J. L. CELADA | Acaba de sumar a su palmarés otro Globo de Oro (el octavo desde que en 1979 inaugurara con El cazador una larga lista de 26 nominaciones), y todo apunta a que el 26 de febrero, si repite candidatura a los Oscar (alcanzaría las 17), recibirá su tercera estatuilla. Sin embargo, en su larga carrera, Meryl Streep ha conquistado algo más importante que cualquier galardón: el respeto del público. Porque, por encima de géneros, directores o repartos, esta intérprete irrepetible nos ha regalado actuaciones que son ya historia viva del cine.
Ahora, en la enésima vuelta de tuerca a su natural dominio de la profesión, afronta el desafío mayúsculo de devolver al primer plano de la actualidad a La Dama de Hierro, título que recrea la trayectoria política y personal de Margaret Thatcher, primera ministra del Reino Unido entre 1979 y 1990.
A las órdenes de Phyllida Lloyd, una actriz en auténtico estado de gracia asalta la alcoba de la exmandataria británica hasta apropiarse de su mirada, su voz, sus gestos, sus andares, su respiración… De tal modo que su talento ennoblece el logrado trabajo de maquillaje, peluquería o vestuario.
Otra cosa bien distinta es el retrato interior de la protagonista. Por más que la gran Streep se empeñe en desnudarla emocionalmente frente a la cámara–y a fe que ofrece todo un recital de entrega y oficio a la altura de tan compleja personalidad–, ni la escritura ni la dirección le facilitan la labor.
Lloyd deja claro que la inflexible y obstinada señora Thatcher siempre se interesó más por los pensamientos y las ideas que por los sentimientos, lo cual no debería impedirnos descubrir su lado más humano. Pero la cineasta inglesa se entrega a los recuerdos/alucinaciones de la anciana biografiada para reconstruir sus andanzas.
Peligrosa elección, porque los reveses de la memoria a cierta edad se traducen en retazos de vida inconexos, cuando no en simples fogonazos hilvanados con imágenes de archivo.
En su ir y venir del pasado al presente, La Dama de Hierro nos narra, con más artificio melodramático que profundidad real, el ascenso/descenso en la esfera pública de la hija del comerciante licenciada en Oxford, abanderada de la presencia femenina en un universo de hombres y testigo de acontecimientos decisivos en el devenir de su país: desde las huelgas en la minería hasta los atentados del IRA, pasando por la Guerra de las Malvinas o la polémica aplicación del Poll Tax que propició su caída definitiva.
Interesantes apuntes, aunque muy desdibujados por la superficialidad de una propuesta sobre la que K. Loach, S. Frears o M. Herman, especialmente críticos con aquella etapa, tendrían mucho que decir.
Por fortuna, quien aquí tiene la última palabra y gobierna con mano firme es otra mujer: Meryl Streep. Y eso siempre es una excelente noticia para este arte.
FICHA TÉCNICA
TÍTULO ORIGINAL: The Iron Lady.
DIRECCIÓN: Phyllida Lloyd.
GUIÓN: Abi Morgan.
FOTOGRAFÍA: Elliot Davis.
MÚSICA: Thomas Newman.
PRODUCCIÓN: Damian Jones.
INTÉRPRETES: Meryl Streep, Jim Broadbent, Alexandra Roach, Harry Lloyd, Olivia Coldman, Iain Glen.
En el nº 2.785 de Vida Nueva.