Ser niña y migrante, una doble tragedia en el infierno mexicano

La Iglesia de Acapulco hace pública una carta pastoral contra la trata de menores y la esclavitud infantil

(Pablo Romo Cedano– México DF) Angélica ha vivido su adolescencia en un burdel en Tapachula, en la frontera sur de México. No añora su patria natal, Honduras, pues era muy pequeña cuando llegó aquí. Su padre y su madre la dejaron olvidada en la estación del tren; al menos, eso le dijeron siempre. Su memoria arranca cuando fue comprada a los 9 años de edad por el dueño del establecimiento donde ahora trabaja. El patrón es bueno, pues la ha defendido de otros compradores y la alimenta bien y no le golpea. Yeni, como le dicen en el negocio, no sabe que ese día es su cumpleaños; cumple su mayoría de edad. ¡Ya puede votar! Baila una y otra vez sobre la mesa y mantiene relaciones sexuales hasta diez veces en una noche, sobre todo si es viernes o sábado. Ha oído hablar de los Padres Escalabrininos, que acogen migrantes y los protegen, pero no se atreve a escapar porque ha visto lo que les ha pasado a otras que lo han intentado.

Angélica es sólo un caso de los miles de niñas y niños que sufren esclavitud en México. Ante esta situación, la arquidiócesis de Acapulco ha hecho pública una carta pastoral condenando la trata de menores, “un acto criminal que viola los derechos humanos, la dignidad y la integridad de estos nuevos esclavos y esclavas”. 

Como en Tapachula, Cancún, Tijuana, Ciudad Juárez y otras ciudades del país, “en nuestra región se conocen más los casos de explotación de la prostitución de mujeres y de niños u otras formas de explotación sexual, la servidumbre, la explotación de la mendicidad ajena, el matrimonio servil, la extracción de órganos, y el turismo sexual”, reconocen los obispos de Acapulco. En efecto, el representante de UNICEF en Guerrero, Hugo Hernández Harrell, confirma que Acapulco, Tijuana y Cancún ocupan los primeros lugares en prostitución infantil. Por eso, la Iglesia de Acapulco llama a mirar a la niñez como “don y signo de la presencia de Dios”, cuyos derechos tenemos todos la obligación moral de salvaguardar.

Su arzobispo, Felipe Aguirre Franco, se propone asumir este desafío y, para ello, cuenta con “programas pastorales dirigidos a niños y a adolescentes en nuestras parroquias, a la vez que en el próximo Plan diocesano de pastoral prevemos ocuparnos de una manera especial de los sectores más vulnerables”. Tanto él como su auxiliar, Juan Navarro Castellanos, coinciden con la Relatora Especial de Naciones Unidas para la venta de niños, la prostitución y la pornografía infantil, Ofelia Calzetas Santos, en que la violencia dentro de la familia provoca un aumento del número de niños y niñas de la calle. La violencia y la falta de atención hacia ellos -advierten los prelados- generan una pérdida del aprecio por la infancia que va erosionando el tejido familiar. 

Por último, cabe recordar que, en México, trabajan 3,6 millones de menores de entre 5 y 17 años (el 12,5% de la población en esta franja de edad), y que cuatro de cada diez de ellos no asisten a la escuela. Otra forma de violencia contra la que la Iglesia de Acapulco exhorta a las autoridades a redoblar sus esfuerzos.

SE ACUMULAN LOS CASOS

El problema de la trata de mujeres, niñas y niños es tan amplio que las autoridades no dan abasto con las denuncias. Días atrás, un grupo de migrantes centroamericanos, que presenció cómo una banda armada vestida con uniforme militar secuestraba a 12 mujeres migrantes en Las Anonas (Oaxaca), presentó ante las autoridades federales una denuncia contra los responsables por secuestro, extorsión, robo y amenazas. Y lo hizo con la ayuda del padre Alejandro Solalinde Guerra, coordinador de la Pastoral de Movilidad Humana Pacífico Sur del Episcopado Mexicano y director de un refugio para migrantes en Ixtepec (Oaxaca). Tanto los migrantes como el religioso corren peligro de sufrir represalias por ello, como ya le ocurrió a él mismo el verano pasado, cuando fue amenazado con ser quemado junto con su refugio si no cerraba el centro.

En otro suceso reciente, un grupo de hombres armados atacó un centro de internamiento de migrantes en San Pedro Tapanatepec (Oaxaca) gestionado por el Instituto Nacional de Migración, donde se encontraban 13 personas en espera de ser trasladadas al centro principal de migrantes de Tapachula (Chiapas) para después ser deportadas. Según testigos, los hombres armados secuestraron a ocho mujeres centroamericanas ‘sin papeles’. Las autoridades de Migración niegan dicho secuestro, y los testigos no quieren presentar una denuncia formal.

Los centros nocturnos del país, particularmente de los enclaves turísticos, incrementan día a día el número de mujeres, niñas y niños que son víctimas de estas mafias que secuestran migrantes centroamericanas. Y Acapulco es uno de los destinos favoritos. 

En el nº 2.639 de Vida Nueva.

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