Sanando las heridas de cristianos y musulmanes en Filipinas

El claretiano Ángel Calvo coordina un grupo de diálogo interreligioso por la paz

(José Carlos Rodríguez Soto. Fotos: Javier Mármol / Manos Unidas) En las islas del sur de Filipinas se desarrolla, desde hace cuatro décadas, un conflicto calificado como “de baja intensidad”, pero que ha desgarrado una sociedad marcada por la pobreza, ha sembrado la inseguridad entre la población y ha enrarecido las relaciones entre las comunidades cristianas y musulmanas, cada una sintiéndose marginada y vejada en distintos momentos por razones diversas. El padre Ángel Calvo, claretiano, lleva casi 40 años creando puentes de unión y entendimiento en medio de este mar de confusión y violencia.

Natural de Becilla de Valderabuey (Valladolid), llegó allí en 1972, dos años después de su ordenación, y desde entonces ha vivido la realidad de esta guerra olvidada para la comunidad internacional. Su primer destino fue la isla de Basilán, un lugar paradisíaco.

Pero el paraíso se volvió infierno sin que le diera tiempo siquiera a aclimatarse. “Llegué allí con muchas ganas de trabajar y de organizar una misión con un nuevo estilo”, recuerda el misionero, “pero a los pocos meses el Gobierno impuso la ley marcial en la zona y nos quedamos entre dos fuegos: la guerrilla y el Ejército filipino”.

Los rebeldes que se levantaron en armas se llamaban Frente Moro de Liberación Nacional (MNLF, en siglas inglesas): “Se aprovecharon del gran descontento que había entre la población musulmana, que desde la llegada de los norteamericanos se había sentido marginada. Los gobiernos filipinos concedieron grandes facilidades a compañías y colonos de los Estados Unidos y mucha gente se quedó sin sus tierras. En 1975 se marcharon los norteamericanos, pero el mal ya estaba hecho y la guerra estaba en pleno desarrollo”.

Amenazas del Gobierno

Animados por las líneas pastorales de los obispos de Asia, que insistían en la idea de la misión como diálogo, el padre Ángel y el equipo con el que vivía empezaron a organizar comunidades donde había musulmanes y cristianos que trabajaban juntos por la paz. Durante esos años ayudaron a muchas comunidades a volver de nuevo a sus tierras.

Los líderes del grupo rebelde, en general, respetaban este trabajo, aunque el Gobierno de Ferdinand Marcos les tachó de subversivos y de cooperadores de la guerrilla. Al padre Ángel llegaron a acusarle de ocho cargos distintos.

Aquella primera etapa de su trabajo duró hasta 1986, el año de la caída del dictador Marcos. Tras un período en Roma, en 1992 el claretiano volvió al sur de Filipinas y la situación había empeorado: “Había surgido un nuevo grupo rebelde (los Abu Sayyaf), muy radical y fundamentalista, que desde entonces ha sembrado el pánico en Basilán con secuestros –sobre todo de extranjeros– y matanzas”.

La situación llegó a ser tan amenazadora que al padre Ángel le pidieron que abandonara Basilán y se fuese a Zamboanga. Fue el último sacerdote en salir de la isla, cuando una oleada de asesinatos estaba acabando con ellos.

Desde entonces ha vivido siempre en esta importante ciudad de la isla de Mindanao, centro neurálgico del conflicto, que actualmente cuenta con un millón de habitantes: “En 1994 fundamos un grupo de sociedad civil al que bautizamos como Peace Advocate Zamboanga (PAZ). Trabajamos en coordinación con Shalam, una organización musulmana, para promover una cultura de paz. Damos cursos de educación para la concordia en escuelas, comunidades e incluso en grupos militares, organizamos campos de verano para jóvenes y ayudamos a campesinos con cooperativas de promoción de agricultura orgánica”. Manos Unidas financia alguna de estas iniciativas.

La organización PAZ ha dado lugar a otro movimiento, el Inter-religious Solidarity Movement for Peace (IRSMP), en el que hay creyentes de todo tipo. Como ondas que se expanden por toda la comunidad, PAZ es parte también de un gran consorcio en la isla, Mindanao Peace Weavers (Tejedores de la Paz en Mindanao).

Gracias a la unidad de estos grupos de sociedad civil, han elaborado una hoja de ruta para pacificar esta región, un esfuerzo que el nuevo Gobierno ha reconocido nombrándoles asesores y consultores del proceso de paz actualmente en curso con el MNLF.

Haciendo balance de este trabajo constante y difícil de varias décadas, el misionero reconoce: “Esta labor ha sido un descubrimiento de nuestra misión. El choque con la realidad nos ha forzado a buscar en el diálogo el camino para superar conflictos y divisiones. Intentamos también llegar a un diálogo de fe, aunque éste es un camino mucho más largo”.

En el nº 2.742 de Vida Nueva. Si es usted suscriptor, lea el reportaje completo.

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