Perder la fe en la universidad

La universidad nunca ha sido un ambiente fácil para las personas de fe y esto por varias razones. La primera es que la población allí situada es de gente joven, muy joven y su momento vital se reconoce por cuestionar todo, incluso la fe. La segunda es que en los días presentes las universidades, en su gran mayoría, incluyendo las confesionales en algunos casos, han adoptado una posición muy hosca frente a la religión, que va desde una actitud que llaman de neutralidad (¿?), hasta la más activa refutación de todo lo religioso, pasando por las posiciones tibias que quizás son las más nocivas de todas. Y, en tercer lugar, porque da la impresión de que las cátedras universitarias, como las columnas periodísticas, han sido colonizadas enormemente por un estamento que presenta en su hoja de vida, con orgullo, la ausencia de fe. También en cátedras de universidades confesionales. Así, entonces, quien llega a una universidad con fe, ha de saberse en campo minado.

El joven y la joven universitarios son una presa fácil de todo, aunque ellos se creen los seres más libres y autónomos. La verdad sea dicha: son conejillos de Indias de muchas fuerzas que desconocen. Lo son de un grupo amplio de enseñantes que no tienen el menor empacho en transmitir sus repelencias religiosas a unos seres francamente indefensos y bastantes ignorantes en lo que atañe a la fe. Pela desigual e injusta. Son carne de cañón de unas ideologías que campean libremente en medio de las aulas, sin que rectorías o decanaturas muevan un dedo para promover el respeto a las creencias de las mayorías, porque las de las minorías son ahora de uso obligatorio so pena de ser acusado del delito de intolerancia. Pero sobre todo los jóvenes universitarios están expuestos a un sistema educativo que para nada cree que exista una tal vida espiritual y mucho menos instituciones respetables como son las iglesias para hacerlas partícipes de sus proyectos de formación de personas. Testimonios de esta ferocidad universitaria contra la religión los hay por miles.

Cuestiono muy seriamente el llamado “papel crítico” que cumplen algunas formas de enseñanza universitaria. Han llevado a muchos jóvenes a la pérdida del sentido de la vida y, también, en trágicas ocasiones, a buscar soluciones radicales como el suicidio y también la violencia. “Mi hijo, decía un afligido padre de familia, siendo depresivo, no pudo con las enseñanzas de Nietzsche y otros autores parecidos que le embutieron en la universidad (confesional) y se suicidó”. No hay ningún mérito en tomarse por asalto las mentes y también los cuerpos de jóvenes que apenas llegan o han pasado los veinte años de edad y después lavarles el cerebro con pretexto de profesionalizarlos en cualquier área del conocimiento. Como no se debe omitir en una discusión seria si el discurso universitario, su ritmo, sus exigencias, también han sido causa de la alcoholización de la población universitaria, de la marihuanización de la misma y de muchas otras indignidades que allí se están dando a diario. O sea que en la universidad se pierde a veces la fe y con frecuencia se puede perder la dignidad.

¿Qué será lo que llaman certificación de calidad a nivel universitario? ¿Producir unos genios deshumanizados? ¿Graduar docenas de ateos e increyentes? Es curioso que en algunos ambientes universitarios se insista en que allí no hay proselitismo religioso, pero no se dice que sí hay un proselitismo antirreligioso y de cuño radical. Francamente la sociedad, las familias, las iglesias, tienen todo el derecho a esperar que las universidades sean confiables desde todo punto de vista. Que sean ámbitos muy positivos para las personas y esto integralmente. Que sean foros de discusión equilibrados y no escenarios para la prepotencia aplastante de quienes no creen en nada y devoran ignorantes en una lucha desigual. Que las universidades confesionales sean todavía más propositivas en una educación marcada por los valores de la fe y también más preventivas para que desde sus cátedras no se destruya la relación de los jóvenes con Dios. Epílogo: un hombre de negocios se fue a otro país a hacer negocios. No logró concretar ninguno. Perdió plata. Pero tuvo contacto con la Iglesia y se volvió persona de fe. Volvió al país sin plata, pero con fe. Hice el “negocio” de mi vida, lo dice él mismo. Hacer perder la fe en la universidad es una forma de empobrecer a nuestra gente. VNC

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