Editorial

Francisco y Kirill: despegar a un ecumenismo profundo

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Análisis de Vida Nueva ante el encuentro histórico que se vivirá hoy en La Habana

cáliz en una celebración ortodoxa

EDITORIAL VIDA NUEVA | Por primera vez después de un milenio, un Papa católico se reúne con el Patriarca de Moscú. Aunque la primacía de honor de los ortodoxos es el Patriarcado de Constantinopla, la comunidad rusa es la más numerosa del mundo. De ahí que el encuentro en La Habana entre Francisco y Kirill rompa con un muro que parecía infranqueable, con una inversión de décadas que parecía no tener reembolso. La apuesta por el ecumenismo no es una cuestión baladí, aunque desde países como España nunca se haya convertido en una preocupación manifiesta en tanto que hasta hace poco la representación de confesiones cristianas no católicas estaba reducida a la mínima expresión.

La sorpresa que envolvió el anuncio de esta cita –de dos horas de comunicación directa en el aeropuerto cubano– refleja la cautela y el minucioso trabajo diplomático que hay detrás. Como sucede con otras materias, los pasos institucionales van un paso por detrás con respecto a lo que sucede en la calle.

Así, mientras el diálogo entre las autoridades de ambas Iglesias se congelaba intoxicándose incluso de variantes sociopolíticas, a pie de calle los cristianos salvaban estas diferencias unidos en el Dios de Jesús a través de celebraciones conjuntas, de plataformas comunes para ayudar a los desasistidos o de iniciativas a una voz en favor de la paz.

Solo desde esta colaboración cotidiana en lo intelectual, lo cultural y lo pastoral se pueden frenar recelos, sospechas e, incluso, acusaciones de proselitismo que todavía hoy permanecen enquistadas.

Queda un largo –y quizá insalvable–
trecho hacia la plena comunión,
pero ciertamente se hace menos utópica que hace unas semanas.
Por eso, la cumbre ecuménica de Cuba
es algo más que una instantánea

Jorge Mario Bergoglio ha experimentado este encuentro desde lo cotidiano de su pastoreo en Buenos Aires y es el modelo de convivencia que exporta a la Iglesia universal. Está claro que el decisivo paso que se da en La Habana no hubiera sido posible sin el empeño permanente de los anteriores papados, pero no menos cierto es que tanto la impronta carismática y resolutiva de Francisco, como la valentía y predisposición de Kirill, se han tornado en determinantes para dar el empujón que faltaba.

Queda un largo –y quizá insalvable– trecho para hablar de plena comunión, pero ciertamente se hace menos utópica que hace unas semanas. Por eso, la imagen de la cumbre de Cuba es algo más que una instantánea, amén de los resultados inmediatos, como la esperada declaración conjunta para condenar la persecución de los cristianos de Oriente o un abrazo ejemplar con la vista puesta en el próximo consejo panortodoxo de junio.

Esta cita se revela en sí misma como punto de inflexión para despegar hacia un ecumenismo más profundo, el que sabe que estamos unidos por un mismo bautismo, que somos hijos de un mismo Dios.

En el nº 2.976 de Vida Nueva. Del 13 al 19 de febrero de 2016

 

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  • Una señal de esperanza a pie de aeropuerto; por Pedro Langa Aguilar, OSA
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