Cristina López Schlichting: “Los misioneros entregan todo porque reciben todo”

  • La periodista ha pronunciado esta tarde en Valladolid el pregón del Domund 2018
  • Ha homenajeado a Anastasio Gil, último director de OMP, recientemente fallecido

Schlichting

La periodista Cristina López Schlichting acaba de pronunciar en la tarde de este jueves 11 de octubre, en la catedral de Valladolid, el pregón que supone un privilegiado pórtico de cara al Domund, que se celebra el domingo 21 de octubre con el lema ‘Cambia el mundo’.

Ante cientos de personas, entre las que figuraban el obispo auxiliar de Valladolid, Luis Javier Argüello, o el subdirector nacional de las Obras Misionales Pontificias (OMP), José María Calderón, la presentadora de ‘Fin de semana’ de Cope ha comenzado con un recuerdo muy especial hacia Anastasio Gil, último director nacional de OMP, recientemente fallecido.

Un sentido recuerdo

“Anastasio –ha dicho– ha dado todas sus energías por los misioneros. (…) Tuvo mil funciones organizativas, pero hizo dos cosas excepcionalmente. La primera, venerar con un respeto absoluto cada céntimo que entraba para las misiones, ahorrando hasta la extenuación. Y, segunda, darnos sin tregua la lata a los periodistas para hacer visibles a los misioneros en los medios”.

“En estos días en que recordábamos su figura –ha detallado–, he contado que cada año sonaba el teléfono o entraba un whatsapp de Anastasio: ‘Cristina…’. ‘Dime, Anastasio’. ‘El artículo…’. Y yo me ponía a ello, porque no admitía discusión”.

Con las mercedarias de la Caridad

En esos artículos, “unas veces rememoraba mi educación con las hermanas mercedarias de la Caridad y nuestras aventuras de niñas que salían a postular por las calles de la ciudad (no se pueden imaginar lo emocionante que puede ser para una cría asumir semejante responsabilidad; cómo te ‘faja’ la respuesta imprevisible de los transeúntes, cómo te ayuda a tomar conciencia de que no estás sola en el globo, de que hay otros que necesitan tu ayuda)”.

“Otras veces –ha asegurado–, rememoraba a misioneros concretos, que he conocido a lo largo de mi vida. O me preguntaba sobre las razones profundas que llevan a una persona cómodamente criada en Occidente a dejar casa y familia y marcharse para siempre a los confines del mundo

Y aquí ha sido cuando ha dirigido su último y entrañable abrazo al amigo que se ha ido: “Para mí, el Domund estará ya siempre unido a la memoria de ese cura enjuto y alegre, tenaz como la gota malaya, que se llamó Anastasio Gil. Y tengo para mí que, en este primer año que nos falta y en que ha cogido los trastos de matar José María Calderón, se está sonriendo pícaramente en el cielo, porque en esta ocasión no solo me ha sacado un artículo o una entrevista en la radio, sino que me tiene aquí, de pregonera del Domund. No sé cómo te las arreglas, Anastasio, que ni difunto paras”.

Un mapamundi misionero

Por su experiencia como corresponsal en varios puntos del planeta, Schlichting ha asegurado que “podría trazar un mapamundi poniendo sobre cada país del globo el rostro de un misionero”. Algo que ha detallado con testimonios concretos: “En la guerra civil de Albania conocí a la franciscana Caterina; en Argel, a las agustinas misioneras; en Calcuta, a las misioneras de la Caridad… Da igual la gravedad del suceso o las extremas condiciones de vida: donde ya no queda un organismo internacional, cuando han huido hasta las ONGs, siempre hay un misionero. Son un anclaje con el terreno y una fuente de noticias indispensable”.

En este sentido, percibe que han cambiado mucho las cosas en las últimas décadas: “Cuando comencé a trabajar en la prensa, con 22 años, los misioneros españoles eran 25.000; hoy ya solo quedan 12.000. Habría que reflexionar sobre ello”.

El ejemplo de Ignacio García Alonso

Pero, si entrañable ha sido su homenaje a Anastasio Gil, no menos lo ha sido el recuerdo hacia el lasalliano burgalés Ignacio García Alonso, asesinado en Burkina Faso tras varias décadas de presencia encarnada en Níger. Contactó con él en los años 90 cuando quería visitar una región dominada por los tuaregs.

La conversación, narrada por la periodista con un estilo muy radiofónico, transcurrió más o menos así: ‘Oiga, ¿está Ignacio García?’ ‘Soy yo, ¿en qué puedo ayudarte?’. ‘Hola, mire, es que me gustaría ir a Níger para hacer un reportaje y necesito hablar con alguien que lleve un tiempo por allí’. ‘Yo llevo un tiempo’. ‘¿Cuánto, conoce la zona?’. ‘Unos treinta años (un cooperante considera que dos, cinco años en un sitio son bastantes; esta gente cuenta las estancias por décadas)’. ‘Yo quería ir al norte, hacia territorio tuareg. ¿Es peligroso?’. ‘¡Oh, no, no, ya no! Se sube acompañando a los convoyes militares y la vida ya no peligra como antes’. ‘Pero ¿hay ataques?’. ‘Bueno, pero como mucho te quitan el jeep (insisto, son gente especial)’. ‘Hermano, ¿qué me dice del clima?’. ‘Ahora es muy bueno’. ‘¿Qué temperatura tienen?’. ‘Ahora solo 45 o 46 grados (empecé a sudar)’”.

Un misterio profundo

Deslumbrada por “el optimismo imbatible de aquel hombre”, un tiempo después pudo comer con él en una de sus visitas a España. Un momento que tiene muy presente: “Ignacio era un hombre de metro setenta, de 55 años, muy delgado, sencillo, divertido. Era el menor de nueve hermanos y de niño había sido monaguillo en su pueblo, Pedrosa del Río Urgel. Cuando tenía 13 años, un religioso de La Salle habló en su escuela y pidió vocaciones. Él levantó la mano, aunque le confesó que no supo por qué lo hizo: ‘No sé por qué lo hice, es un misterio. Luego, con el tiempo, fui desbrozando la llamada y eligiéndola día a día, porque esto es día a día, ¿sabe? Como el matrimonio’. Tenía una forma natural y campesina de exponer las cosas”.

Ocho años más tarde, “un titular me golpeó el alma: ‘Asesinado a machetazos un misionero burgalés en Burkina Faso’. No quería creerlo y, además (me agarré a un clavo ardiendo), no era el mismo país. Comprobé los datos; el nombre coincidía: Ignacio García Alonso. La letra pequeña explicaba que se había trasladado de Níger a Burkina Faso, que estaba dirigiendo una escuela de formación laboral y un plan de formación agrícola para jóvenes. Era él. Ignacio había tenido que expulsar a un chico que había robado varias veces en la escuela. Se sospechaba que alguien del entorno del menor se había vengado. También se precisaba que el cuerpo estaba desfigurado, y el cráneo, destruido. Me vinieron a la memoria las palabras que me había dicho: ‘Yo estoy donde Cristo me pide que esté. Con sus fuerzas, claro, porque, si no, me resultaría imposible’.

Una llamada, no una idea

Entonces, le preguntó por qué no regresaba a casa. Y su respuesta la tiene grabada a fuego: “Sigo una llamada, no una idea ni un código moral. Cristo es una persona viva y mantengo una relación con Él. Es mi respuesta personal a una llamada personal. Y no la cambiaría por nada”.

Schilichting también ha puesto a otros misioneros como ejemplo, como Victoria Braquehais, de la congregación Pureza de María, quien, a sus 42 años, está en el Congo: “Ella también se refiere a la ‘llamada de Jesús’. ‘Mi casa –me escribe– no es mi país, mi casa es el mundo. Todo ser humano es mi hermano‘. A Victoria, esta vida parece garantizarle una gran frescura, una capacidad renovada de escucha”.

“Trabajando día a día en la sombra –ha reivindicando la periodista–, en su nuevo hogar que es el mundo, estos misioneros cambian lo que les rodea. Hasta extremos difícilmente calculables”. Así, tras contar más anécdotas salidas directamente del corazón, Schilchting ha apuntado que “los judíos dicen que, ‘quien salva una vida, salva el mundo entero’. Creo que tienen razón. El misionero afirma la dignidad de la persona, toda persona, independientemente de su color, su nacionalidad o su fe”.

El ejemplo de la Madre Teresa

“Me acuerdo en este punto –ha recalcado– de Teresa de Calcuta, que instaba a los hindúes a ser mejores hindúes, a los musulmanes a seguir mejor al Profeta, a los budistas a ser perfectos budistas. También decía: ‘Podéis llamarlo como queráis. Yo lo llamo Jesús’. Ella percibía con claridad la nostalgia que alberga el corazón de cada uno de nosotros. Por la Madre Teresa rezaron en su funeral –que tuve el honor de cubrir– hindúes, musulmanes, sijs o zoroastrianos, y no porque ella relativizase su catolicismo, sino porque respetaba y alentaba a las personas desde el núcleo mismo de su identidad, desde el respeto a sus respectivas creencias”.

Ha recordado una vez mas a Ignacio García Alonso –“puede que no muriese asesinado. A lo mejor…, tal vez es que le pidieron la vida por África, y la dio libremente– y a los 19 religiosos y religiosas que fueron asesinados en Argelia entre 1994 y 1996 por el Grupo Islámico Armado –a todos ellos les movió un solo deseo: “no querían dejar solos a los argelinos”–.

Con los hermanos musulmanes

Sobre estas últimas, ha leído parte del testamento espiritual que, el 1 de enero de 1994, dejó el prior trapense, Christian de Chergé: “Si me sucediera un día (y ese día podría ser hoy) ser víctima del terrorismo, yo quisiera que mi comunidad, mi Iglesia, mi familia, recuerden que mi vida estaba entregada a Dios y a este país. Mi muerte, evidentemente, parecerá dar la razón a los que me han tratado, a la ligera, de ingenuo o de idealista. Pero han de saber que por fin será colmada mi más punzante curiosidad. Entonces podré, si Dios así lo quiere, hundir mi mirada en la del Padre para contemplar con Él a sus hijos del islam tal como Él los ve, enteramente iluminados por la gloria de Cristo, frutos de su pasión, inundados por el don del Espíritu, cuyo gozo secreto será siempre establecer la comunión y restablecer la semejanza, jugando con las diferencias”.

“Este hombre –ha defendido Schlichting– no solo perdona, es que aspira a reencontrarse en la felicidad eterna con el hombre que le quitó la vida. ¿Hay mayor caridad?”.

Y ha concluido de un modo vibrante: “Los misioneros no son gente ingenua, pobres palurdos de épocas pasadas. Tampoco son filántropos, u hombres y mujeres que luchan simplemente por la justicia universal (cosa que también hacen). No, el suyo es un testimonio revolucionario de la verdad profunda que es la de todos. Son seres humanos que van hasta el fondo de sí mismos y regresan con una mirada enamorada que les hace reconocer, con una profundidad abismal, la dignidad de los otros. Entregan todo porque reciben todo. Existen para restablecer la estatura del ser humano. También la nuestra. El Domund cambia el mundo, yo lo he visto. Que nos cambie en 2018 a nosotros”.

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