Erradicar la corrupción

(Ramón Zambrano)

La globalización de la información ha puesto en evidencia un poderoso vicio: la corrupción. ¿Dónde está? ¿Quiénes la originan? ¿Quiénes son más corruptos, los países pobres o los países ricos, los que tienen altos índices de cultura o los que no? Creo que con mucha preocupación tenemos que afirmar que la corrupción es un cáncer que muta en la condición humana de aquel que prioriza el bien individual por encima del bien común. Por esta razón, aunque siempre ha estado presente en la sociedad, la corrupción se alimenta del corazón del hombre que, como afirma Benedicto XVI: “tiene una incorrecta relación con Dios”.

Es importante tomar conciencia acerca del poder que ejerce la corrupción instrumentalizando a la persona humana, utilizándola con desprecio para conseguir intereses egoístas. No es un buen síntoma que nuestros jóvenes profesionales sientan que no les queda otra alternativa para progresar que hacer parte de los engranajes a través de los cuales se despliega poderosamente dicho flagelo. Produce desazón y angustia saber que el progreso de una ciudad, de una región y de todo un país, puede estancarse porque los recursos de los impuestos que pagamos todos queden “secuestrados” en los bolsillos de unos pocos. Y más aún, genera desconcierto que muchos escándalos de corrupción salgan a la luz pública, no propiamente por indignación, sino por retaliación de los que implicados en “dichos negocios corruptos” no recibieron las comisiones pactadas debajo de la mesa.
Como creyentes es necesario en nuestras acciones evangelizadoras aterrizar aquellos principios que desde siempre la Iglesia en su doctrina social ha proclamado: la dignidad de la persona humana, el bien común, la solidaridad, la subsidiaridad, la opción preferencial por los pobres, el destino universal de los bienes. Sin la presencia de estos elementos la brecha entre fe y vida en donde anida la deshonestidad, el tráfico de influencias, la desviación de fondos públicos, el clientelismo y demás cabezas de este monstruo seguirán haciendo meya en la sociedad. La soberanía de Dios sobre nuestras vidas, nos hace pensar que solamente somos administradores y que la paga verdadera y los bienes duraderos los dará el Señor cuando en el cielo le demos razón de nuestra gestión.

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