El Papa ante la Inmaculada, en su primera salida tras la gripe: “Mira al atormentado pueblo ucraniano, israelí y palestino”

Francisco conmemora la festividad mariana entregando la Rosa de Oro a la Virgen en la basílica de Santa María la Mayor y rezando a los pies de la imagen de María en la Plaza de España

El Papa, ante la Inmaculada Concepción de Roma

Doble sesión mariana de Francisco en la fiesta de la Inmaculada. Y primera salida del Papa del Vaticano después de la gripe devenida en bronquitis que le ha llevado a limitar sus salidas de su residencia en las dos últimas semanas. En torno a las tres y media de la tarde, el pontífice se dirigía a la basílica de Santa María la Mayor para ponerse a los pies de la Salus Populi Romani, la imagen de la Virgen a la que encomienda, no solo sus viajes apostólicos, sino otras tantas cuestiones personales y eclesiales. De hecho, visitó la mañana siguiente de ser elegido Sucesor de Pedro, el 14 de marzo de 2013, para encomendarle su pontificado.



En esta ocasión, la visita a la basílica de la patrona de la capital italiana fue histórica. ¿El motivo? Francisco depositó ante el icono una Rosa de Oro, símbolo de la bendición papal, un gesto que no se repite desde hace 400 años. La primera Rosa de Oro fue donada en 1551 por el Papa Julio III, que sentía una gran devoción por el icono mariano conservado en la Basílica y donde, en el altar del Pesebre, había celebrado su primera misa. En 1613, el Papa Pablo V donó otra Rosa de Oro con motivo del traslado del venerado icono a la nueva capilla erigida al efecto. La basílica no conserva ningún rastro de las dos Rosas de Oro donadas por los dos pontífices, que probablemente se perdieron con la invasión napoleónica de los Estados Pontificios.

Heredero de Pío XII

Tras rezar la Salve y sin discurso alguno, Francisco saludó a algunos enfermos y puso rumbo a la Plaza de España de Roma, a los pies de la Embajada española ante la Santa Sede, donde se encuentra una imagen de la Inmaculada Concepción elaborada por el escultor Giuseppe Obici y colocada sobre una columna de 12 metros. inaugurada el 8 de diciembre de 1857, fue Pío XII el Papa que inició la tradición de venerar a esta imagen todos los 8 de diciembre para inaugurar un año mariano. Tres años antes había proclamado el dogma de la Inmaculada Concepción.

Una vez en la plaza, y después de la entrega de flores, una plegaria comunitaria y unos minutos de silencio, el Papa entonó una oración en la que pidió a María que mire “mira al atormentado pueblo ucraniano, al pueblo palestino y al pueblo israelí, que volvió a hundirse en la espiral de violencia”. “Tu persona nos recuerda que el mal no tiene ni la primera ni la última palabra, que nuestro destino no es la guerra sino la paz”, compartió.

Desde el duelo

Junto a los conflictos bélicos, el Papa también tuvo presente en su rezo a otras realidades sociales, como las migraciones o la violencia contra la mujer. Así, Francisco se detuvo en el sufrimiento de todas las madres que atraviesan una situación de duelo, como aquellas que “lloran a sus hijos asesinados por la guerra y el terrorismo”, las que “intentan liberarlos de las ataduras de la adicción” y quienes velan “por ellos en una larga y dura enfermedad”.

Tras su oración, el pontífice saludó a algunas de las autoridades presentes como la embajadora de España, Isabel Celaá; el alcalde de Roma, Roberto Gualtieri, y el vicario de Roma, Angelo De Donatis.

Oración del Santo Padre

¡Virgen Inmaculada!

Acudimos a ti con el corazón dividido entre la esperanza y la angustia.

¡Te necesitamos, Madre nuestra!

Pero antes que nada queremos agradecerte,

porque en silencio, como es tu estilo, vigilas esta ciudad,

quien hoy te envuelve en flores para decirte su amor.

En silencio, día y noche, vela por nosotros:

en las familias, con alegrías y preocupaciones -lo sabéis bien-;

en lugares de estudio y trabajo; sobre instituciones y oficinas públicas;

en hospitales y residencias de ancianos; sobre prisiones; sobre los que viven en la calle;

sobre las parroquias y todas las comunidades de la Iglesia de Roma.

Gracias por su presencia discreta y constante,

que nos da consuelo y esperanza.

Te necesitamos madre

porque eres la Inmaculada Concepción.

Tu persona, el hecho mismo de existir,

nos recuerda que el mal no tiene ni la primera ni la última palabra;

que nuestro destino no es la muerte sino la vida,

no es odio sino hermandad, no es conflicto sino armonía,

no es guerra sino paz.

Mirándote nos sentimos confirmados en esta fe

que los acontecimientos a veces ponen a prueba.

Y tú, Madre, vuelve tus ojos de misericordia

a todos los pueblos oprimidos por la injusticia y la pobreza,

probados por la guerra; mira al atormentado pueblo ucraniano,

al pueblo palestino y al pueblo israelí,

que volvió a hundirse en la espiral de violencia.

Hoy, Madre Santa, traemos aquí, bajo tu mirada,

a muchas madres que, como te pasó a ti, están en duelo.

Madres que lloran a sus hijos asesinados por la guerra y el terrorismo.

Las madres que los ven partir en viajes de esperanza desesperada.

Y también las madres que intentan liberarlos de las ataduras de la adicción,

y quienes velan por ellos en una larga y dura enfermedad.

Hoy María te necesitamos como mujer,

para confiarte a todas las mujeres que han sufrido violencia

y aquellos que todavía son víctimas de ello,

en esta ciudad, en Italia y en todas partes del mundo.

Los conoces uno por uno, conoces sus caras.

Seca, por favor, sus lágrimas y las de sus seres queridos.

Y ayúdanos en un camino de educación y purificación,

reconocer y contrarrestar la violencia anidada

en nuestros corazones y mentes

y pidiendo a Dios que nos libre de ello.

Muéstranos de nuevo, oh Madre, el camino de la conversión,

porque no hay paz sin perdón

y no hay perdón sin arrepentimiento.

El mundo cambia si los corazones cambian;

y todos deben decir: empezando por el mío.

Pero sólo Dios puede cambiar el corazón humano.

con su gracia: aquella en la que tú, María,

quedas inmersa desde el primer momento.

La gracia de Jesucristo, nuestro Señor,

que generaste en la carne,

que murió y resucitó por nosotros, y que tú siempre nos señalas.

Él es salvación, para todo hombre y para el mundo.

¡Ven, Señor Jesús!

¡Que venga tu reino de amor, justicia y paz!

Amén.

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