Redactor de Vida Nueva Digital y de la revista Vida Nueva

¿Por qué necesitamos el Adviento en 2020?


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El tiempo

Este domingo 29 de noviembre ha comenzado el nuevo año litúrgico con el tiempo de Adviento al ser este el cuarto domingo antes del 24 de diciembre. Siempre se define este tiempo como el momento de la esperanza. Decía Benedicto XVI –que en varias ocasiones ha compartido las tradiciones de este tiempo que se vivían en su Alemania natal– en 2009 que existen maneras muy distintas de esperar. Si el tiempo no está lleno de un presente cargado de sentido, la espera puede resultar insoportable; si se espera algo, pero en este momento no hay nada, es decir, si el presente está vacío, cada instante que pasa parece exageradamente largo, y la espera se transforma en un peso demasiado grande, porque el futuro es del todo incierto. En cambio, cuando el tiempo está cargado de sentido, y en cada instante percibimos algo específico y positivo, entonces la alegría de la espera hace más valioso el presente.



Las palabras del papa emérito –que en cierto modo ha reaparecido en este fin de semana– son en este 2020 marcado por la pandemia del coronavirus, más significativas que nunca. Las cifras del último CIS de Tezanos dejaban este domingo cierto interrogante al respecto al afirmar que desde el pasado mes de febrero el número de quienes se definen como católicos practicantes ha pasado del 20,4% al 18,8% y el de los no practicantes ha caído del 46,6% al 41%. ¿Déficit de fe o de esperanza?

El miedo

“¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?” Las preguntas de Jesús resonaron en el silencio de la tarde, oscura y lluviosa, del 27 de marzo de 2020 en una Plaza de San pedro desértica con el papa Francisco arrodillado ante Jesús Sacramentado. Las celebraciones de Navidad de este año se parecerán al Triduo Pascual con el pontífice acompañado por un minúsculo de fieles en la inmensidad de la basílica vaticana. Pascua y Navidad de tocan más que nunca para ser transmisores de un mismo mensaje, la esperanza en la Divina Presencia en medio de las sombras de la situación actual.

“Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso”, apuntaba Francisco entonces en su meditaciónLa tempestad pone al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos”, reclamó apelando a la “nuestras raíces” y la “memoria de nuestros ancianos”, advertía Francisco en un texto que no ha perdido su actualidad.

Ante esta situación , resurge la esperanza como única vacuna. “‘¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?’. Queridos hermanos y hermanas: Desde este lugar, que narra la fe pétrea de Pedro, esta tarde me gustaría confiarlos a todos al Señor, a través de la intercesión de la Virgen, salud de su pueblo, estrella del mar tempestuoso. Desde esta columnata que abraza a Roma y al mundo, descienda sobre vosotros, como un abrazo consolador, la bendición de Dios. Señor, bendice al mundo, da salud a los cuerpos y consuela los corazones. Nos pides que no sintamos temor. Pero nuestra fe es débil y tenemos miedo. Mas tú, Señor, no nos abandones a merced de la tormenta. Repites de nuevo: ‘No tengáis miedo’. Y nosotros, junto con Pedro, ‘descargamos en ti todo nuestro agobio, porque Tú nos cuidas’”. Este es el Dios que viene.

El plan

Si actuamos como un solo pueblo, incluso ante las otras epidemias que nos acechan, podemos lograr un impacto real. ¿Seremos capaces de actuar responsablemente frente al hambre que padecen tantos, sabiendo que hay alimentos para todos? ¿Seguiremos mirando para otro lado con un silencio cómplice ante esas guerras alimentadas por deseos de dominio y de poder? ¿Estaremos dispuestos a cambiar los estilos de vida que sumergen a tantos en la pobreza, promoviendo y animándonos a llevar una vida más austera y humana que posibilite un reparto equitativo de los recursos? ¿Adoptaremos como comunidad internacional las medidas necesarias para frenar la devastación del medio ambiente o seguiremos negando la evidencia?”, se preguntaba el papa Francisco en su ‘Plan para resucitar’ publicado en Vida Nueva.

Las preguntas sirven abiertas y la austeridad y densidad del Adviento con sus propuestas litúrgicas –también puede que muchos vivan la Navidad más austera de su vida– es una oportunidad para dar respuestas existenciales a ellas. “La globalización de la indiferencia seguirá amenazando y tentando nuestro caminar… Ojalá nos encuentre con los anticuerpos necesarios de la justicia, la caridad y la solidaridad. No tengamos miedo a vivir la alternativa de la civilización del amor, que es “una civilización de la esperanza: contra la angustia y el miedo, la tristeza y el desaliento, la pasividad y el cansancio. La civilización del amor se construye cotidianamente, ininterrumpidamente. Supone el esfuerzo comprometido de todos. Supone, por eso, una comprometida comunidad de hermanos”, concluía Francisco. El ‘Plan para resucitar’ es, en esta tiempo de adviento, un plan para recuperar y contagiar la esperanza. ¡Ven, Señor Jesús!