La partícula de Dios

CARLOS AMIGO VALLEJO | Cardenal arzobispo emérito de Sevilla

“Lo más importante es abandonar de una vez el intento de pretender que la ciencia sea como una fuerza para echar un pulso a Dios y, de antemano, considerarle derrotado…”.

Aunque pueda parecer que se trata de una película de catástrofes, los científicos han conseguido que choquen las partículas subatómicas y que, de esa gran colisión, se venga a conocer el origen de la materia.

Últimamente se ha venido hablando mucho del famoso bosón de Higgs, que es algo así como la célula madre, pero en plan físico. Más que partícula, es un espacio vacío, pero con su importancia y efectos en el mundo de lo subatómico.

Como no solo el universo se va expandiendo, sino que cada vez lo hace con mayor rapidez, pues resulta que también hay prisa por descubrir la llamada “partícula de Dios”, que es el bosón del que hemos hablado, y que sería aquel elemento que explicaría de forma definitiva la teoría de la evolución. De aquí, y no por culpa de los científicos, se han disparado las fantasías y, sobre todo, desde algunos sectores agnósticos, el avisar al mismo Dios de que los días de su existencia estaban contados.

Hay que decir, en primer lugar, que la existencia de esa maravillosa partícula no es tan cierta como se pueda creer. Pero, lo más importante es abandonar de una vez el intento de pretender que la ciencia sea como una fuerza para echar un pulso a Dios y, de antemano, considerarle derrotado.

La fe va por otro camino, tiene sus fuentes de conocimiento y conlleva el deber de ser moralmente coherente con la revelación a la que presta su adhesión el creyente. La teología también es una ciencia, aunque distinta a la que se basa en hipótesis verificadas de una manera positiva. No solo no hay incompatibilidad, sino que, con la necesaria autonomía e independencia, se pueden ayudar mutuamente para conseguir sus objetivos.

La investigación científica necesita de su libertad, pero sin pretender que la única fuente de conocimiento de la verdad sea la que ella formula. Hay un conocimiento que va más allá de los datos empíricos y que puede ayudar mucho a la misma ciencia a buscar ante todo el bien del hombre.

El diálogo entre ciencia y fe es imprescindible.La verdadera ciencia ni trata de ocultar a Dios ni de demostrarlo. Sigue, nada más, su camino de investigación, sin excluir lo que pueda conducir al esclarecimiento de lo desconocido. Más que hablar de conflicto entre ciencia y fe, habrá que pensar seriamente en una imprescindible relación, diálogo y complementariedad entre distintas formas de conocimiento.

Decía Benedicto XVI: “Este diálogo debe continuar, con la distinción de las características específicas de la ciencia y de la fe, pues cada una tiene sus propios métodos, ámbitos, objetos de investigación, finalidades y límites, y debe respetar y reconocer a la otra su legítima posibilidad de ejercicio autónomo según sus propios principios; ambas están llamadas a servir al hombre y a la humanidad, favoreciendo el desarrollo y el crecimiento integral de cada uno y de todos” (Al Consejo Pontificio para la Cultura, 8-3-2008).

En el nº 2.788 de Vida Nueva.

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