Tribuna

La frontera de los niños

Compartir

Hace unos años trabajé en la adaptación de ‘La Frontiera’, un hermoso libro de 2015 de Alessandro Leogrande que trata sobre migración. Lo adapté en una edición para adolescentes un poco más jóvenes que los que ya constituían el público natural del libro. Leogrande, escritor y periodista, murió prematuramente dos años después de la publicación de ‘La Frontiera’. Su texto, a medio camino entre el ensayo y el reportaje, marcó un punto de inflexión en la reflexión sobre las migraciones, hito del que ya no se podría volver atrás, al menos, literariamente dado que las opciones políticas parecen sordas a cualquier grito.



En el poco tiempo que tuvo, Leogrande había visitado muchas escuelas secundarias donde ‘La Frontiera’ había sido leída y analizada. Los alumnos lo bombardeaban con preguntas y curiosidades que revelaban la necesidad de conocer mejor qué había sido de aquellos niños y jóvenes: ¿quiénes eran aquellos obligados a marcharse de sus hogares para salvar sus vidas?

Algunos eran a veces sus mismos compañeros de clase. Para aquellos que no parecían muy interesados en las migraciones, la escritura empática de las páginas de este libro cambió su percepción. Al poner en el centro las historias de las personas y sus vidas y al dejar de lado los números considerándolos solo como el sustrato de lo que sucede, Leogrande humanizó la noticia y la convirtió en literatura diaria y viva.

Transformar este texto no fue fácil, ya era perfecto en sí mismo, pero la madre de Alessandro y su editorial consideraron que era una pena excluir a los niños y jóvenes de una conversación que les concierne. Por eso, armada de humildad, comencé a releerlo y reescribirlo.

Hoy ‘La Frontiera’ contada a los niños y jóvenes que sueñan con un mundo sin fronteras es un libro que sigue abriendo camino. La idea inicial se hizo realidad porque los niños de primaria o secundaria tienen hambre de esas historias. Quieren saber cuáles son las reglas del viaje, qué les sucede a quienes lo emprenden y quieren respuestas a preguntas que no siempre saben plantear como ¿cuál es el riesgo real de cruzar el Mediterráneo?, ¿es normal hacer esto a pesar de que saben que pueden morir?, ¿los padres que acompañan a sus hijos o los envían solos no los quieren lo suficiente?, ¿cómo es el amor cuando se trata de salvar a alguien que no puede elegir por sí mismo?

A veces los profesores me llaman para responder preguntas después de que los chicos hayan leído el libro. Acepto, aunque no soy tan buena como Alessandro a la hora de indicar los motivos, de indagar en el sustrato de los sentimientos, en cómo cambian con las necesidades. Lo intento, incluso si no he escuchado las muchas historias que él escuchó, grabó y luego volvió a contar. Confío en lo que leí en su libro y he intentado reproducir en la edición abreviada.

Nacer en el lugar correcto

Miro los rostros de los chavales, de aquellos que leyendo han entendido algo más del mundo, o de sí mismo y se han dado cuenta de la suerte de haber nacido en el lugar correcto. O en el lugar equivocado, es decir, en esa parte del mundo que permite esta desgracia y no encuentra soluciones para impedirla. Me digo a mí misma que debemos acoger las preguntas, que la tarea de los buenos libros es dejar preguntas, pero no es cierto. Porque no siempre las hay. En este caso las preguntas son abismos de culpa y responsabilidad, y no sentirse llamado a responder es una deserción imperdonable.

¿Por qué se hace viajar a los niños para que no mueran y a veces mueren de todos modos?

Alessandro Leogrande tenía las preguntas, pero no las respuestas. Sin embargo, nunca dejó de preguntar, sintiéndose avergonzado por todos nosotros cada vez que preguntaba, pero, al mismo tiempo, escribiendo contra la vergüenza del silencio.


*Artículo original publicado en el número de diciembre de 2023 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva

Lea más: