La Iglesia, allí donde no llega el Estado

voluntario en el economato puesto en marcha por la parroquia Beata María Ana Mogas, en Madrid
personas en el economato puesto en marcha por la parroquia Beata María Ana Mogas, en Madrid

Economato puesto en marcha por la parroquia Beata Ana María Mogas, en Madrid

La Iglesia, allí donde no llega el Estado [extracto]

MIGUEL ÁNGEL MORENO. Fotos: GONZALO PÉREZ | En los últimos años, y en paralelo con las personas afectadas por la crisis, la Iglesia ha redoblado esfuerzos por paliar su desesperación. Allí donde ya no hay más puertas a las que llamar, aparece una institución eclesial tendiendo una mano. Lo hacía antes de la crisis; y lo hará después. ¿Su valor en el mercado? Más de 30.000 millones de euros. O mejor, más de 30.000 millones de razones.

En una escena cada vez más habitual de la España en crisis, un comedor social de un barrio madrileño apura los últimos minutos del tiempo de comida con una fila de personas que aún aguardan a la entrada. 350 kilómetros al este, en Valencia, un preso que ha alcanzado el tercer grado consigue una plaza en una casa de acogida que le ayudará en su proceso de reinserción lejos de la cárcel. En Tenerife, una persona con el virus del VIH y sin recursos es atendida en un centro de acogida en el que puede recuperar su salud. De vuelta a la península, otra familia abastece su despensa en un economato solidario madrileño en el que pueden obtener los alimentos básicos…

Son retazos de historias reales que forman parte de problemáticas muy distintas y en las que la Iglesia, sus instituciones, la Vida Consagrada o las ONG eclesiales, adoptan un papel de sostén para muchas personas que no tienen otros recursos a los que acudir, o que tienen que combinar ayudas de unos y otros lugares, públicas y privadas, para seguir adelante. Historias que se viven en un contexto de incremento de la exclusión social en España, que afecta a 5 millones de personas en su categoría más severa, y a 11,7 millones si se incluye la exclusión leve, según datos de FOESSA en su VII Informe, publicado en 2014. Y en ese contexto, la actividad social y caritativa de la Iglesia crece, cubriendo los huecos del Estado del Bienestar.

Según la Memoria de actividades de la Conferencia Episcopal Española (CEE), el número de centros sociales y asistenciales de las instituciones de la Iglesia creció un 67% entre 2009 y 2012: de los 4.861 lugares en 2009 a 8.135 de 2012. Unos tres millones y medio de personas fueron atendidas en ellos durante ese último año. Las personas atendidas, por su parte, aumentaron un 25% en los tres años de los que se tienen datos: de 1,78 millones en 2010 a 2,25 millones en 2012.personas en el economato puesto en marcha por la parroquia Beata María Ana Mogas, en Madrid

Las instituciones eclesiales reaccionan ante la pobreza y asumen “muchas cosas que no tendrían que hacer”, según señala Rainer Gehrig, coordinador del Máster en Desarrollo Social de la Universidad Católica de Murcia. “La Iglesia no tiene capacidad para sustituir al Estado pero, en la práctica, lo está haciendo, porque las necesidades están ahí y el Estado no reacciona”, argumenta.

Aunque no hay datos oficiales sobre el ahorro que la Iglesia genera al Estado a través de su labor social, según ha podido confirmar Vida Nueva, la aportación tanto a la sociedad como a la administración supera la cifra de los 30.000 millones de euros que se viene manejando en los últimos años.

Para Gehrig, otra clave es que las actividades sociales de la Iglesia se están expandiendo de los más excluidos a capas más amplias de la sociedad. “La forma de actuar es centrarse en primeras necesidades, acentuadas por la crisis. Se han reabierto comedores sociales cuando antes se veían como un retraso y los bancos de alimentos han crecido muchísimo. Hubo un tiempo en que esto se veía superado y se trabajaba más en la promoción de la persona y la reinserción laboral”, apunta.

Se trata, además, de una labor que forma parte “del ser y de la misión de la Iglesia”, según razona Jorge Otaduy, profesor de Derecho Canónico de la Universidad de Navarra, que enmarca esta labor como parte del anuncio evangélico. “Este anuncio de Jesucristo se realiza mediante la predicación de la Palabra, la celebración de los sacramentos y el servicio de la caridad. Esta es la razón por la que la Iglesia nunca dejará su labor social”, argumenta.

La lucha por el día a día

El Centro de Acogida e Integración Social Santiago Masarnau, en el barrio madrileño de Batán, es un hervidero de personas a partir de las doce y cuarto del mediodía. Durante una hora pueden llegar a servirse más de doscientas comidas en este centro de la Sociedad de San Vicente de Paúl. En marcha desde 1998, ha visto pasar los distintos procesos migratorios y sociales en los usuarios del comedor. “Al principio, durante la época de la mayor llegada de inmigración, venía mucha gente de Latinoamérica; luego comenzaron a venir muchas personas de Europa del Este. Ahora hay mucha diversidad de procedencias”, explica Teresa de Jesús, del equipo coordinador del centro.

Las personas que acuden a este comedor tienen que cumplimentar una ficha de usuario y también pueden acceder a atención sanitaria, laboral, al banco de alimentos o al ropero. María, una mujer portuguesa que lleva más de veinte años en España, acude al centro desde hace siete. “Empecé a tener problemas de trabajo y terminé pidiendo ayudas porque tengo problemas de salud”, comenta. La mayoría de esa ayuda pública se la lleva el alquiler de la habitación en la que vive.

Otros acuden cuando la situación laboral les da la espalda, como Edgar, ingeniero químico que llegó en 2008 de Perú. Ha trabajado en todo tipo de labores y conoció el centro en 2011. “Venía días alternos, aunque luego comenzó a ser perenne. Ahora estoy dado de alta en la Seguridad Social, pero trabajo pocas horas. Hice un curso de automatización y estoy buscando prácticas en empresas. Si no lo necesitara, no vendría”, explica a estre semanario.

voluntario en el economato puesto en marcha por la parroquia Beata María Ana Mogas, en Madrid

Uno de los voluntarios del economato madrileño

Las Conferencias de San Vicente de Paúl procuraron ayuda básica (alimentación, medicinas, suministros…) a más de 65.000 personas en toda España durante 2013. Con un millar de voluntarios en todo el país, muchos son personas jubiladas, como Cándido, el gerente del centro, o Paulino, que se define como un “bombero”, siempre preparado para acudir en busca de donaciones de alimentos. También tienen algunas ayudas más jóvenes, que vienen a tener experiencias de voluntariado o a realizar trabajos de carácter social.

Reintegración de presos

Los esfuerzos sociales eclesiales también destacan en el ámbito penitenciario, donde ejercen su pastoral unos 200 capellanes, más de 2.500 voluntarios y casi 500 parroquias. En Valencia, tres congregaciones llevan cinco años con un proyecto pionero en la cárcel de Picassent. El programa, liderado por la diócesis valenciana, pone de acuerdo a religiosos mercedarios, jesuitas y redentoristas para establecer un sistema de reinserción para presos en tercer grado.

Comenzaron por establecer un Punto de Orientación Penitenciaria (POP), que da formación y orientación laboral. “Estaban muy perdidos al salir, después de un tiempo de estancamiento en el que se rompen relaciones familiares y han paralizado su vida. Lo lanzamos en 2011 y fue un proyecto pionero en España”, detalla Javier Palomares, mercedario y director de la pastoral penitenciaria de Valencia.

A partir de este POP, gestionado por voluntarios y en el que se imparte formación laboral, académica, lúdica o psicológica, pusieron en marcha lugares de acogida como el piso Claver (gestionado por los jesuitas) o el hogar Scala (redentoristas), destinados a los presos que alcanzaban el tercer grado pero no tenían apoyos familiares o vivienda. Así, pueden dedicar las horas del día a buscar empleo y a formarse para acceder al mercado laboral, mientras que por la noche acuden a un hogar tutelado en lugar de al Centro de Integración Social (CIS), ubicado en el recinto de la cárcel y cuyas condiciones no las más aconsejables.

Nicolás (nombre ficticio) reconoce que antes de acudir al Proyecto Scala llevaba mucho tiempo en el CIS de Picassent. “Es un sitio donde hay unas 300 ó 400 personas. No hay habitaciones, sino galerías grandes donde convivimos todos los internos. Ahí se generan tensiones, conflictos, porque no dejan dormir, otros consumen droga…”, explica este colombiano de unos cuarenta años, que ya ha cumplido más de la mitad de su condena. “Encontrarme a estos religiosos fue para mí una bendición; encontré a unas personas que me tratan como soy: alguien que ha cometido un error y ya lo ha pagado. Nadie tiene por qué volverme a juzgar”, agrega.

En el caso de Alfredo (nombre ficticio), esa formación le permite continuar hacia su objetivo después de obtener el tercer grado: encontrar un trabajo que le permita en un futuro irse a vivir con su novia. “Yo asumí mi responsabilidad y he estado cumpliendo; pero no soy conflictivo, ni tampoco alguien que no sepa buscarse las castañas. Pretendo trabajar y estoy en búsqueda”, comenta a Vida Nueva.

“En el ámbito de la reinserción, en la Iglesia tenemos muy buena fama. Se trabaja muy bien, bastante coordinados. Tenemos una credibilidad de antemano que se agradece”, declara Palomares. Reciben fondos, tanto de la diócesis como de Instituciones Penitenciarias, que les aportan una cantidad por la acogida a los reclusos en tercer grado, y también organizan actividades solidarias para financiar los proyectos.

Importante presencia en el ámbito sanitario

La confianza de las instituciones públicas en los proyectos eclesiales también se da en otros ámbitos, como el sanitario. El Proyecto Lázaro, de Cáritas Tenerife, que atiende a personas infectadas por el virus del VIH, se ha convertido en una referencia gracias a su atención de las situaciones más complejas, como las patologías duales. “En ellas, a la enfermedad o la adicción, se unen trastornos mentales y conductuales”, explica Eva Llarena, psicóloga y coordinadora del proyecto, que brindó acogida completa a 28 personas durante el año 2013. A nivel estatal, Cáritas invirtió durante ese año más de 2,27 millones de euros en la lucha contra el sida, según su Memoria.

“Las personas con VIH a las que atendemos tienen complicado acudir a otros recursos, ya que las personas con enfermedades infectotransmisibles no son acogidas por los centros de día públicos. Se quedan en un limbo”, apunta Llarena. El que ella coordina es el único centro a nivel regional que acoge a estas personas. “Acabamos parcheando labores que deberían hacer a nivel público las instituciones”, exclama.

Daniel (nombre ficticio) lleva ocho meses en acogida en el Proyecto Lázaro después de haber llegado a una situación límite, tanto a nivel vital como económico. “Toqué fondo”, asegura en una conversación telefónica. “Me ayudaron tanto psicológicamente como en todo lo demás. Me han dado casa, comida, cariño… Es un proyecto fantástico para alguien que está en en una situación como la mía. No es solo el trato; ahora esto es mi casa”, confiesa Daniel, que continúa restableciéndose de varias dolencias, entre ellas un cáncer, al tiempo que desde el proyecto le ayudan a tramitar la concesión de una ayuda pública.

alimentos en el economato puesto en marcha por la parroquia Beata María Ana Mogas, en Madrid

Los alimentos están al 30% o al 40% de su valor en un supermercado habitual

Un pequeño pero esencial supermercado

La dignidad en el trato a las personas también es la clave de iniciativas como el Economato Social de la parroquia de la Beata María Ana Mogas, en el barrio madrileño de Tres Olivos. Durante dos días a la semana, uno de los salones parroquiales se convierte en un pequeño supermercado que atiende de forma ordenada a varios grupos de personas procedentes de las Cáritas parroquiales cercanas. La pequeña tienda es regentada por un grupo de voluntarios en edad de jubilación, ayudados por chicos y chicas con síndrome de Down que acuden desde una institución cercana.

“Los precios están al 30 o al 40% de su valor, también en función de si son productos de primera necesidad o más prescindibles”, explica Eusebio, voluntario del economato. Una docena de huevos cuesta 55 céntimos, 35 el litro de aceite o 30 el kilo de arroz, mientras que una caja de detergente llega a costar 1,20 euros. Tienen un límite de compra especificado por Cáritas en una tarjeta que les permite acceder a los beneficios del economato.

María Eugenia, una mujer enjuta de mediana edad, lleva menos de un mes como usuaria y le encuentra pros y contras respecto a las recogidas de alimentos tradicionales. “En Cáritas no tienes que pagar, pero aquí puedes elegir”, explica. Judith, una joven que no supera la veintena, recoge comida para los cuatro miembros de su familia, aunque con ella vivan diez personas. “Mi marido está en paro. No tengo más ayuda que la que sacamos de aquí”, comenta. Una de las cosas que han detectado en las personas que acuden es que necesitan algo de formación para la administración del hogar, por lo que se han puesto en marcha cursos de administración doméstica. “Muchos no tienen conocimientos para administrarse mejor y salir de la pobreza”, apunta Alfredo, otro de los voluntarios.

El proyecto del economato llegó a esta parroquia a partir de un patrocinio privado. Llevaban dos años repartiendo comida y, gracias a esa aportación, lanzaron el proyecto y lo aprovisionan sumando las aportaciones particulares y lo que consiguen con las ‘operaciones kilo’. “Queríamos hacer algo digno, que fuera como una tienda de cualquier barrio”, explica Jorge González, párroco de Beata María Ana Mogas. La iniciativa fue pionera en Madrid, aunque no fue fácil. “A los tres meses, yo quería cerrarlo. Era un follón…”, reconoce el sacerdote, quien, pasado un año y medio, mantiene en pie la iniciativa junto a unos quince voluntarios.

Devolver la dignidad a la mujer

Salir de la pobreza, recuperar la salud o encontrar la salida a situaciones tan complicadas como las redes de prostitución, trata de personas o violencia de género es el trabajo de la Fundación Amaranta, de las religiosas adoratrices, que atendió a 458 mujeres y 75 menores durante el año 2013.personas en el economato puesto en marcha por la parroquia Beata María Ana Mogas, en Madrid

“Trabajamos con prostitución y trata, violencia de género, reclusos y exreclusos, rehabilitación de tóxicodependienes, apoyo a mujeres gestantes sin apoyos, tratamiento de la exclusión de la mujer con distintas problemáticas y su promoción”, explica Ana Almarza, directora del Proyecto Esperanza, que atendió a 92 mujeres en la Comunidad de Madrid durante el año 2013.

Su trabajo pasa por identificar situaciones de trata de personas o de violencia de género, aunque en muchas ocasiones también les llegan los casos por mediación de las fuerzas de seguridad del Estado. A partir de entonces, comienza un camino que siempre es personal y depende de los pasos que quiera llevar cada una. “Cuando una mujer se acerca a nosotras, las preguntas son dónde quieres estar y qué quieres hacer. Depende de lo que la mujer necesite. Y cuando ella dice que hemos terminado, hemos terminado”, apunta Almarza.

Una de las mujeres que pasó por la dureza de la trata es Katy (nombre ficticio), una joven camerunesa que pudo, de la mano de las adoratrices, ponerse en marcha hacia un futuro distinto. Hoy está estudiando Formación Profesional, en el segundo curso de Comercio. “Soy una persona diferente, tanto física como psicológicamente. En la forma de pensar, de mirar las cosas, de reaccionar frente a las situaciones… Tengo confianza en mí misma y en los demás”, relata en una carta que remitió a las religiosas. “Inhalo felicidad, fuerza, inspiración, estímulo; y exhalo agradecimiento, amor, gracias y, sobre todo, la promesa de llegar a donde me proponga sin importar los inconvenientes”, les confiesa.

Los proyectos de estas religiosas (el pasado abril recibieron de manos de Felipe VI el IV Premio de Derechos Humanos Rey de España por su labor) tienen mucho de colaboración con las entidades públicas. En muchos casos, son proyectos de referencia, integrados en las redes de lucha contra la violencia de género. “Somos una congregación religiosa que responde a una misión concreta. Buscamos dar respuesta a una situación de necesidad de las mujeres en diferentes realidades de vida, y buscamos todos los recursos donde sea necesario”, explica Pilar Casas, directora de la Fundación Amaranta, que engloba los proyectos de las adoratrices en España

Para esta misión destacan no solo su profesionalidad, sino los valores que les llevan a realizar este trabajo social, y que les da un punto diferencial a su actividad. “Profesionales hay buenísimos, pero nosotras tenemos esta visión de las personas como hijos de Dios, como gente que se merece todo”, confiesa Casas.

En el nº 2.941 de Vida Nueva

 

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