Pastoral Social: cómo ayudar sin daño

En los últimos 45 años Pastoral Social ha aprendido que la ayuda va más allá de lo asistencial y que se debe hacer sin daño. Hoy es una sorprendente operación de ayuda íntegra a las víctimas.

 

Como si se tratara de planificar y optimizar los recursos disponibles para afrontar una guerra o un tsunami, en la amplia mesa de la sala de reuniones de Pastoral Social se extienden el mapa y las hojas en donde se detallan las acciones para ayudar a las víctimas del invierno.

Además de la atención médica, se prevén talleres para identificar riesgos y enseñar cómo actuar en situaciones límite

Las actividades que se desarrollarán, de acuerdo con este plan, son variadas. Contemplan desde 54 acciones de visibilización lúdico-pedagógicas para 8100 personas en cinco regiones del país, hasta la realización y publicación de un directorio de entidades y programas en marcha para atender a los damnificados.
Se prevén talleres para identificar riesgos y enseñar cómo actuar en situaciones límite, tanto en invierno como en verano, en casos de escorrentías y en los de deslizamiento, cuando colapsan el gas o la electricidad, cómo identificar los lugares seguros, las rutas de evacuación y cómo dirigir simulacros.
A medida que transcurre la reunión en que se detalla una sorprendente y variada gama de actividades de ayuda, se hace evidente que la pastoral social, apremiada por toda clase de catástrofes naturales y sociales, ha cambiado.
Cuarenta y seis años atrás, en febrero de 1965, se había formulado una severa crítica a la acción caritatitva de la Iglesia y la necesidad de una más ambiciosa forma de acercarse a las víctimas de la pobreza y de los desastres de la naturaleza, en el II Congreso Latinoamericano de Cáritas, celebrado en Bogotá.
Allí el obispo de Riobamba, monseñor Leonidas Proaño habló de la necesidad de rescatar a la caridad “de los diminutos círculos en que estaba encerrada”. “El presidente de Cáritas Internacional, Monseñor Carlos Boyer clamaba por “un llamado a la justicia social, a una acción concreta, efectiva y sostenida contra la devastadora pobreza”, mientras el obispo brasileño monseñor Hilario Pandolfo advertía sobre el dilema de millones de hombres subyugados por el subdesarrollo: “o apelar a la fuerza del derecho, o al derecho de la fuerza”.
Desde la primera sesión los delegados de 15 países habían tomado nota de que se trataba de un objetivo más amplio que el simple reajuste de sistemas administrativos para la repartición de leche y pan, y de que los peligros de la pastoral social eran la reducción de su acción pastoral a la simple filantropía, a formar un pueblo de mendigos con una acción asistencialista y la exclusión de los laicos, en una acción que parecía concentrarse en los sacerdotes y las religiosas.
Por esos días el sacerdote Carlos Marín escribía que “no puede entenderse la caridad como si su único y primordial fin fuera suplir las deficiencias de la justicia, pues nuestras obras a favor de los pobres estarían indirectamente retardando la implantación de la justicia social”. Según Marín, esas campañas por los pobres “son una respuesta demasiado pobre e ineficaz para el trágico problema”.
En ese mismo año el director de pastoral social señaló, en vísperas de la Semana de la Caridad, objetivos como “la búsqueda de soluciones eficaces y duraderas”, “instauración de un órden verdaderamente humano”, “dignificación y elevación de los pobres”, “una presencia de la Iglesia, más operante, actual y vivificadora”.
El malestar que latía debajo de estos discursos sería compartido décadas después por los organismos internacionales de ayuda.

Ayuda horizontal

En Somalia una agencia planeó y negoció su programa de ayuda en la plaza de mercado de manera que todos pudieran escuchar y ser parte de la deliberación. Cuando propusieron proveer fondos para la reconstrucción de los edificios comunitarios destruidos, el personal de la agencia mencionó cuántos recursos tenían disponibles para cada comunidad. Las personas reunidas en la plaza conversaron sobre lo que necesitaban, debatieron las prioridades y después de mucha discusión acordaron lo que debía hacerse y cuánto iba a costar. En el momento en que se le pidió a un carpintero estimar el valor de su trabajo para el proyecto, él vio la oportunidad de sacar provecho de la ayuda. Al escuchar la cotización sus vecinos rieron: “no, esto es demasiado caro. Construiste otro edificio el mes pasado por mucho menos”.

 

La ayuda internacional se cuestiona

Así como los agentes de pastoral social habían percibido que su acción era insuficiente o que estimulaba la resignación, las agencias internacionales que proveían ayuda en zonas de conflicto armado llegaron a entender que los recursos de ayuda estimulaban el conflicto cuando, robados por los combatientes, apoyaban ejércitos y servían para comprar armas; o reforzaban la economía de guerra, alimentaban tensiones o dejaban espacio libre para que la industria local se dedicara a abastecer a los actores armados.
En una ONG motivó comentarios y reflexiones la reacción de uno de sus camioneros cuando se firmaron los acuerdos de paz de Dayton. El hombre atravesaba todo el país de Bosnia Herzegovina para llevar alimentos a la población civil, con todo el riesgo de cruzar por campos de batalla, pero ahora, al llegar la paz, ¿qué pasaría? “Conducir los camiones era peligroso durante la guerra, pero eso es nada en comparación con los peligros de la paz. No solo mi familia inmediata, también mi abuelo, los tíos y primos que dependen de mi ingreso. Por eso odio esta paz y desearía la guerra otra vez”.
Estas situaciones están previstas en el texto de “Acción sin daño”, de la especialización sobre el tema, dictado en la Universidad Nacional por la socióloga G. Inés Restrepo: “las personas quedan desprovistas de los mecanismos de protección e interpretación que permiten el transcurso normal de la cotidianidad”. “Si la persona no se siente persona, la ayuda se va a perder”.
La guerra y los desastres naturales han operado como maestros de los agentes y organizaciones de ayuda y han transformado sus prácticas.
Hoy, tanto las ONG como las organizaciones de pastoral social saben que dar es un arte que comienza a revelar sus complejidades cuando se entiende que el ser humano, más allá de sus necesidades elementales de alimento, vestido, medicinas o vivienda, es un ser susceptible de la dignidad o la indignidad, que debe ser atendido integralmente.
Cuando la Cruz Roja acometió la tarea de ayudar a los miles de sobrevivientes de Armero en noviembre de 1985, levantó para ellos unos campamentos como refugio temporal. Hasta estos lugares llegaban diariamente los donativos de la ayuda internacional. Semanas después el efecto fue alarmante: sumidos en una pasividad total, convencidos de que la sociedad estaba en deuda con ellos, cedieron a la actitud de recibirlo todo y de no aportar nada para su recuperación.
Conscientes del daño producido por la ayuda, los directivos de la institución aplicaron esa experiencia años después cuando un terremoto destruyó a Armenia y dejó miles de damnificados. Esta vez fue un punto importante de su ayuda, la incorporación de los damnificados a las cuadrillas de trabajo que reconstruyeron o construyeron sus viviendas.

Las guerras y los desastres naturales han operado como maestros que enseñan a ayudar

No solo las prácticas de ayuda, también la actitud de quienes ayudan ha cambiado. Cuenta la economista Mery B, Anderson en su investigación sobre la ayuda humanitaria durante la guerra:
“en un contexto de posguerra el lugar de estadía del personal de agencia humanitaria se transforma en una especie de centro de participación abierta. El director del proyecto está disponible a una hora determinada cada día para escuchar a cualquier persona sobre cualquier tema. Los comités locales lo frecuentan y las personas se detienen un rato por curiosidad y placer. Gente de todas partes de la antigua guerra es bienvenida”.
“Algunos trabajadores humanitarios deciden vivir con la gente que ayudan, utilizan el transporte público, aprenden el idioma local y viven de manera sencilla. Se vuelven amigos de los beneficiarios, comparten comidas y van a los matrimonios, bautismos y otras ceremonias locales. Hacen sus compran en almacenes locales y comen lo mismo que los demás”. El contacto con víctimas y pobres deja su huella en los que ayudan porque más allá del acto mismo de la ayuda, se ha impuesto una actitud.
Entre esas actitudes, ha evolucionado de modo notorio la del proselitismo. La ayuda que se miraba como un instrumento de propaganda, del que se valían personas de iglesia para captar simpatías y adhesiones. En las reflexiones hechas durante su investigación, Mery Anderson comenzó buscando nuevos enfoques para la ayuda “para evitar el daño y lograr el bien deseado”. Sin embargo, encontró que un rediseño de los programas de asistencia no era suficiente; a cada paso se volvía evidente que el rediseño debía dirigirse también alos que prestan y entregan la ayuda.
“Cuando el personal humanitario está nervioso, escribía, actúa de manera que acentúa la tensión y la sospecha”.
Otras veces los ve utilizando los bienes y sistemas de apoyo para su bienestar: “el mensaje implícito es que los recursos pueden ser usados para fines personales y placenteros y que la rendición de cuentas no es necesaria”.
Subraya el caso de los trabajadores humanitarios que suelen demeritar el trabajo de otras agencias y se niegan a cooperar entre sí.
Son hechos que están imponiendo la necesidad de formación del personal de las agencias de ayuda; y son experiencias que, a su vez, descubren la naturaleza exigente del acto de ayuda.
Cuando se examina la evolución de la pastoral social es fácil detectar allí una respuesta a los conflictos que investiga Anderson, y un avance en las técnicas de ayuda y sobre todo, en la actitud para ayudar.
Con razón escribe en su informe la investigadora Anderson: “aparte de la provisión de bienes y servicios, la ayuda humanitaria también expresa mensajes. El contenido, el estilo y la modalidad de la ayuda, comunican valores. Es lo que resulta evidente en el programa de Pastoral Social en Haití”.

La difícil igualdad en la ayuda

Cuando las comunidades hutus huyeron de Ruanda hacia el este de Zaire, después de que sus milicias cometieron el genocidio contra sus vecinos tutsis y hutus moderados, llegaron a una tierra poco acogedora donde la sobrevivencia no estaba asegurada. La comunidad internacional les brindó ayuda humanitaria para evitar el cólera, el hambre y la muerte. Muy poca ayuda fue dirigida a Ruanda donde los sobrevivientes del genocidio también estaban en situación de riesgo por los daños de la guerra, la escasez de alimentos y los traumas mentales. El hecho de que la ayuda internacional se dirigiera hacia los que habían cometido el genocidio y a las comunidades que los habían acompañado en su huida, más que a quienes habían sufrido el genocidio, generó extrañeza entre la gente de Ruanda y el personal humanitario.
Meses después las agencias de ayuda intentaron corregir ese equívoco focalizando la asistencia en Ruanda, a favor de los sobrevivientes del genocidio. Algunas personas en Ruanda cuestionaron también esta focalización y señalaron que toda clasificación  enfatizaba las diferencias  y establecía beneficios diferenciales de la ayuda, más que los aspectos comunes a todos. Propusieron que la ayuda se clasificara para la comunidad en general, disponible a todos y en un área determinada donde se tuvieran necesidades.

 

Pastoral Social en Haití

En septiembre y octubre pasados, Pastoral Social encontró en marcha proyectos de apoyo a los haitianos como el de las religiosas de San Juan Evangelista que están impulsando proyectos productivos, preparan la construcción de un centro de acogida en donde ofrecen servicios de salud, de orientación jurídica, reubicación de niños y familias y coordinan programas de promoción humana con otras organizaciones. ¿Vieron ustedes distribución de alimentos o acciones de afirmación institucional, en esta lista de acciones?
No son lo principal allí ni en Arrguy-Jacmel, en donde las lauritas construyen un muro de encerramiento para protección de la única escuela del lugar y rampas de comunicación, en previsión de posibles terremotos futuros. Al tiempo, promueven una cultura de protección de suelos y planean la apertura de un comedor.
A las hermanas de la Presentación en Puerto Príncipe se les vino abajo su infraestructura física, sin embargo, andan dedicadas a programas de educación, salud, evangelización y protección de la infancia. Comenzarán en breve la construcción de un centro pastoral para atender a gente con discapacidades y protección de los niños.
Las teresitas de Puerto Príncipe enseñan a las mujeres a producir artesanías y promueven la comercialización de sus productos. Esta tarea la adelantan monjas haitianas en Port de Paix: ellas se especializan en bordados de vistosos colores.
En Fort Liberte están impulsando un movimiento social de protección de la infancia, una actividad indispensable para enfrentar el hecho social de miles de niños que perdieron sus familias y andan desamparados por toda la geografía de Haití. Este fue el tema de una reunión con 71 líderes pastorales.
Las catástrofes, naturales y sociales han enseñado sobre necesidades y ayudas. Hoy la pastoral social es otra. Aún se reparten mercados y ropas, pero como otra actividad.
A su manera las ONG y la pastoral de la Iglesia han coincidido: el amor al prójimo es mucho más exigente de lo que parece a primera vista. Exige una respuesta total a las necesidades de las víctimas. VNC

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