Héctor Sampieri Rubach, director del Pontificio Instituto Juan Pablo II para las Ciencias del Matrimonio y la Familia en México
Director del Pontificio Instituto Juan Pablo II para las Ciencias del Matrimonio y la Familia en México

Primeras características del arte y oficio de acompañar


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En nuestro primer encuentro en este espacio, a modo de cierre de la colaboración anterior, traíamos a la reflexión una cita de la exhortación apostólica ‘Evangelii gaudium’ del papa Francisco. 



En esta cita, que será hoja de ruta para las reflexiones siguientes, podemos encontrar algunas características iniciales que nos revelan el “corazón” del oficio y arte del acompañamiento

A modo de un lente de cámara que se enfoca para descubrir detalles importantes a la vista, centremos ahora la mirada en esas cuatro características delineadas por Su Santidad; elementos que se nos revelan como un programa de desarrollo humano y espiritual para quienes tenemos por servicio el acompañamiento. 

”Más que nunca necesitamos de hombres y mujeres que, desde su experiencia de acompañamiento, conozcan los procesos donde campea la prudencia, la capacidad de comprensión, el arte de esperar, la docilidad al Espíritu …”

Vayamos por partes, anotando algunos puntos que nos permitan ahondar un poco en los elementos constitutivos de estas características iniciales. En esta entrega, abordaremos las dos primeras y dejaremos para la próxima publicación, las dos restantes.

La prudencia

No hablamos solamente de una habilidad, sino que nos estamos refiriendo a una virtud clásica del perfeccionamiento en el ser humano. Prudente, dentro del acompañamiento, será aquella persona que sabe interpretar el tiempo adecuado y el mejor momento posible para compartir su propia perspectiva y para acercarse al otro con el ánimo de servirle

No hay proceso de acompañamiento que “entre a la fuerza” y la prudencia, el respeto al tiempo y al momento del otro, será fundamental para cimentar la confianza en el encuentro interpersonal que se realiza

El imprudente que intenta acompañar buscará, en todo momento, dirigir impositivamente a la persona y darle una serie de instrucciones para que haga lo que él considera adecuado sin considerar su opinión, su sentir y su pensar, respecto lo que le ocurre. 

Un imprudente se esmera entonces en hacer un acompañamiento indicativo, en ocasiones tiránico, justificado en muy nobles intenciones, pero que no logra la conexión de la persona con sus valores y aspiraciones, por lo que el “cambio” que logre implementar una persona, en un proceso como este, no será sostenible en el tiempo. En cuanto el “acompañador” impositivo se separe de la persona, los viejos hábitos habrán de volver puesto que se ha cambiado por el otro, no por uno mismo. 

La prudencia en el acompañamiento, cuando se vive alejada de la imposición, será una clave operativa para lograr que la persona mejore por sí misma y pueda “permanecer” en el cambio deseado con un convencimiento mayor de lo que él mismo puede aportar a la mejora de su vida personal y espiritual. 

No es un tema menor y en este espacio, volveremos con frecuencia a este planteamiento.

La comprensión

Podríamos resumir, esta característica de cualquier proceso/o diálogo de acompañamiento, como una habilidad para que la persona con la que interactuamos no se sienta, ni se experimente, juzgada por nosotros quienes le escuchamos y le acompañamos. 

Comprender al otro no significa tener necesariamente que pensar, sentir, percibir o responder a la realidad que nos desafía como la otra persona lo hace. Comprender es tomar como cierta, aunque nos confronte incluso, la perspectiva de la otra persona; para él o para ella, la percepción de su situación actual es una realidad que nosotros debemos asumir como cierta, por lo menos para él o ella. Reconocer la postura del otro, nos permite emplear dicha percepción como “materia prima” para el trabajo del acompañamiento. El que acompaña debe aprender a modificar el  pensamiento “yo veo la vida así”, convirtiéndolo en una pregunta inicial: “y tú, ¿cómo ves la vida?”

Si el otro puede experimentar que nosotros le comprendemos, sin juzgarle, el proceso de acompañamiento podrá ofrecer sus frutos: habrá conexión y empatía; y ello, estoy seguro, tendrá un beneficio directo sobre la respuesta personal que se inicia a configurar en la mente y en el corazón del acompañado.  Ante los retos y desafíos de vida que la persona experimenta como necesidades apremiantes que debe atender de manera inmediata, sabe y reconoce que no está solo y ello le permite avanzar en su desarrollo personal y espiritual. 

Por ahora, concluyamos aquí la reflexión, y sigamos en nuestro próximo encuentro para explorar “La Espera” y “La docilidad al Espíritu”. 

Una nota final

Mientras este texto fue escrito, el mundo vio recrudecer las consecuencias de la pandemia de coronavirus  (Covid-19) que nos acecha y que, en no pocas latitudes, ha causado considerables estragos a la salud, economía, trabajo y vida social de muchos pueblos del mundo. 

Sin duda es posible decir que ahora, este tiempo convulso que vivimos, es un gran momento para acompañar, a quienes tenemos cerca, nuestros familiares y amigos, desarrollando estas habilidades que exploramos en este espacio. Pongamos al servicio de los otros, nuestra capacidad de prudencia y de comprensión para ayudarles y ayudarnos a superar esta situación crítica que nos reta a dar nuestra mejor versión como personas y como cristianos. 

¡Dios nos ayude a ello y nos bendiga a todos!