Evangelio marista con los niños de Alepo

Maristas Azules iniciativa de los maristas en Alepo Siria

Testimonio en primera persona de los religiosos en la ciudad siria

Maristas Azules iniciativa de los maristas en Alepo Siria

GEORGES SABÉ, hermano marista en ALEPO (SIRIA) | Son las 23 h. del jueves 26 de julio de 2012. Aquí en Alepo, durante el día, hemos tenido más de 40 grados. A lo lejos, oigo los disparos. [Evangelio marista con los niños de Alepo – Extracto]

Estoy en mi habitación, en la comunidad. Los hermanos Georges Hakim y Bahjat Azrie también están en casa. De hecho, hemos vuelto juntos hacia las 21 h., tras una jornada inolvidable para los ‘Maristas Azules’. Si miráis nuestras fotos, veréis jóvenes y menos jóvenes con camisetas azules. ¿Recordáis cómo llamaba la gente a los primeros hermanitos de María? Por eso, hemos querido usar el lema Marista azul para esta campaña de solidaridad.

Alepo, nuestra ciudad y segunda del país, capital económica, gran centro de comercio y artesanado, se está muriendo. Está asfixiada desde hace más de una semana. La guerra se está extendiendo por los barrios. La gente huye, se refugia, vaga, se instala en la calle, en los jardines públicos, en escuelas, por todas partes. Los habitantes reciben a sus parientes, las casas están abiertas… Falta pan, electricidad, gasolina, leche, medicinas; lo único que no falta es el fantasma de la guerra. Merodea, está por todas partes. Se siente un olor nauseabundo por las calles.

La ciudad está rodeada por todos lados. Uno corre el riesgo de ser capturado y asesinado. La gente tiene miedo. Un miedo que deprime, paraliza, mata. Así que nos hemos planteado: ¿qué hacemos? ¿Escapar como tantas familias? ¿Quedarnos paralizados en nuestro lugar? ¿Actuar?…

En un primer momento, optamos por seguir con todas nuestras actividades. Hemos lanzado proyectos de colonias de vacaciones, de actividades educativas, pero poco a poco nos hemos dado cuenta de que el peligro era enorme, y el martes pasado decidimos: “Detengamos nuestras actividades”.

Hacia los desplazados

Pero eso no quiere decir detener nuestra misión, es más bien buscar juntos, laicos y hermanos, qué respuesta dar a las urgencias. La llamada del último Capítulo General nos empujaba a salir hacia las personas desplazadas.Maristas Azules iniciativa de los religiosos maristas en Alepo Siria

En el barrio de Jabal el Saydeh, donde trabajamos desde hace más de 25 años junto a los más pobres, hemos encontrado gente aún más pobre: ¡los desplazados! Hemos corrido hacia ellos, niños, mujeres y hombres. Los jóvenes han respondido generosamente. Y allí hemos pasado nuestra primera jornada.

Nos acogieron los niños, que salieron de los agujeros donde se habían escondido. Eran una multitud. Una pelota los entretuvo. Jugaron, bailaron, cantaron… Cada uno es una historia, una historia sagrada que se nos revelaba: una pequeña que comparte su dolor de ser huérfana, un niño que ofrece desde el primer instante un lápiz a un animador… Habaytak”, exclama, “te he amado”.

Una niña se transformará lentamente gracias a una mano que no la ha abandonado, y se atreve a quitarse las manos que tapaban sus oídos. Juega a la cuerda, sonríe… El cheikh (imam) viene para agradecernos. Alguien pregunta: “¿Sois cristianos?”.

Un anciano se me acerca para abrazarme y decirme: “Choukran”. No lo conozco, no sé su nombre, no sé por qué me agradece, pero, con este gesto, en ese momento, se firma un pacto de amor y confianza. Las señoras escuchan a las mujeres. ¡Qué dignidad! No se quejan. Se agradece a “Allah”. Pero ¡qué Evangelio viviente estamos viviendo!

Se nos plantea a menudo una pregunta: “¿Pensáis partir? ¿Volveréis?”. Y se establece la confianza. Los niños nos acompañan al mediodía, cuando nos vamos. Cantan a nuestro alrededor, como diciéndonos: “¡Quedaos, os queremos mucho!”. Y a las 17 h., cuando volvemos, ya están allí. Comienzan otra vez la fiesta, el baile, los juegos, la sonrisa, la felicidad.

Pero las necesidades más básicas nos acosan. En este Ramadán, mes del ayuno para nuestros hermanos musulmanes, son enormes: pediatra, médico, medicinas, leche, pañales, compresas higiénicas, jabón, detergente, colchones, vestidos, alimentos…

Están repartidos en dos escuelas, 900 personas amontonadas. Y el flujo de gente sigue creciendo. Numerosas familias (2.000 personas) están instaladas en un parque público. Sufren el calor, pero no quieren ser alojados. Quizá sueñan con despertarse una mañana para volver a su casa… y, sin embargo, este sueño, si es que aún existe un lugar donde estar “en casa”, parece hoy muy lejano.

Esta gente es una gota en un mar de desplazados, de personas sin hogar, abandonadas. Pero para nosotros son nombres: Zeinab, Moustapha, Ali… Son un rostro, una historia, una mirada, un poema… Por ellos arriesgamos la vida. Sabemos el gran riesgo que es trabajar cuando las armas no callan. Pero la sola sonrisa de un niño, ¿no es suficiente para derribar todos nuestros temores?

En el nº 2.812 de Vida Nueva.

 

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