Carisma
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Hermanas de Nuestra Señora de la Consolación

Santa María Rosa Molas (Reus, 1815 – Tortosa, 1876), Fundadora de las Hermanas de la Consolación, pasó por el mundo construyendo la civilización del amor. Nace un 24 de marzo, en un momento conflictivo a nivel socio-político. Su frágil salud hacía temer por su vida y será bautizada al día siguiente como Rosa Francisca María de los Dolores.



Crece en una familia cristiana, cultivando el espíritu de oración y de compromiso con los más necesitados. Su madre, María Vallvé, mujer de gran calidad humana y espiritual, le transmitirá la ternura, la abnegación y la entrega generosa al desvalido; de hecho, María perderá su vida en 1834 cuidando por caridad a los enfermos de cólera.

Con apenas 16 años siente la llamada a seguir a Jesucristo. Escucha dentro de sí el grito de desconsuelo de aquellos que se sienten solos, abandonados, sin recursos. Lleva grabado en su corazón el rostro de Cristo sufriente que reconoce en cada uno de los pobres… Sin embargo, la inesperada negativa de su padre, hombre de fe y muy devoto de la Virgen de los Dolores, la lleva a esperar diez largos años en los que se aquilata su amor a Jesucristo.

Mientras tanto frecuenta a diario el hospital. Y es allí donde, viendo a las hermanas de la Corporación de Reus, va cultivando su vocación y el deseo de entregarse totalmente a Dios y al servicio de los más necesitados.

Cumplidos los 26 años entiende que es el momento de dar el paso y el 6 de enero de 1841 sale sigilosamente de la casa paterna dejando una nota a su querido padre, que con el tiempo aceptará la decisión de su hija. Su vida dentro de la Corporación es ejemplar. María Rosa crece interiormente, su corazón se va asemejando a Jesús, se dilata su caridad.

Sor Luisa Estivill, su superiora, capta la madurez de esta joven, transparente hasta el punto que se decía de ella que “llevaba el alma en la palma de la mano”. Confiará en ella como estrecha colaboradora.

En 1849 es enviada a Tortosa, con otras cuatro hermanas, a la Casa de Misericordia, que albergaba a niños y ancianos abandonados, situada en el barrio del Jesús, una zona pobre de la ciudad. Lideradas por María Rosa transformarán la casa de miseria que encuentran en una verdadera Casa de Misericordia, llegando a decirse en el pueblo que estas religiosas “o son santas o son brujas”. Además, inicia una obra de educación con los parvulillos de la casa y con las niñas del Jesús y de otros arrabales, acogiéndolas para instruirlas, dado que no asistían a escuela alguna. Con el tiempo, y por la buena fama que adquieren, a petición del Ayuntamiento de Tortosa se hará cargo de la dirección de un colegio público femenino (1851) y del hospital de la Santa Cruz (1852).

Las primeras 12 hermanas y el momento fundacional

Pasados 8 años de su estancia en Tortosa, María Rosa, junto con las hermanas de las tres casas, se dispone a dar un paso decisivo. Es consciente de que la Corporación a la que pertenecen no es en verdad una congregación religiosa en el seno de la Iglesia; Sor Estivill actúa por cuenta propia sin conexión ni con las Hijas de la Caridad de San Vicente, a las que pertenecían en un inicio, ni con la Iglesia. Esta realidad le hace sufrir mucho y, aunque intenta dialogar con Sor Estivill, no logra que ésta reconduzca la situación de la Corporación.

La doce hermanas inician entonces un proceso de discernimiento. Oran, reflexionan, comparten, disciernen las circunstancias bajo la acción del Espíritu. Finalmente deciden desligarse de la Corporación de Reus para iniciar algo nuevo.

María Rosa y las hermanas escribirán a la autoridad eclesiástica (14 de marzo de 1857) para comunicar su decisión y solicitar la acogida en la diócesis, poniéndose desde entonces bajo su protección y dirección. Del mismo modo escriben al Ayuntamiento (24 de marzo) para informar de la situación.

Gracias a su deseo de ser Hijas de la Iglesia darán lugar a la Congregación de Hermanas de Nuestra Señora de la Consolación. Responden al carisma que el Espíritu ha ido suscitando en el corazón de María Rosa a lo largo de los años y en el seno de aquel grupo de doce mujeres: ser instrumentos de misericordia y consolación, amando y sirviendo a los más necesitados.

Un nombre, una identidad

El modo como María Rosa y las primeras hermanas vivían, se entregaban y servían, dará nombre a la Congregación. Un nombre que surge de su vida y de su fuerte experiencia de la consolación de Dios. Las palabras de D. Ramón Manero (14 de noviembre de 1858) confirman cómo el nombre es fruto de una identidad que se traslucía en su vida y su obra: “En consideración a lo que usted me ha manifestado… y atendiendo a que las obras en que de ordinario se ejercitan las Hermanas de su Instituto se dirigen todas a consolar a sus prójimos… he creído conveniente imponer por nombre… Congregación de Hermanas de la Consolación” (Atanasio Sinués y Ruiz, Madre María Rosa Molas, Escuela Gráfica Salesiana, Barcelona 1967, p. 145).

Qué dice la Iglesia de la Madre…

María Rosa abrió generosamente su corazón y sus manos, haciéndose cauce caudaloso para que la misericordia y la consolación de Dios llegasen a quien más lo necesitaba. Quienes la conocieron la llamaban “madre” y testifican la plenitud con que vivió la vocación a la santidad. Así murió, el 11 de junio de 1876.

El 4 de octubre de 1974, el papa Pablo VI declarará que María Rosa Molas vivió las virtudes cristianas en modo heroico. El mismo Pablo VI la proclamará beata el 8 de mayo de 1977, presentándola como modelo de amor y diciendo de ella que fue maestra en humanidad: “… el don precioso de una completa entrega en la misericordia y en el consuelo a quien lo buscaba o a quien, aun sin saberlo, lo necesitaba. Así María Rosa hacía caridad; así se hacía maestra en humanidad” (Pablo VI, Acta Apostolice Sedis 69 -1977-, pp. 327-331).

Y el 11 de diciembre de 1988, el papa Juan Pablo II la proclamó santa, porque había hecho vida la profecía de Isaías: «Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios»: “Nuestra santa… consolaba sosteniendo la esperanza de los pobres, defendiendo su vida y sus derechos, curando heridas del cuerpo y del alma; consolaba luchando por la justicia, construyendo la paz, promoviendo a la mujer; consolaba con humildad y con mansedumbre, con bondad y misericordia; consolaba con la libertad de los hijos de Dios que nada temen” (homilía canonización).

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