Tribuna

La Iglesia ante el coronavirus: ¿Quizá lo de la felicidad era no tener nada por lo que rezar?

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Quizás, quizás, quizás. “Quizá lo de la felicidad era no tener nada por lo que rezar”. Esta frase colgada al hilo del retuiteo de una de las muchas imágenes, la de un sanitario arrodillado frente a la puerta cerrada de una iglesia, que nos está dejando esta oleada de desolación, tragedia muda y confinamiento me golpeó mientras intentaba distraer un rato la mente y la vida.

En estos días de “amor en tiempos de virus” las redes no dejan de lanzar una llamada continua a estar-unidos, vencer-juntos, sacar-músculo y tirar-de-orgullo para hacer frente a la amenaza sutil que desmiembra, desgaja y separa sin piedad. No es tiempo de oponer o de enfrentar; la unidad necesaria frente a lo adverso reclama hoy más que nunca magnanimidad, esa cualidad con rostro de virtud clásica que retrata tan bien a los  héroes invisibles que han hecho posible el desbloqueo de tantos callejones sin salida.

¿Quién es más útil en el momento de la tragedia?

Quizá es momento de sacar lo mejor de cada quien y olvidar aquello que nos transforma en mezquinos sembradores de  una cizaña que nada aporta. Todos lo sabemos: la dificultad se convierte en el escenario perfecto para el dedo acusador que sabe vestirse de outfits diferentes busque culpables, señale responsabilidades o apunte hacia chivos expiatorios ridiculizando y/o menospreciando con un juego de comparaciones que siempre son odiosas. ¿Quién es más útil en el momento de la tragedia? ¿El que venda las heridas o quien entona un canto para levantar siquiera el ánimo de quien se siente desfallecer? … pregunta trampa, confrontación innecesaria,…por absurda.

Quizá esa envoltura sutil de la confrontación que tan bien sabe jugar al despiste, consiga engañarnos y, subterráneamente, nos haga pensar que felicidad y oración son enemigas antagónicas, mostrando hábilmente, en la trampa del silogismo falso, a la primera como culmen de la plenitud y la autorrealización del mundo libre de dogmatismos trasnochados, viendo en la segunda una caricatura, cúmulo de desgracias y lamentos, del recurso inútil de los acomplejados que tienen que recurrir a un Dios por su incapacidad para lidiar bien con la vida y sus inconvenientes.

Apostemos por unir

Quizás esta forma sutil de oponer esconde también una delación velada hacia quienes, también en estos tiempos recios, apostamos por unir a la solidaridad responsable que nos identifica como ciudadanos de las sociedades que habitamos, la cualidad de la fe cristiana que nos hermana con tantas y tantos creyentes de otros credos con los que compartimos el espacio confesional.



Quizás frente a la terquedad obstinada de las etiquetas que reducen y ridiculizan es tiempo de comenzar a re-conocer: que nuestra cultura de la que tan orgullosos nos sentimos está tejida con las fibras de la confesión de la fe católica, haciéndose una con ella, y absolutamente incomprensible y descontextualizada cuando se obvia o se omite el elemento religioso, o que nuestra identidad contemporánea se refleja, entre otros, en modelos como Teresa de Jesús o el cardenal Tarancón, referentes de empoderamiento femenino y de concordia democrática, pero también de profunda experiencia interior y pertenencia a la Iglesia.

La aportación de la Iglesia

Quizás frente al impulso que relega a la sacristía la aportación de la Iglesia sea el momento de ejercitar memorias alternativas que recorran de nuevo los patios y las aulas de las escolapias de Cabra, los salesianos de Carmona o las esclavas de Almansa como escenarios reales en los que desde hace décadas se conjugan la libertad y el respeto, la cultura y la excelencia, la capacidad de pensar y la experiencia creyente. Sí, porque la realidad nos dice que la lectura precede a la declamación como el garabato a la escritura, y porque para defender las propias ideas es necesario antes ejercitarse en los aprendizajes, tan ocultos como útiles, de las primeras letras. Se hace necesario entonces seguir transitando los pasillos y las salas de espera del Rosario de Príncipe de Vergara o los talleres del María Corredentora para comprobar cómo la experiencia de la fe y la pertenencia a la Iglesia inspiran respuestas tan actuales como  cualificadas para las necesidades del ahora, que sostienen, alientan y acompañan en una continua lección que invita, en medio de tanto desaliento, a ser verdaderamente felices.

Quizá, quizá no sea el tiempo de arrojar piedras, y sí de tejer juntos. Quizá sea el momento de re-conocernos en la diversidad de nuestras convicciones (todas, todas, también las de los creyentes) igual de legítimas y respetables en la plaza pública. Quizá sea el momento de re-cordar, esa maravillosa cualidad del corazón humano, que la felicidad también hay que saber pedirla … y agradecerla.