Análisis en ‘Vida Nueva’ de la visita de Francisco a los refugiados en la isla griega

La visita papal a Lesbos estuvo marcada por la atención fraterna de Francisco hacia los cientos de miles de refugiados que esperan una solución a su futuro
EDITORIAL VIDA NUEVA | Apenas cinco horas, las suficientes para que Francisco concentrara la atención del mundo en la isla griega de Lesbos, símbolo del drama de los refugiados. Con este viaje exprés buscaba provocar, en el sentido más sano del término. Por un lado, para generar una reacción en esa opinión pública –que somos todos– anestesiada por la globalización de la indiferencia, que olvida a los más de un millón de exiliados llegados a Europa en el último año cuando desaparece el foco mediático. Por otro lado, la provocación papal tiene un trasfondo de denuncia. La rapidez con la que se organizó este periplo respaldaba la condena al vergonzante acuerdo mercantil entre la Unión Europea y Turquía. Ninguno de los firmantes del “contrato” ha pisado el centro de detención de Moria donde malviven hacinadas 3.000 personas.
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Jorge Mario Bergoglio tocó, escuchó y mitigó el dolor de todos los niños, jóvenes, adultos y ancianos a los que saludó. Solo una semana después de publicar Amoris laetitia, estas familias refugiadas fueron su primer destino.
Esta visita a Lesbos no solo supone un serio tirón de orejas a las autoridades, también a los cristianos. Francisco regresó al Vaticano acompañado de tres familias de refugiados para ofrecerles un asilo. Así reitera su encargo a todas las comunidades cristianas europeas a las que pidió hace dos años y medio abrir sus conventos a la acogida de estos exiliados.
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Además, si el obispo de Roma decide priorizar en su agenda esta tragedia cotidiana sobre otras tantas cuestiones, no es sino para interpelar a la vez a los pastores para que privilegien en su acción pastoral tanto la ayuda a estos colectivos como buscar las vías para ejercer toda influencia social posible e instar a las autoridades locales a comprometerse con ellos.
La provocación de Francisco también contagió a sus hermanos ortodoxos. Después de décadas buscando vías de diálogo hacia la comunión, ha sido un problema concreto el que ha permitido dar un salto cualitativo en materia de ecumenismo, al gritar y rezar al unísono frente a la deriva del continente ante este infierno que refleja “la bancarrota humana y solidaria”, como abroncó el arzobispo Ieronymos.
Francisco provoca a unos y a otros sin pretender saltar a la arena política o ejercer “postureo” en aras de la caridad. Como sucesor de Pedro, se siente obligado a defender la dignidad de la persona allá donde es más vulnerada, a salir en defensa de los más débiles en cada momento de la historia, al estilo del Buen Samaritano. Un profeta no deja de ser un provocador que denuncia, anuncia y advierte ante otros. Francisco ha portado hasta Lesbos una profecía que requiere respuesta social y eclesial.
En el nº 2.985 de Vida Nueva. Del 23 al 29 de abril de 2016
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