Educación para la paz: una utopía

Colombia en poco tiempo logró pasar de las palomitas de papel blanco, de las marchas multitudinarias con camisetas blancas y de las semanas y oraciones por la paz a la toma de conciencia de la necesidad del polo a tierra de las ejecutorias. La paz pedía hechos y no palabras. Pero, ante todo, un proyecto de nación con programas promotores del desarrollo y de la calidad de vida para todos, especialmente de los más vulnerables.

Entre tanto, la educación estatal y privada en su conjunto se mostró rezagada. Ejemplo paradigmático lo constituye el que por varios lustros estuvo engolosinada en competir por quién lograba los estándares más altos de calidad, ocupaba los primeros puestos en los rankings, se ponía a tono con las tecnologías de frontera o hablaba mejor inglés. Mas la violencia recrudecía en todos los frentes. La educación estaba como narcotizada, las universidades rara vez se pronunciaron… Hubo grandes silencios cómplices. A la educación también le corresponde pedir perdón por sus omisiones.

Hoy los escenarios han cambiado. La realidad anti-paz es como un tsunami global que nos sobrepasa y ahoga. Las múltiples formas del terrorismo de la guerra mundial a cuotas, los escándalos de corrupción del fútbol internacional o, en Colombia, los de las instituciones públicas y privadas, necesariamente hacen saltar la pregunta: ¿y a todos ellos quién los educó? Impresiona recordar las fotografías de los kamikazes de París o de los pistoleros de los Estados Unidos. Todos jóvenes, frisando los veinte o menos años.

Ciertamente la paz es una utopía. No obstante, la educación es soñadora por esencia; uno de sus fines ha sido siempre trabajar por la paz. Tarea dispendiosa hoy cuando la práctica educativa desborda lo que se hace en escuelas, colegios o universidades. Propuestas como las de “ciudad educadora”, “nación más educada” o “educar hoy y mañana para un planeta en paz” nos recuerdan que educar para la paz es un compromiso de toda la sociedad.

Los expertos sostienen que en Colombia se necesita de por lo menos tres generaciones para lograr reconstruir el tejido social, familiar y personal destruido por décadas de todo tipo de violencias. Si aceptamos su lapso, según el cual cada generación comprende veinte años, entonces antes de 60 años no podremos contar con una nación en paz.

Seis décadas para conseguir la paz. Mucho y poco tiempo. Recordemos que una de las causas de la secular violencia colombiana es el carácter agresivo de los connacionales. Los conflictos son resueltos, antes que por el diálogo, por medio de comportamientos violentos. Esto se expresa en la cotidianidad intrafamiliar, laboral, en el estudio, en la calle o en internet. La educación no ha logrado tocar y transformar este rasgo enraizado en el corazón de nuestra cultura.

No habrá educación para la paz exitosa si esta no pasa previamente por la construcción de una cultura de paz que se contraponga a una cultura de la violencia. Acá la educación juega un rol fundamental, ya que le compete formar para el desmantelamiento de la cultura de la guerra, la promoción de los derechos humanos, la interacción que vive en justicia y compasión, el respeto por la diversidad, la reconciliación y la solidaridad, la vida en armonía con el planeta Tierra y el cultivo de la paz interior. No hay tiempo que perder, manos a la obra: a trabajar por la paz.

Hno. Fabio Coronado Padilla, SDS

Profesor de la Facultad de Educación de la Universidad de La Salle

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