Tribuna

Ha nacido el Dios-con-ñuqanchik

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Las lenguas recogen muchas veces unas sutilezas que, además de hacer posible que nos expresemos y comuniquemos de forma no solo muy eficiente, sino también rica, nos pueden ayudar a pensar con profundidad sobre nuestro estar en el mundo.



Uno de los “descubrimientos” lingüísticos asombrosos que hice en mis primeros años de universidad fue el que en el quechua –y en otras lenguas también, aunque yo no lo había visto nunca– hay dos pronombres de primera persona plural. Es decir, es como si hubiera dos ‘nosotros’: el primero –ñuqanchik– incluye también al receptor (sería algo como un yo + tú (+ alguno/s más); mientras que el segundo –ñuqayku– no lo incluye (yo + alguno/s más, pero tú no). De ahí que se les conozca como ‘inclusivo’ y ‘exclusivo’, respectivamente. En español tenemos otros recursos para hacer ver a la persona con la que hablamos que la incluimos o no en el ‘nosotros’ que expresamos, pero me parece una maravilla que haya lenguas que tengan esta distinción materializada así en su gramática.

¿Ñuqanchik o ñuqayku?

Y es que puede deberse a una cuestión circunstancial o práctica el que incluyamos o no a alguien en nuestros ‘nosotros’ de cada día, pero es un hecho que hay ciertas personas o grupos que, de manera sistemática, quedan siempre del otro lado, algunos a quienes colocamos siempre a la otra orilla de donde nos posicionamos.

En nuestra autocomprensión, es algo natural que nos sintamos más afines a ciertas personas, ya sea porque tenemos gustos similares, vemos la vida y el mundo desde una perspectiva parecida o simplemente porque hemos crecido en un mismo entorno social, cultural, familiar, etc. Como es de esperarse, frente a quienes nosotros creemos (o queremos) ser, se encuentra el ‘otro’, el extraño, el que es distinto, aquel con quien no nos identificamos en absoluto.

El mes de diciembre suele mover a muchos –y no necesariamente solo en ambientes cristianos– a tener algún gesto especial con quienes viven en situaciones más dificultosas que uno mismo o, directamente, en situaciones de necesidad, a las personas empobrecidas en los diversos ámbitos en que se lo puede estar. Hay un algo en estas fechas que –gracias a Dios– como que nos remueve la ceguera y nos hace caer en la cuenta de que vivimos con más personas que las de nuestro círculo más íntimo, y que hay mucho al alcance de nuestra mano que puede ayudar a que su situación sea mejor. Puede que hacia algunas de ellas nos mueva la compasión, porque encontramos que comparten algo con nuestra propia historia, pero seguro que con muchas de ellas no nos imaginamos ni remotamente que nos una más que el hecho de haberlas visto alguna vez o saber de su existencia.

Las respuestas luego de esta “iluminación” de la realidad son muy diversas y van desde el ayudar con lo que tenemos hasta intentar darnos a nosotros mismos. Claro, en caso de ser esto último, lo esperable es que la motivación “navideña” deje de serlo y pase a ser un estilo de vida que asumimos, aunque esto no pasa siempre. La “magia” de la solidaridad navideña muchas veces se nos queda en algo accesorio, y se va yendo junto con la nieve que pinta de blanco el hemisferio norte en estas fechas.

Se llamará Emmanuel, Dios-con-nosotros

El adviento y los días de Navidad nos traen a la mente las palabras del profeta Isaías que nos hablan de la promesa del Emmanuel, del Dios-con-nosotros. Sin embargo, este ‘nosotros’, ¿es para nosotros un ‘ñuqanchik’ o un ‘ñuqayku’? ¿Creemos que el ‘nosotros’ en el que el mismo Dios ha acampado rompe las barreras de las diferencias aparentes del género humano o más bien nos aferramos a la idea de que hay un ‘pero tú no’ incluso en el plan amoroso de Dios?

Puede sonar muy fuerte decir que nos alineamos con la segunda posibilidad, pero en la práctica ocurre que nos podemos dejar llevar con relativa facilidad por esta concepción de las cosas. Con demasiada facilidad somos capaces de poner en suspenso los derechos, las necesidades e incluso la dignidad de otros por el solo hecho de que son distintos de nosotros en algo. Las ingentes dosis de gratuidad sobre las que hemos ido construyendo quiénes somos las convertimos rápidamente en derechos adquiridos que atribuimos a quién sabe qué méritos que nos achacamos. Nos olvidamos con mucha frecuencia que Aquel en quien ponemos nuestra fe y nuestra esperanza ha querido asumir nuestra fragilidad hasta en lo más frágil que esta tiene. El único frente al cual podemos reconocer a Otro en mayúsculas ha querido hacerse uno de nosotros por amor.

Guerras, injusticias, incomprensiones, discriminación, sufrimiento, víctimas, indiferencia… Parece que nuestro lenguaje fuera otro distinto del del amor. Si Dios quiere hacernos a todos partícipes de su vida divina, ¿por qué nos empecinamos en recortar nosotros su misericordia y apropiárnosla en un ‘nosotros, pero tú no’? El Verbo de Dios se ha encarnado para que nuestros ‘ñuqayku’ puedan ser cada vez más ‘ñuqanchik’. Que Él, que es la Luz del mundo, pueda iluminar nuestros egoísmos y nuestra falta de humanidad y nos ayude a sabernos hermanos de todos –especialmente de quienes solemos dejar fuera de nuestro ‘nosotros’– más y más cada día.