Un dolor habitable

Para afrontar la pérdida de un ser querido el acompañamiento adecuado es fundamental

Funeral por los jóvenes muertos en el accidente en Badajoz.

Funeral por los fallecidos en el accidente en Badajoz.

Un dolor habitable [ver extracto]

JOSÉ LUIS PALACIOS | Cuando un hijo muere de repente, la vida de sus padres se desmorona en un instante. El desamparo y el dolor se antojan infinitos. En esta situación se han visto los padres de Ismael, de 13 años de edad; José Manuel, de 12; Juan Pedro, de 14 años; y Bernardo y Javier, ambos de 15, vecinos de Monterrubio y de La Nava, en la zona de la Serena, en Badajoz, que el pasado 8 de mayo murieron en accidente de tráfico cuando el minibús en el que viajaban de vuelta, después de haber jugado un partido de fútbol, chocó con una retroexcavadora.

El accidente conmocionó a la sociedad española. Al funeral, celebrado en el polideportivo de Monterrubio y oficiado por el arzobispo de Badajoz, Santiago García Aracil, acudieron conocidas personalidades, además de los vecinos de la zona. El mismo papa Francisco envió un mensaje al titular de la diócesis pacense en el que expresaba “su cercanía espiritual a todos los afectados en tan lamentable percance”. Lo propio hizo el nuncio en España, Renzo Fratini, y el secretario general de la Conferencia Episcopal Española (CEE), José María Gil Tamayo, oriundo de la zona donde se produjo la tragedia.

En la ceremonia fúnebre, el obispo García Aracil reconocía que, ante el grave accidente, no cabe más que “la sincera condolencia con los que sufren la desgracia en primer lugar y, con quienes, de forma especial, se ven afectados por las consecuencias del mal que les ha tocado tan directamente”.

Como no podía ser menos, en la homilía reconocía que “el dolor de los padres cristianos ante el sorprendente fallecimiento de los hijos hace brotar en su corazón la amarga pregunta que necesita una respuesta consoladora no fácil de encontrar en el momento”. El mismo prelado acertó a responder que:

El misterio de lo que no entendemos y el dolor que puede invadirnos nos hacen sospechar fundadamente que Dios está detrás de todo ello y que, por tanto, aceptando su voluntad que todavía no entendemos, Él bendecirá la vida de los que partieron y nos ayudará a superar el dolor de los que permanecemos en este valle de lágrimas.

 

Comunión con quien sufre

En el funeral estuvo también presente, como no podía ser de otra manera, el párroco de Monterrubio, Máximo Martín Corvillo. Desde que tuvo noticias del fatal acontecimiento, quiso acompañar a los familiares. Lamentablemente, tenía experiencia en una situación así. Había perdido a un sobrino de 18 años. Los recuerdos de aquella situación volvieron a su mente.

“No supe qué decir a mi hermano”, confiesa. En este caso, “procuré estar cerca de ellos, consolarlos en lo posible, acompañarlos, estar ahí. A todos les conocía, les he bautizado, dado la primer comunión, les he visto en misa o me he cruzado con ellos”, relataba el presbítero, hondamente afectado.

De aquella larga noche en Monterrubio de la Serena, codo con codo con los profesionales sanitarios movilizados, rememoraba: “Lloramos como magdalenas; todo el mundo quería ayudar, pero no siempre encontramos la mejor manera de hacerlo”. Al término del oficio religioso, Máximo Martín fue el encargado de hablar por boca de las familias para dar las gracias a todos los vecinos del pueblo por el trato recibido, incluso con quienes no vivían en la localidad.

“Hace falta mucha capacidad de comprensión, ser muy delicado, porque es un momento muy difícil y las familias están muy mal”, detallaba sobre el modo en que quiso asistir a los dolientes. Añadía:

No podemos saber el porqué, no hay un porqué que nos dé una respuesta satisfactoria; si acaso nos queda, desde la fe, el consuelo de pensar que están en el cielo y que de algún modo siguen viviendo, pero eso es algo que, sobre todo al principio no les calma, como es natural.

Marisa Magaña.

Marisa Magaña.

Considera este sacerdote que “no se puede decir alegremente que Dios lo ha querido así, sin más, porque antes que nada nos dio la libertad, hay que ponerse en comunión con los padres que sufren e intentar iluminar ese dolor a la luz del Evangelio, que en estos casos sí es un consuelo, si creemos en la resurrección”.

Al torbellino emocional de los primeros días, los psicólogos lo llaman “estado de shock”. El entorno más cercano intenta llenar con su presencia el espacio vacío. Marisa Magaña, directora del Centro de Escucha San Camilo y experta en duelo [ver entrevista], indica que:

El mejor apoyo que se puede dar a los familiares es estando cerca, escuchando cuando necesitan hablar y permitiendo el desahogo del llanto o la rabia, sin ningún tipo de consuelo represivo, sino facilitando que saquen fuera sus sentimientos.

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La especialista en cuidados paliativos y coautora de Morir nos siente fatal (San Pablo, 2011), Marta López Alonso, coincide en señalar que, en una primera fase:

Hay que responder en orden a la necesidad del que sufre el dolor por la tragedia. La presencia y el apoyo –la mayor parte de las veces silencioso– es el primer paso. Dejar que el que sufre exprese, sin acosarlo, dejarle llorar y drenar el dolor en un proceso lento y sin tiempos.

No obstante, la intervención de especialistas puede mejorar los resultados: “Tanto el médico y la medicación, el psicólogo y la terapia, el sacerdote y el acompañamiento en orden al credo religioso, el cariño terapéutico y la escucha de los amigos, son fundamentales como medio; es decir, vivir con paz la pérdida irremediable”, completa.

En su opinión: “La paz será el fruto lento que pasa por el equilibrio del cuerpo y el espíritu. Es importante que nos tomemos en serio la ayuda profesional a todos los niveles”.
 

Centros de Escucha

La necesidad de acompañar adecuadamente el duelo está detrás de la creación de los Centros de Escucha de los religiosos camilos. José Carlos Bermejo, miembro de esta congregación, profesor universitario y alma máter de estos programas de ayuda [ver entrevista], relata que:

José Carlos Bermejo, en uno de los cursos que imparten los camilos.

José Carlos Bermejo, en uno de los cursos que imparten los camilos.

Afortunadamente, ya contamos con una veintena de Centros de Escucha nacidos bajo el liderazgo del Centro San Camilo y promovidos especialmente por alumnos de este Centro. Compartimos las experiencias y los aprendizajes en las Jornadas de Duelo de noviembre e intercambiamos materiales fruto de nuestra investigación y de las publicaciones que vamos realizando en estos 17 años de experiencia.

Más de 600 personas al año, la mayor parte en duelo complicado, pasan por los centros San Camilo, que ofrecen sus servicios de forma gratuita. De ello se encargan voluntarios preparados y supervisados. Dada la acogida y la fuerte demanda se ha creado una Unidad Móvil de Intervención especializada en duelo. Las personas debidamente formadas se trasladan en vehículo allí donde solicitan la ayuda.

Todos los especialistas consultados comparten la idea de ruptura total en la vida ante la pérdida de un hijo. Explica Bermejo:

La unidad móvil del Centro de Escucha San Camilo acaba de ser galardonada con el Premio Senda.

La unidad móvil del Centro de Escucha San Camilo acaba de ser galardonada con el Premio Senda.

Probablemente sea el golpe más duro que una persona pueda recibir en su vida. Es más duro aún si se pierde violentamente, y mucho más si es por suicidio. En todo caso, la persona entera queda afectada, a nivel cognitivo, emotivo, espiritual, conductual.

Bien lo sabe José María Sánchez-Marín Pizarro, quien perdió a su hijo tras una ardua enfermedad cuando tenía 22 años. “Es un hito extraordinario en la vida personal; es como si te amputaran una parte de tu cuerpo”, explica este profesor de universidad ahora jubilado. Se muestra convencido de que es algo que no se puede entender excepto por quienes han pasado por la misma situación. Relata:

Nunca vuelves a desenvolverte como lo hacías antes; unas veces pasas épocas mejores, otras peores, pero ya nada vuelve a ser lo mismo.

Habla desde su experiencia, pero también desde la de muchas familias que, cómo él, pertenecen a Por ellos, una asociación extremeña que reúne a padres que han visto morir a sus hijos. Su objetivo no es otro que intentar ayudarse entre sí para lograr algún día vivir el recuerdo de un modo constructivo y creativo.

Maribeli Cortés, fundadora de Por ellos.

Maribeli Cortés Romero, fundadora de Por ellos.

Por ellos nació hace cinco años de la mano de Maribeli Cortés, una vecina de Esparragalejo cuyo hijo falleció también en accidente de tráfico. Hoy sus miembros han sobrepasado la centena y cuentan con varias sedes repartidas por esa comunidad autónoma. Una de ellas se encuentra en un local cedido por la parroquia de Guadalupe, en Badajoz, donde ejerce como sacerdote José Moreno Losada.

También les presta ayuda espiritual cuando se lo solicitan, aunque la asociación se declara aconfesional. Este presbítero se siente un privilegiado por haber tenido la oportunidad de “entrar en el proceso de duelo” de unas personas fuertemente “unidas en el dolor”. Aunque “en el plan de Dios, la vida y la alegría es la oferta continua”, señala Moreno, la propuesta cristiana de salvación no es ajena a la cara más sombría de la vida. “No hay huida de la debilidad o la muerte”; más bien al contrario, “enfrentándose a ellas, con las armas de lo auténtico y lo permanente, en la verdad del amor liberador y transformador, que se ha hecho pleno en el crucificado resucitado”, es cuando es posible su realización.

Hay miembros de Por ellos que mantienen su presencia desde el principio; otros la frecuentan menos cuando se sienten fuertes, aunque nadie llega a romper del todo el vínculo. Procuran compartir algunas horas una vez cada tres semanas, para pulsar el estado de los familiares, detectar los inevitables baches y buscar la manera de llevar a la práctica la autoayuda prometida.

José Moreno Losada, en un acto de Por ellos.

José Moreno Losada, en un acto de Por ellos.

Al antiguo profesor de ingeniería, la experiencia le dicta que la ayuda entre iguales resulta muy efectiva. De hecho, se muestra muy crítico con el tratamiento que incluye fármacos, que “amortiguan el dolor y embotan los sentidos”. “Hay muchas maneras de tratar el duelo, una vez que ha pasado la primera fase de shock; a nosotros nos parece especialmente interesante la manera de abordarla del argentino Carlos Juan Bianchi, psicoterapeuta que también perdió un hijo”, completa.

Sánchez-Marín admite que “la vida nos da ya pocas ilusiones. Habíamos depositado nuestro futuro en nuestro único hijo”, lo que no quiere decir que no haya posibilidad de saborear la verdadera alegría. Admite:

Una vez que decides tirar para adelante, hay que hacerlo con todas las consecuencias. Cuando hay oportunidad, vivo gozando de cada amanecer, de cada crepúsculo, del amor que das y del que recibes, intentando sacarle el provecho que la vida nos da. Eso no quita para que, a veces, solo desee vivir el reencuentro con mi hijo y, en otras ocasiones, dudé incluso de que después de tanto esperar eso vaya ocurrir.

 

Empatía

Este sentimiento de no poder ser enteramente comprendido más que por los iguales es tan común como humano. Bermejo, autor del libro Estoy en duelo (PPC, 2005), matiza que “hay personas con altas dosis de empatía, capaces de comprender la experiencia ajena sin haber pasado exactamente por la misma situación”.

Pero, para ello, conviene entrenar la capacidad de escucha. “Una genuina escucha empática, hecha desde la autenticidad y desde la aceptación incondicional de la experiencia ajena, favorece la comprensión del sufrimiento, por más personal que sea”, apunta el religioso, para quien:

Los grupos de mutua ayuda (no de autoayuda) son un recurso fantástico para afrontar solidariamente el proceso de elaboración del duelo. Lo positivo es que se refuerza la experiencia de no ser el único a quien le sucede, ver cómo otros encuentran también recursos para afrontar el sufrimiento, normalizar las experiencias que parece que son raras…

Eso sí, aconseja tener en cuenta los límites, como “El riesgo de convertir el grupo en un espacio de victimización o la pertenencia al mismo como una característica demasiado fuerte que anule otras pertenencias y otros aspectos importantes de la propia vida”.

Si hay algo capaz de regenerar el “corazón comprimido” de los dolientes es la capacidad para amar. Ese es el parecer de este profesor jubilado que perdió hace siete años a su hijo.

Algunos depositan el amor por un hijo perdido en otro hijo que les ha sobrevivido, en los nietos, puede que en el trabajo o en la religión, y así la existencia se hace más llevadera. En el caso de mi mujer y el mío, lo volcamos en las personas de Por ellos.

Después de todo, como afirma José María Sánchez-Marín, “nosotros no queremos olvidarnos de nuestros hijos, sino recordarles y hacerles presentes en nuestras vidas“.

 

La importancia de la atención espiritual

“Un acontecimiento tan desgarrador e inesperado como es siempre perder a un hijo, inevitablemente golpea la vivencia personal que cada cual tiene de Dios”, resume Marta López Alonso, enfermera y teóloga. Dando un paso más allá, el religioso camilo José Carlos Bermejo detalla las encrucijadas vitales de muchos cristianos ante este tipo de tragedias: “Hay personas que encuentran un poco de alivio en la fe, al poder contar con el referente último, Dios, al que dirigir la rabia, las preguntas; o en quien depositar la confianza o la esperanza en el reencuentro; o a quien pedir por el fallecido para que se encuentre bien en el cielo. Otras personas reaccionan no pudiendo sostener la relación con Dios o mantenerse en las creencias, por no entender el porqué de la pérdida. Algunos se acercan más a Dios; otros se distancian. En general, la fe es también un recurso porque interpela a la comunidad creyente y aumenta los apoyos psico-socio-espirituales de la misma comunidad”.

Marisa Magaña, en el Centro de Escucha.

Marisa Magaña, en el Centro de Escucha.

La experiencia de fe no resuelve todos los interrogantes, aunque, sin duda, puede iluminar estas situaciones que ponen al hombre y a la mujer al límite de sus capacidades.

Marisa Magaña, la directora del Centro de Escucha San Camilo, defiende que “la dimensión espiritual y religiosa es parte fundamental dentro del proceso de duelo. Tan erróneo es pasarlo por alto como centrar en ello toda la atención”. Marta López Alonso advierte que “los cristianos tenemos el peligro de conceptualizar la Resurrección y racionalizarla, pero es un Misterio dentro del Misterio de Dios. Jesús nos abre la posibilidad de que haya vida y futuro sobre las heridas reales de su cuerpo”.

Las ideas preconcebidas y las desviaciones religiosas a veces pueden añadir más dolor que consuelo. Para Bermejo, las comunidades creyentes han de enfrentar el reto de “superar las imágenes de Dios que no estén en sintonía con el Evangelio y que no hacen bien a la salud en todas sus dimensiones”. Una tarea que ha de partir, según sus palabras, de que hay experiencias que “no se explican, sino que toca atravesarlas sin entenderlas, vivirlas sin explicarlas”.

Aunque nunca se está suficientemente preparado para enfrentarse a la desgracia, la teóloga López Alonso es de las que creen que “miramos poco a Jesús. Él, despojado de todo y abandonado por los suyos, pasó por la oscuridad y se adentró en el sentimiento humano del abandono de Dios, pero su íntima relación con el que sabía que era su Abba, le permitió esperar que se abriese la luz”. El acompañamiento espiritual, en estos casos, añade, “necesita los conocimientos y la humildad suficientes para saber detectar un problema en la persona que acompañamos y saber derivarla a los profesionales o sugerirles ser ayudados por otros”. “Acompañar –afirma– es dedicar tiempo, es no sacramentalizar la relación, requiere una experiencia de fe madura y no fundamentalista que permita al que sufre expresarse sobre Dios sin miedo a no ser entendido o enjuiciado”. Afortunadamente, como afirma Bermejo, “estamos viviendo un proceso de humanización también en la Iglesia”. Al comenzar el acompañamiento del duelo, frecuentemente en el contexto eclesial, se decía que “con el tiempo, eso se cura”, y no era extraño ver que “nos echaban con cajas destempladas”, evoca. “Hoy –matiza– somos mucho más sensibles a esta modalidad de sufrimiento y más conscientes de la responsabilidad ética de intervenir especializadamente sobre los duelos complicados, también en clave de salud mental y de prevención”.

 

Ceremonias insensibles

“Los ritos ayudan porque posibilitan la toma de conciencia de la realidad de la muerte, facilitan el que los seres queridos de la persona fallecida puedan despedirse, lloren sin represión y sean reconocidos en su sufrimiento”, opina Marisa Magaña, del Centro de Escucha San Camilo. Por eso, lamenta tener que escuchar “quejas de familiares por los desafortunados comentarios de algunos religiosos cuando ofician los funerales, personas que transmiten la imagen de un Dios justiciero y vengativo que infunde temor y rechazo”.

Eso sí, cada vez más, apunta, “hay religiosos muy preparados en acompañamiento en duelo que hacen un gran bien y ponen un broche de oro a la vida de un ser humano en ceremonias de despedida muy cercanas y emotivas”.

Su compañero en el Centro de Escucha, José Carlos Bermejo, coincide en señalar que “no faltan presidentes de ceremonias rituales que no han recibido la mínima preparación para realizar este ministerio: nada de nada. Otros se buscan la vida o empiezan acciones de capacitación para que los ritos y los procesos de acompañamiento cumplan la función sanadora que están llamados a cumplir si están humanizados”. Este religioso camilo tiene muy claro que “los ritos deshumanizados son denigrantes. Los que están impregnados de humanidad son un bálsamo muy potente para el proceso del duelo”.

La rigidez de los mensajes, por más que afecten al núcleo de creencias del cristianismo, a veces no ayudan. “Debemos aprender a relacionarnos con los que hemos perdido de un nuevo modo, el lazo de amor pervive hasta la eternidad y no es un mero recuerdo; es el reto de desarrollar nuevas sensibilidades humanas para sentir cerca a los que hemos perdido”, señala la teóloga Marta López Alonso.

En el nº 2.902 de Vida Nueva

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