mis libros es el que más cerca se halla de una cosmovisión cristiana, de un cristianismo poco ortodoxo pero asumible desde sus principales premisas”.

Trías concibe un Dios-Pasión, que es su manera de entender a “un Dios que padece y sufre” en una reinterpretación de la mística de Ibn-Arabi: un Dios humanizado con el que el ser humano es capaz de establecer un vínculo. El propio Trías admitía, sin embargo, que su vínculo era otro, similar a ese pensar el hombre contemporáneo desde la ética, desde las artes, desde la música, desde el cine que también estructuró: “Me interesa acercarme a la religión esperando hallar en ella, en su múltiple modo de manifestarse, aquellas enseñanzas que pueden ser elaboradas sin desdoro por la reflexión filosófica”.

jcrodriguez@vidanueva.es

En el nº 2.837 de Vida Nueva.

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