ESCUCHEMOS EL CLAMOR

Ignacio Madera Vargas, SDS

Las pasadas fiestas de Navidad me han hecho pensar en algunas realidades, estimulado, no por un pesimismo recalcitrante, sino por la necesidad de ir avanzando en la formación de una conciencia creyente adulta. Ciertamente que Navidad es una fiesta de luces y color. El comercio se encarga de soltar la fantasía y la creatividad con adornos multicolores. Es una temporada especial que  genera una cierta magia que toca el corazón y advierte a la conciencia.

El riesgo mayor de todo este tinglado comercial es el llevarnos a olvidar, entre luces y tintines, el sentido mayor de lo que se ha celebrado: Dios se hizo un hombre en la historia. La encarnación de Dios es uno de los grandes misterios ante los cuales solo podemos decir con los seres celestes de la Escritura: ¡gloria a Dios en el cielo! ¡Y que esa gloria este acompañada de la paz en la tierra!

El niño Jesús en el pesebre de Belén, remite a los clamores de los niños de hoy. Por ello Navidad es igualmente una invitación a la escucha del clamor de todos los pobres de la tierra, para quienes creemos en la misteriosa grandeza de la divinidad humanada.

Escuchar a los niños sin un hospital donde nacer. A los que no van a la escuela porque son campesinos sin posibilidades; los que no tienen un juguete porque solo poseen para distraerse la pobreza sin posibilidades. A los que no tienen derecho a la recreación porque permanecen encerrados en sus casas mientras sus padres salen buscar el pan cotidiano en trabajos de salarios de hambre.

Es verdad, Navidad ha sido un tiempo en el que hemos tenido sentimientos de ternura, de sana emoción y sentido deseo de encontrarnos con las personas que amamos. Pero también ha debe ser el tiempo que nos pidió seguir atentos a la escucha de tantos niños que claman sin oyentes.

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