Comprometidos con la unidad

(Luis Alberto Gonzalo-Díez, cmf) Los días de oración por la unidad de los cristianos han calado en la vida consagrada. Es una semana especial. La liturgia se ve enriquecida y matizada por una intención nueva: pedirle a Dios que acabe la vergüenza de que, aquellos que nos llamamos cristianos, caminemos por sendas divergentes y, en ocasiones, enfrentadas.

El trinitario García Maestro publicaba en el último número de la revista Vida Religiosa un sentido reconocimiento a D. Julián García Hernando, apóstol y testigo incansable de la unidad. Este hombre, fundador de la familia religiosa Misioneras de la Unidad, es un ejemplo claro de que santidad y unidad deben marchar a la par. No asumir el mandato evangélico de la unidad supone, por tanto, negarse a la bienaventuranza del mismo Dios.

Una vez más, recordemos al papa Juan Pablo II cuando señala: “Si el alma del ecumenismo es la oración y la conversión, no cabe duda que los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica tienen un deber particular de cultivar este compromiso” (VC 100). En este sentido, como bien afirma el religioso claretiano Carlos M. Oliveras: “Quien entra en la ‘mecánica’ de la oración, desemboca en la ‘dinámica’ de la comunión”. Porque no hay nada que simplifique y allane las diferencias como la proximidad de Dios, Padre de todos.

Sí. El escándalo de la división de los cristianos, no es pecado exclusivo de los consagrados, pero también es nues- tro pecado. Se están realizando gestos, pero no bastan. Estamos orando, pero no lo suficiente. Marcado a fuego en el corazón de los que están consagrados, está también la experiencia teologal de leer la vida como una donación de Dios Padre que quiere que todos sus hijos se encuentren y salven.

Hay compromisos que están indicando el por dónde. Y no es menos cierto que ahí también están, sobre todo, los consagrados. Taizé, Bose y, en España, esa gran catequesis de encuentro con Dios que es el Camino de Santiago y, en él, algunos lugares emblemáticos próximos al apóstol, como Sobrado de los Monjes o los Franciscanos. Son gestos. Pequeñas gotas. Semillas. Parábolas como las que contaba el Maestro. No es la unidad anhelada, pero son gérmenes de encuentro. Ámbitos o espacios que no subrayan lo diferente, lugares en los cuales el consagrado o consagrada experimenta que el corazón se le ensancha.

Hay muchas maneras de trabajar por la unidad. Es innegable el camino teológico y doctrinal. En él, son muchos los religiosos que están colaborando activamente. Urge, sin embargo, el camino espiritual, el compromiso con la oración y la paz, porque son también los pilares de una unidad que quiere ser configuradora de la nueva misión de Cristo para esta humanidad.

En este momento de revisión de posiciones y de nuevas respuestas a las necesidades de las personas, los consagrados estamos entendiendo que la vida de los destinatarios es nuestro ámbito de misión.  Nuestra parcela del Reino. Un mundo global y sin fronteras nos ayuda a creer en el valor de la cultura y los orígenes de cada uno. La propuesta de Cristo Salvador es para todos y en todos, con lenguas y acentos distintos, nos pide latir con un mismo corazón.

Los religiosos salvatorianos lo han entendido. Han cedido su templo de Logroño como lugar de encuentro y celebración de la comunidad cristiana ortodoxa. No se trata sólo de ceder espacios para otros hermanos cristianos; se trata también de un nuevo modo de entender la vida, la fraternidad y la conciencia de misión.

MIRADA CON LUPA

La vida consagrada tiene capacidad para sembrar unidad. Seguir a Jesús desde los consejos evangélicos en comunión, nos habla de una gran historia, no de pequeños fragmentos. La apertura ecuménica no es un añadido más para este tiempo: es la gran oportunidad para leer el tiempo como el Maestro está pidiendo. Queremos estar en todos los ámbitos, queremos ofrecer respuestas, queremos tener algo que decir, queremos que se cuente con nosotros… Lo que Él quiere, lo que nos está pidiendo para su Iglesia es que seamos maestros del Espíritu, testigos de la unidad, animadores pacientes en la siembra de la Palabra… compañeros de camino que, diariamente, ofrezcan la cercanía de Dios a todos los caminantes, vengan de donde vengan.

En el nº 2.645 de Vida Nueva.

Compartir