¡Dios a la vista!

ERNESTO OCHOA MORENO

Hay momentos en que uno busca a Dios desesperadamente. Una situación personal difícil, una tragedia, una inesperada encrucijada, un momento intenso de la propia biografía, te llevan a otear el horizonte del misterio. Entonces, como el grito ¡tierra a la vista!, que rompe la garganta del náufrago, el de ¡Dios a la vista!, hecho oración o blasfemia, puede brotar también en el creyente o en el increyente.Pido prestada a Ortega y Gasset, este texto de su libro “El Espectador”, en un acápite titulado así: ¡Dios a la vista!: “En la órbita de la Tierra hay perihelio y afelio: un tiempo de máxima aproximación al Sol y un tiempo de máximo alejamiento. Un espectador astral que viese la Tierra en el momento en que huye del sol pensaría que el planeta no habría de volver nunca junto a él, sino que cada día, eviternamente, se alejaría más. Pero si espera un poco verá que la Tierra, imponiendo una suave flexión a su vuelo, encorva su ruta, volviendo pronto al Sol, como la paloma al palomar y el boomerang a la mano que lo lanzó”.
Y continúa: “Algo parecido ocurre en la órbita de la historia con la mente respecto a Dios. Hay épocas de odium Dei, de gran fuga de lo divino, en que esa enorme montaña de Dios llega casi a desaparecer. Pero al cabo vienen sazones en que súbitamente, con la gracia intacta de una costa virgen, emerge a sotavento el acantilado de la divinidad. La hora de ahora es de este linaje y procede gritar desde la cofa: ¡Dios a la vista!”
Es bello el lenguaje de Ortega y certera su comparación sobre el alejamiento y el reencuentro con Dios. Así sea descontextualizando su análisis, bien puede servir de reflexión para la personalísima angustia de experimentar la lejanía de Dios.
Siempre será grato ver surgir en el horizonte el acantilado de la divinidad. Y oír o lanzar el grito: ¡Dios a la vista!

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