Carisma
SEPTIEMBRE 2020

Hermanos del Sagrado Corazón: nos mueve el Corazón

Hemos sido llamados

En el origen de nuestra vocación religiosa de Hermano confluyen dos llamadas:

Dios, misterio de amor, que nos consagra por el bautismo y nos incorpora a su familia divina haciéndonos sus hijos a través de Jesús Hermano. Compartimos esta llamada con todos los cristianos en la Iglesia, particularmente con nuestros compañeros laicos de misión. Pero la búsqueda de una respuesta nos conduce por la senda de la caridad perfecta, en la que progresamos a través de la vivencia de los consejos evangélicos (pobreza, castidad y obediencia) que nos hace signos en la Iglesia, recordando a todos las exigencias del seguimiento de Cristo, de la amistad cristiana y de la fraternidad universal.



El mundo que, atravesado por múltiples heridas provocadas por el mal, Dios quiere salvar. Por eso envía al Hijo, que nos une a su misión: infunde un amor que debemos propagar. Este mundo herido toma para nosotros el rostro de sus criaturas más vulnerables: los niños y jóvenes pobres y sin esperanza.

Esta doble llamada nos configura con Cristo, nuestro Hermano, cuyos sentimientos resuenan con fuerza en el corazón de Andrés Coindre, que nos propone un carisma en el que hemos querido embarcar la vida: salvar a la juventud abandonada e iniciarla en el conocimiento y amor de Dios.

Hemos sido reunidos

El Espíritu Santo ha suscitado en nosotros el deseo de consagrarnos a Dios en el Instituto de Hermanos del Sagrado Corazón. Siguiendo al fundador, el H. Policarpo y demás antepasados nuestros caminaron por las sendas de la mansedumbre y humildad, se santificaron haciendo realidad el “ametur cor Jesu” (nuestra divisa) y haciendo de la caridad el todo de su vida.

Por eso este espíritu caracteriza a nuestro Instituto, la caridad fraterna, que se manifiesta por la acogida y la sencillez. Como verdaderos hermanos compartimos nuestra vida y nuestro apostolado. Cultivamos con tanto esmero el espíritu de familia que cada uno se siente amado por lo que es.

Por su estilo de vida, nuestra comunidad es signo de la presencia de Dios y un elemento fundamental de nuestro apostolado: quiere recordar a todos la vocación comunitaria de todo cristiano. Por eso nos esforzamos en compartir el carisma y generar comunión con nuestros compañeros de misión, en el camino de la misión compartida y la construcción de la familia carismática.

Somos llamados y reunidos en el Corazón de Cristo

Andrés Coindre nos dejó en herencia un camino espiritual, es decir, un acceso particular a la experiencia cristiana que consiste en ser hijos y hermanos: el Corazón de Cristo. Y nos dijo que pusiéramos nuestra mirada en este Corazón, que tanto ha amado a los hombres. Por eso, Cristo ocupa el lugar primordial en nuestra vida de hermanos: está en el centro de nuestras motivaciones y referencias, en el origen de nuestro don total y de nuestra acción apostólica.

Por eso el nuestro es el carisma de la compasión y la confianza, porque estas son las actitudes más propias de su Corazón: un amor de preferencia a los más pequeños, pobres y necesitados; y una escandalosa inclinación hacia los pecadores, en los que nadie confiaba y todos daban por perdidos.

Por eso nuestra espiritualidad es apostólica, porque nos urge el mismo fuego que ardía en el corazón del P. Coindre, el mismo que Jesús había traído a la tierra y que deseaba ver activado en todos los corazones. El fuego de una misión que no puede esperar. Por eso nuestra espiritualidad se alimenta contemplando el Corazón abierto de Jesús en la cruz, porque, como una ventana, nos abre a tantos niños y jóvenes heridos y crucificados por la ignorancia, la pobreza, el materialismo, la indiferencia, la marginación, el vacío interior, el paro y la tristeza. Nuestra entrega, marcada de respeto, gratuidad y misericordia quiere acercar a todos el amor compasivo del Señor y hacerles sentir la solicitud de su Corazón (espiritualidad de la compasión).

Religiosos hermanos en la escuela de la comunidad corazonista

El Hermano del Sagrado Corazón (y el laico corazonista) aprende en la escuela de Jesús las virtudes de su Corazón. De aquí dimana nuestra vida apostólica como un movimiento de caridad hacia los jóvenes.

Nos sentimos interpelados por sus llamadas y nos ofrecemos a caminar con ellos a través de un acompañamiento que les dé la posibilidad de creer en ellos mismos, fundados en la esperanza de que Alguien apostó todo por ellos y nosotros somos sus testigos. A esto le llamamos educación cristiana de la juventud.

Creemos que un medio privilegiado para poder ser signos del amor de Dios en medio de los niños y jóvenes es la escuela. El P. Coindre lo comprobó cuando misionaba por los pueblos del este de Francia: aquellos niños no tenían buenos maestros, aquellos niños adolecían de esperanza: ¿qué se puede esperar de un niño que no tiene una buena educación? De ahí su determinación: Yo os traeré buenos maestros.

Desde entonces nos gastamos promoviendo el desarrollo natural y sobrenatural de todos en escuelas de todo tipo. Sobre todo de aquellos más pobres o que padecen injusticia. Por eso, de entre las diversas llamadas que nos requieren, ponemos nuestra preferencia en los niños desheredados y en las regiones menos favorecidas.

Formar parte de nuestro Instituto es creer en el amor de Dios, vivir de él y difundirlo; esto es, contribuir a la evangelización, misión primordial de la Iglesia, por la educación de los niños y jóvenes. Compartimos esta misión evangelizadora con los padres, con los propios alumnos –con quienes colaboramos en construir su identidad cristiana- y con tantos educadores laicos llamados, como nosotros, a ser testigos del Dios vivo en la escuela.

Entre todos hacemos escuela cristiana: espacio compartido de crecimiento que preserva la memoria viva de Jesucristo, que ejercita el diálogo fe-cultura en vistas de una más rica cultura cristiana, y que educa en la fe y para la fe.

Nuestra educación difícilmente puede llevarse a cabo sin el testimonio de una comunidad. Por eso nuestra fraternidad es fundamental. Nuestro fundador reconoció que la vida religiosa de hermano tiene un valor intrínseco que hace que la labor educativa esté mejor asegurada. Solo quien se sabe hermano en Jesús Hermano puede llevar a cabo la misión iniciada y consumada por Jesús: que todos sean uno, porque uno solo es el Padre.

En la medida en que transmitamos esta fraternidad universal haremos futuro en la escuela, edificaremos comunidad apostólica inter-vocacional y seremos signos es esperanza.

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