Cataluña libre de legionarios

(Oriol Domingo – Periodista de La Vanguardia) El cardenal Antonio María Rouco no envió sus legionarios a Barcelona. Afortunadamente. El responsable de una visita papal en una diócesis es su obispo. El arzobispo de Santiago, Julián Barrio. El arzobispo de Barcelona, cardenal Lluís Martínez Sistach. El Papa de la única Iglesia universal, que dirían en la Conferencia Episcopal –por supuesto– Española, ha hecho mención expresa de cada “Iglesia particular” al referirse a las diócesis compostelana y barcelonesa.

Liberada de los Legionarios de Cristo, de Marcial Maciel, pederasta fallecido y otrora protegido por la autoridad competente, los gritos de “Viva el Papa” han sido escasos en las calles de la capital catalana. El estilo católico catalán es contenido. Más sensato, de seny, que de griterío. Más litúrgico romano, que barroco.

La maravillosa celebración del 7 de noviembre en la basílica, impresionante, de la Sagrada Familia ha sido posible gracias a la historia litúrgica existente en Cataluña. Una historia que, desde mucho antes del Vaticano II, cuenta con destacadas instituciones y grandes liturgistas como el obispo emérito Pere Tena, y con un sólido referente de la Iglesia universal como Montserrat. “La liturgia de esta mañana es la expresión más solemne, más articulada entre hombre y Dios, que he visto en los cinco años de pontificado”, recalcó el jefe de prensa del Vaticano, Federico Lombardi, expresando el sentir de un amante de la liturgia como Joseph Ratzinger.

Precisamente, siempre y sobre todo desde el Vaticano II con la introducción de las lenguas de los pueblos en la liturgia, la Iglesia ha contribuido decisivamente en Cataluña a salvar la lengua de sus fieles, especialmente en períodos de persecución. Quien desconozca este hecho no comprenderá la importancia dada a que se utilice el catalán en una liturgia celebrada en Cataluña y presidida por el Papa. El propio Papa defendió la pluralidad lingüística en su discurso de despedida antes de partir de Barcelona a Roma. “Los caminos que atravesaban Europa para llegar a Santiago –dijo– eran muy diversos entre sí, cada uno con su lengua y sus particularidades, pero la fe era la misma. Había un lenguaje común, el Evangelio de Cristo”.

Una imagen negruzca, sin embargo, quebró el encanto de la ceremonia de dedicación del templo. El grupito de monjas limpiando el altar y el suelo. Una escena que pone leña a la encendida polémica sobre el papel de la mujer en la estructura eclesial. Es una cuestión pendiente de solución en el siglo XXI o de mejor explicación. Pero las mujeres cristianas, incluidas las monjas, desarrollan una labor solidaria y social, sin reconocimiento mediático, entre los más débiles de la sociedad. Un ejemplo de este compromiso cívico y cristiano se puso de relieve en la visita de Benedicto XVI a la obra benéfico-social del ‘Nen Déu’.

Gracias a la acción social de instituciones de la Iglesia, este país no cae en una crisis aún más alarmante. José Luis Rodríguez Zapatero no tuvo en cuenta este dato. O no quiso. Optó por una presencia vergonzante en la visita del Papa. Hay que respetar su libertad, como él ha de respetar la libertad de quienes le critican. Zapatero, como ciudadano y presidente de un Estado aconfesional, ha de saber que asistir a un acto de una confesión religiosa como, por ejemplo, una misa católica, no significa comulgar con su creencia. ¿Sabe que los cristianos asisten a ceremonias laicas (bodas, funerales…) sin problema alguno? Sólo algunos cristianos que viven aún en los años 30 del pasado siglo no acuden a ceremonias laicas. También hay agnósticos o ateos que viven según los esquemas de aquella década de los 30.

Y pese la presencia de Reyes, Príncipes y autoridades, el pueblo no aclamó a Benedicto XVI como jefe de Estado. Nadie. El Papa se presentó como Papa. Sólo como Papa. No como papista. El papado no es la roca sobre la que se asienta el mundo ni la Iglesia. La única roca es Jesucristo. Hay que escuchar la homilía de Benedicto XVI en la basílica de la Sagrada Familia. “El Señor Jesús –dijo– es la piedra que soporta el peso del mundo, mantiene la cohesión de la Iglesia y recoge en unidad final todas las conquistas de la humanidad. En él tenemos la Palabra y la presencia de Dios, y de él recibe la Iglesia su vida, doctrina y misión. La Iglesia no tiene consistencia por sí misma. Está llamada a ser signo e instrumento de Cristo, en pura docilidad a su autoridad y en total servicio a su mandato. El único Cristo funda la única Iglesia. Él es la roca sobre la que se cimenta nuestra fe”.

En el nº 2.729 de Vida Nueva.

Número Especial de Vida Nueva

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