Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

¡Qué sensata, hermana!


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A veces se producen coincidencias que resultan de lo más curiosas. Justo en el momento en que los medios de comunicación, las redes sociales y los políticos españoles daban vueltas a los perturbadores y graves gritos de unos jóvenes en las ventanas de un colegio mayor en Madrid, yo estaba siendo testigo de otras voces de estudiantes frente a mi ventana. Una de mis vecinas de enfrente, de esas que se llaman “hermanas” entre ellas, salía a la terraza a hablar con su madre y, gracias a la sonoridad de los edificios y a su tono de voz, nos hizo partícipes a todo el vecindario de su conversación con ella.



La sabiduría de mi vecina

Con mucha sensatez, mi vecina le decía a su madre que no era momento de entrar en conflictos tontos con su abuela, que esta tenía una edad en la que podría faltar en cualquier momento y que, cuando ella muriera, no quería que su madre se reprochara las competiciones absurdas que les estaban provocando roces cotidianos y dificultades de convivencia. Le decía que, a estas alturas, había que dejar que la anciana fuera e hiciera lo que quería, porque valía más disfrutar de ella que ganar ridículas discusiones. La conversación rezumaba sensatez, afecto y deseo de cuidar tanto a su madre como a su abuela y, qué queréis que os diga, a mí me conmovió. Me produjo mucha ternura la firmeza, el cariño y la lucidez con la que le recordaba a su madre qué es lo esencial en esta vida y en qué vale la pena invertir los esfuerzos y el tiempo.

Esta charla me mostró, una vez más, que ser sabio es algo que se va gestando desde joven, como reconoce también el sabio Ben Sirá (Eclo 25,3). Quiero pensar, además, que, por muy fuerte que resulte cualquier grito amenazante en nuestra vida, también hay voces que nos hablan, a veces sin palabras, de todo lo contrario. Dejemos que resuenen con fuerza esas voces de sensatez y cuidado mutuo. Demos eco a esos susurros que nos reconcilian con la humanidad y nos muestran un mundo más amable, donde la ternura tiene su espacio y no es necesario vencer a nadie para salir ganando todos.