Tribuna

Santa María la Mayor: la Iglesia querida por la Madre de Dios

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Dejas atrás el tráfico de Roma y el caos de la cercana estación de Termini, pasas por el detector de metales y, en segundos, te adentras en la penumbra silenciosa y solemne de Santa María Mayor. Y lo que llama la atención, en primer lugar, es la hilera de confesionarios multilingües que bordean las dos naves, aptos para todo tipo de penitente: inglés-italiano, italiano-polaco, español-francés, alemán, portugués…



Las indicaciones son claras, no hay riesgo de equivocarse de interlocutor. Los pecadores esperan en fila. El deseo de espiritualidad se mezcla con la contemplación del arte, la relación íntima con Dios y la belleza deslumbrante. Más allá de los inevitables selfies, visitas guiadas y paradas frente a los tesoros de la basílica recomendados en todas las guías turísticas, la gente viene aquí a rezar.

Más fieles que turistas, o más bien, turistas que no se olvidan de ser fieles, son en realidad los miles de visitantes de todos los rincones del planeta que acuden a esta iglesia especial en cualquier época del año. Es el mayor santuario occidental dedicado a la Virgen y al tiempo la basílica papal más antigua construida por inspiración directa de María quien, en el año 358 después de Cristo, se apareció al Papa Liberio y al patricio romano Juan pidiendo que se le dedicara un templo en el lugar que ella indicara. El milagro fue la nevada que se produjo el 5 de agosto aquí mismo, en el monte Esquilino. Desde entonces se recuerda cada año en la misma fecha con una lluvia de pétalos de flores blancas.

Estamos pues en un lugar de culto que merece respeto, no en un museo. Y se acaba de dar cuenta una señora francesa que habla por teléfono frente a la Capilla Borghese y a la que el sacerdote Iván Ricupero ruega que cuelgue y guarde silencio. “Hay mucha gente que se acerca para recogerse en oración, en los últimos tiempos ha aumentado la religiosidad colectiva”, explica el sacerdote que añade que “más allá de visitar las maravillas del arte catequético, entrar en esta iglesia representa un viaje espiritual”. Y es quizás por eso que Santa María la Mayor se destaca de las otras tres basílicas papales, paradas imprescindibles en cualquier recorrido por Roma: San Juan de Letrán, San Pedro y San Pablo Extramuros.

Aquí siempre hay mucha gente y, por eso, para mostrar al visitante la magnificencia de los mosaicos que adornan el suelo, se han retirado los bancos de la nave central. Los sábados y festivos se vuelven a colocar para las misas a las que asisten principalmente los romanos que consideran este templo como su iglesia de referencia. Y, a diferencia de los turistas, ya no les impresionan demasiado las maravillas que conocen bien, como el majestuoso trono de oro colocado detrás del altar mayor en el centro del ábside, donado al Papa Pío XII y entregado a la basílica por Pablo VI.

Donación real española

Durante la semana, los fieles locales se mezclan con grupos de todo el mundo, desde Australia, Corea, pasando por América Latina, pero, sobre todo, españoles. El Rey de España recibe históricamente el título de proto canónico honorífico. Felipe VI, en el trono desde 2014, aún no ha llegado a recibir el título. La iluminación de la basílica fue una donación de su padre, el rey emérito Juan Carlos, y de su esposa, doña Sofía. Lo indica un cartel frente a la sacristía que señala además que el 19 de enero de 2018 asistieron a la inauguración.

Hoy está la multitud habitual que circula desde la Capilla Cesi hasta la Capilla de la Crucifixión, desde el baptisterio dorado con la cubierta de Valadier hasta el belén del siglo XIV de Arnolfo di Cambio. Sin olvidar la Puerta Santa, obra del escultor Luigi Enzo Mattei, lista para abrirse para el Jubileo de 2025: “Ya estamos trabajando para acoger a los peregrinos, habrá miles de todo el mundo y decenas de voluntarios”, explica el padre Iván. A mitad de camino, una chica rubia se separa de su excursión y se apoya en la base de una columna.

Al mismo tiempo una restauradora, arrodillada sobre el precioso suelo, limpia con un cepillo la reja que conduce a la cripta de la Natividad donde se conserva la reliquia más famosa dentro de una caja de oro. Todos los visitantes desean verla y se agolpan como esperando un autobús en hora punta y haciendo cola para bajar. Son cinco trocitos de madera del pesebre del Niño Jesús que, con su panniculum y fragmentos de la Cruz, representa uno de los principales atractivos de la basílica.

Aquí también hay reliquias de San Mateo, de San Matías, de San Andrés, de San Jerónimo, de San Zacarías y de San Lucas. Y está el famosísimo icono bizantino Salus Populi Romani, conocido como la Madonna dei Romani, expuesto desde 1613 en la Capilla Paulina y visitado por los Papas con motivo de cada viaje pastoral y cada 8 de diciembre antes del homenaje a la Inmaculada Concepción en la plaza de España. El Papa Francisco ya ha venido 107 veces, la penúltima el pasado mes de abril con motivo de su viaje a Hungría.

La estatua de Maria Regina Pacis, encargada por Benedicto XV al final de la Primera Guerra Mundial y hoy sorprendentemente actual, vuelve a atraer las miradas de muchos de los visitantes. Representa a la Virgen con la mano extendida, como para detener los horrores de la guerra, mientras el Niño en sus brazos ofrece una rama de olivo a una paloma dispuesta a cogerlo. Hay un grupo de polacos frente a la escultura rezando. “María, líbranos de la guerra”, susurra una mujer.

Lluvia de pétalos

Su nombre es Elzbieta y promete volver a la basílica con motivo del aniversario de la nevada del 5 de agosto, cuando lloverán tres mil pétalos de dalia blanca. Los floricultores holandeses suelen ofrecer estas flores que son deshojadas una por una por las monjas de Maria Semper Vergine, la comunidad a cargo de la basílica junto con los franciscanos de la Inmaculada que se ocupan de la sacristía. “La nieve en verano es un milagro que se renueva, no nos la podemos perder”, explica Elzbieta a sus compañeros de viaje. Junto a ella, en silencio, hay una mujer romana que pide a la Virgen ayuda, quizás un milagro, para su hijo enfermo.

Algunos Papas están enterrados en Santa María la Mayor como Pablo V, Clemente VIII, Pío V y Sixto V, quien dio el nombre a la Capilla Sixtina. Aquí también hay una y está la tumba de Paolina Borghese, la hermana de Napoleón. Los tesoros artísticos se completan con el museo que contiene el belén de Arnolfo di Cambio, con las excavaciones que entre 1960 y 1970 revelaron los restos de una villa romana del siglo II o III después de Cristo, y con la Capilla de San Michele que cuenta con suelos antiguos y techo con frescos de Piero della Francesca. Es la única obra del artista que puede verse en Roma.

La seguridad del templo es una cuestión importante, crucial ahora en todos los lugares con gran afluencia de público. El detector de metales se puso en 2015. Aunque aquí no se ha producido ningún tipo de ataque como el que hace 50 años dañó la Piedad de Miguel Ángel en la basílica de San Pedro. En los últimos años, cuentan, un hombre trastornado intentó golpear a un ángel en el altar mayor y se evitó lo peor gracias a las numerosas pero invisibles cámaras que controlan la iglesia.

Un lugar único en el mundo donde la admiración por los prodigios artísticos hechos por el hombre se mezcla con el sentido de lo sagrado y la devoción a María. También a los ojos de la turista latina a la que sus compañeros de viaje han convencido para entrar en la basílica. Ahora, si por ella fuera, se quedaría horas rezando a la Virgen de los Romanos. “Ella protege esta ciudad y es luz para el mundo entero”, asegura.


*Artículo original publicado en el número de junio de 2023 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva

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