Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

Un cuento que no es cuento: el tránsito inevitable de crecer


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Imaginemos que somos un bulbo de tulipán que ha estado en tierra todo lo que logremos recordar y nos sumergimos en una historia más o menos similar a las que les voy a contar…

Desde pequeños nos hemos sentidos abrazados por la belleza de la vida, pero en medio de una abismante soledad. Nos hemos sentido acunados por  voces lejanas y dulces de un padre/madre Dios, pero zarandeados por los ruidos del mundanal. Nos hemos topado con la gran dificultad de echar raíces en suelos que estaban muy duros, pero ya nos sentimos más firmes para un temporal. Hemos luchado por obtener la preciada agua para hinchar nuestra carne y hoy nos sentimos listos para palpitar un poco más allá. 

Más de alguna plaga o gusano propio de las entrañas de la tierra nos quiso engullir como alimento para su propia supervivencia, pero fuimos resilientes y fuertes y nuestra fina punta verde grisácea ya asoma en la superficie del jardín, oteando todo lo que hay. Quizás nos sentimos entusiasmados, llenos de vitalidad y con un don único para aportar al jardín nuestra delicadeza, nuestra efímera belleza y nuestra dignidad. Por primera vez, después de mucho frío en el cuerpo, nos sentimos preparados para ser en plenitud y florecer en libertad, pero…

El miedo de creer

¡Qué miedo crecer!, podría pensar el pequeño tulipán al ver que el parque es amplio y que la variedad de plantas y árboles jamás la alcanzará a conocer ni a dominar. ¡Qué miedo crecer!, podría suspirar asustado, al pensar en la bella flor que está gestando en sus pliegues por si  molesta al clavel, al roble o a la ortiga que crece más allá. ¡Qué miedo crecer!, podría pensar acongojado al visualizar su color intenso de azafrán que despertará la envidia del rosal. ¡Qué miedo crecer!, podría llorar desconsolado el pequeño bulbo verde, al sentir que al erguirse tan elegante y espigado, sus amigos de siempre lo puedan rechazar o abandonar.

¡Qué miedo crecer!, rezaría angustiado, cuando teme que a pesar de su belleza y esfuerzo nadie lo vea florecer y se pierda sin propósito en la soledad sin gloria ni posteridad. ¡Qué miedo crecer!, sufriría si todos los que lo conocieron bulbo se espantan con su cambio y ya no lo quieren más. ¡Qué miedo crecer!, dice finalmente, desconociéndose a sí mismo con la rabia que a la vez siente por todo el miedo acumulado por todo lo demás. ¡Acaso no está en su derecho a ser tulipán hecho y derecho, igual que el canelo, el floripondio y todo ser por mandato del Creador!

Valió la pena

Tal vez, esta pandemia nos empujó a crecer. Fue el abono para salir de la oscuridad “chata” del hacer y el producir. Tal vez hace tiempo que necesitábamos “un frío en el cuerpo” para poder despertarnos a nuestro verdadero propósito y ser fieles a él. Sin embargo, una vez que ya descubrimos que vinimos a ser “tulipanes, rosas o álamos” no podemos dejar de crecer. Si cada uno de nosotros se quedara paralizado en el miedo de no molestar a otros al explayarse como ser, al florecer en todo lo que Dios pensó para sí, no habría jardín, no habría belleza, no habría vida, no habría porvenir. Sin embargo, el tránsito a la madurez sin lugar duele; duelen los huesos del alma, los propios y los ajenos que se desacomodan de los lugares predefinidos; se descubren nuevos sentimientos y capacidades, egoísmos y generosidades. Cambiamos y cambia todo. Así es la vida y no podemos meternos en un zapato chino para no molestar, no tener conflictos o no sufrir de más.

Una vez que veamos la flor del tulipán con todos sus colores, su elegancia, su delicadeza, su silueta adornando la eternidad, veremos que sí valió la pena el camino y que aportamos un granito de belleza, bondad y verdad al universo y que eso, al menos Dios, no lo olvidará.

Apretar los dientes nada más contra el dolor propio y ajeno que pueda provocar nuestra evolución espiritual, para así  atravesar todos los miedos con heroísmo y coraje cristiano sin renunciar. “Chingarse” como se dice en Chile cuando una semilla no termina de germinar o un proyecto fracasa a medio camino, no es opción para cada uno de nosotros y la humanidad. Somos importantes y valiosos en nuestra singularidad y si Dios Padre y Madre nos hizo de cierto modo, a ese modo debemos llegar, aunque a más de alguno le moleste, lo enoje, lo cele o lo saque de su lugar.

Crecer en la capacidad de amar y servir a los demás y a nosotros mismo es un mandamiento que no podemos olvidar. Solo así aportaremos a un jardín lindo, lleno de esperanza, paz y verdadera libertad.