Editorial

La Iglesia no recorta en caridad

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EDITORIAL VIDA NUEVA | La recensión económica que ha atravesado y atraviesa nuestro país ha desembocado en algo más que en un reajuste en el poder adquisitivo de los ciudadanos para devenir en un recorte de derechos sociales. La sanidad, la educación o las ayudas a la dependencia han visto congeladas, cuando no mermadas, sus partidas en los presupuestos públicos, a la vez que se reducían las vías de ingresos para las familias, en muchos casos hasta verlos desaparecer por completo a medida que se disparaba la deuda.

Este tijeretazo ha devenido en dramas personales escenificados en desahucios, desempleo, copagos inasumibles, pensiones que no cubren los recibos mínimos… Con el objetivo de evitar el rescate y evitar el complicado trance que hoy atraviesa el pueblo griego, los más débiles de la sociedad han tenido que pagar una vez más el peaje de las grietas del Estado del Bienestar.

Y allí donde las administraciones públicas ya no llegan tras cortar de raíz sus prestaciones, la Iglesia está dando literalmente el callo. Sacerdotes, religiosos y laicos no solo han mantenido su acción caritativa con unos recursos más ajustados, sino que los han estirado hasta tal punto de aumentar, por ejemplo, el número de centros sociales y asistenciales hasta un 67%. De esta manera, las parroquias y las comunidades religiosas se han convertido en otro INEM, en otra escuela de formación, en la otra guardería, en otra oficina promotora de viviendas sociales…

Así, cada uno de estos microproyectos que construyen el Reino y que demuestran que otro mundo es posible más allá de la economía de la exclusión, la Iglesia le ahorra a las arcas públicas más de 30.000 millones de euros. Cuesta imaginar la parálisis que sufriría el país si de un día para otro se esfumara esta ingente labor social.

No está de más recordarlo cuando, en plena campaña electoral, algunos utilizan la presencia pública de la religión como arma arrojadiza para intentar captar algún que otra papeleta en la urna o, al menos, lograr desviarlo, precisamente cuando en estas semanas los españoles también se ven en la tesitura de decidir si marcan la casilla de ayuda a la Iglesia y a fines sociales en su declaración de la Renta. Porque donde los partidos políticos ven un voto o una cifra, la Iglesia solo contempla a una persona a quien devolver la dignidad desde la verdad del Evangelio.

En esta coyuntura, la Iglesia se ha reivindicado, sin buscarlo, en el lugar donde recomponer desde la acogida y la escucha frente al dolor y el sufrimiento fruto de una burocracia que poco o nada entiende de las heridas personales que acarrea no tener un trabajo o perder el hogar. Porque el único privilegio que tiene la Iglesia es el de poder servir a aquellos que han perdido la dignidad para mostrarle la mano tendida de Jesús de Nazaret para entregar un kilo de arroz, resolver el papeleo de un inmigrante o rescatar a una víctima de la trata.

El desafío que se presenta ahora a la comunidad cristiana que acoge y acompaña pasa por transformar ese rol asistencial de urgencia en oportunidades a través de los programas de formación, promoción y desarrollo que ya existían antes de la crisis y que, sin duda, volverán a poner en valor que la caridad no se recorta.

En el nº 2.941 de Vida Nueva

 

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