Jesús Manuel Ramos
Coordinador de la Dimensión Familia de la Conferencia Episcopal Mexicana

Un pequeño descuido


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Hace unas cuantas noches, encontré la forma de echarme adhesivo (kola loka) en un ojo, fruto de confundir la botellita con mis gotas oculares, y en la confianza de lo cotidiano, destaparla sin revisarla y proceder como de costumbre. En esos instantes en que pensaba que perdería la vista de ese ojo y que no encontraba salida inmediata al problema, resonó en mi mente un dicho familiar que reza: “no hay mal que dure cien años, ni persona que lo aguante”. Ello me recordó que el cielo despejado aguarda detrás de la tormenta y que después de la noche, vendría el día. Me encomendé a la intercesión de Santa María de Guadalupe y, con cierta tranquilidad empecé a imaginar mi vida con un parche en el rostro. Mi mente, a fin de cuentas, entendía que habría que adaptarse a una nueva normalidad.



Muchas cosas nos inquietan en estos días, la mayoría de ellas derivadas de la presión económica, social y familiar generada por la pandemia que estamos viviendo. Las amenazas directas a nuestra salud y de hecho a nuestra vida, por su constante presencia, van cayendo en lo cotidiano, y poco a poco van ganando terreno las necesidades relacionadas con nuestra economía. En efecto, la necesidad de trabajar para llevar alimentos a la casa y pagar las cuentas, va inclinando la balanza de las decisiones y nos alienta a salir a las calles, aún con el evidente riesgo de exponernos al contagio. Y creo que no podemos juzgar a nadie por ello, se trata de simple supervivencia.

Cuando en México, en la tercera semana de junio estamos en niveles mucho más altos de contagios y muertes, con respecto a la tercera semana de abril, pasando de 40 defunciones diarias a más de 450 defunciones por día, y de 6 mil casos confirmados acumulados al 16 de abril, a prácticamente 6 mil casos nuevos cada día el 16 de junio, lo único que explica abandonar la seguridad de casa, es el instinto de supervivencia. Y aunque el sentido común señale otra cosa, muchos miles de ciudadanos estarán tratando de abrirse paso en la vida cotidiana cobijados por frases como “normalidad”, “estabilización” y “tendencia”. Insisto en que no estoy juzgando a nadie, solo presento algunas motivaciones y observaciones.

Recuerdo haber leído en alguna ocasión que, en el frente de batalla de las legiones romanas, los soldados se alternaban el tiempo de combate, de tal modo que, después de cierto tiempo, cuando el combatiente directo se agotaba, tenía un relevo que tomaba su lugar con renovados bríos. Aquí el agotamiento es emocional y económico. En nuestro caso, debemos definir a cuál grupo pertenecemos y tomar la función que corresponda. Si a ti te corresponde salir a procurar la supervivencia de tu familia, toma todas las precauciones posibles, pues la batalla está en su apogeo. Si alguien de tu casa no tiene alternativa y debe salir a ganarse el pan para los suyos, deberás esforzarte más para cuidarle y cuidar a todos en el hogar. Si no tienes razón imperativa para salir, redobla tu oración por los que sí deben hacerlo y mantén tu posición de refugio. Todos tenemos un papel que desempeñar y nadie debe bajar la guardia.

Si ya hemos entendido que estamos interconectados y que lo que hacemos, afecta también a los demás, entonces también podemos regalar un buen testimonio, procurar la armonía en el hogar, mostrar mucho cuidado en nuestra salud y absoluto respeto por la salud de los demás. 

Por si te inquietaba, ya estoy bien de mi ojo. Esa misma noche mi familia encontró ayuda y después de algunos días difíciles, ahora todo es un curioso recuerdo que; sin embargo, me deja clara la necesidad de mantenerme muy alerta en estos tiempos confusos, pues incluso en lo cotidiano, un pequeño descuido puede cambiarme la vida para siempre. La batalla continúa.

Que el Espíritu Santo ilumine tus pasos y encuentres en Él, la fortaleza para mantenerte firme en la lucha por tu salud, por tu santidad, y por la de tus seres amados.