Editorial

Comunión de bienes en una Iglesia austera

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Publicado en el nº 2.612 de Vida Nueva (Del 10 al 16 de mayo de 2008).

El sostenimiento económico de la Iglesia católica en España depende, única y exclusivamente, de los católicos y de quienes valoran la labor que la Iglesia desarrolla. Buscar otros caminos confesionales es mirar atrás con nostalgia. Eliminar toda colaboración de cara al futuro es abiertamente injusto en una sociedad que no es laica, aunque el Estado sea aconfesional. Desde 1979, todas las leyes tributarias referidas a la Iglesia tienen como marco los Acuerdos Iglesia-Estado. Con motivo del acuerdo entre la Iglesia y el Gobierno de diciembre de 2006, que establece un nuevo sistema de asignación tributaria en favor de la Iglesia católica en España, se ha eliminado la dotación presupuestaria por parte del Estado, incrementándose el coeficiente de la renta del 0,5% al 0,7% de la cuota íntegra de los contribuyentes que decidan, voluntariamente, asignar a la Iglesia Católica dicho porcentaje. Igualmente se suprimió la exención del IVA.

El anterior equipo de gobierno de la CEE logró este acuerdo con el Gobierno socialista y, hoy, una bien preparada campaña por parte de la Iglesia, está haciendo que más cristianos tomen conciencia de su obligación moral y eclesial de ayudar a la Iglesia en sus necesidades, sin dejar de pedir a los poderes públicos el apoyo que merecen todas aquellas iniciativas que, en el ámbito de la propia Iglesia, tienen como destinatario al mismo ciudadano en el que convergen actuaciones en el ámbito de la sanidad, la atención social, la marginación, la cultura, el arte…, campos éstos coincidentes para el Estado y para la Iglesia.

Ha llegado el momento, pues, de que el Estado se convierta en un mero administrador de las cantidades que los ciudadanos, en libertad, deciden entregar para colaborar en el sostenimiento de la Iglesia católica. Atrás han de quedar los argumentos manidos e interesados de que es el Estado el que financia a la Iglesia y a sus estructuras. Esta situación nueva pone a la Iglesia en el camino de un nuevo enfoque, teniendo que, en primer lugar, crear una conciencia de solidaridad desde la comunión de bienes y, por otro lado, asumir una claridad en la gestión de esos fondos que no induzca ni a la más mínima duda. Para muchos cristianos será un momento de purificación y, de cara a la sociedad, servirá igualmente de testimonio de coherencia. Una imagen de Iglesia fraterna, apegada a los pobres y necesitados, y administradora de unos bienes que ponen a esos pobres en primer lugar, será una Iglesia más creíble socialmente y más fuerte evangélicamente. Desde la ingente labor que realiza, y poniendo de manifiesto sus múltiples tareas en bien de los hombres y mujeres de esta sociedad, la Iglesia tiene que presentarse como pobre para con los pobres, y con una gran riqueza que es su acervo cultural y su capital de obras sociales. Desde esta clave de comunión de bienes, testimonio de pobreza y servicio a todos, se entiende mucho mejor la tarea.

Ha llegado la hora de la contribución por medio de la declaración de la Renta, acción ésta que no exime de otras ayudas, pero que se ha convertido en referente indispensable.