José Beltrán, director de Vida Nueva
Director de Vida Nueva

Operación Triunfo, sor Lucía Caram y el abrazo de la madre Iglesia


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JUEVES. Algo raro pasa al otro lado del Estrecho. O en Roma. Oídos sordos a las propuestas de futuro del pastor que se ha jugado el pellejo por los migrantes. Otras ternas tendrán, que a ti bueno te harán.



SÁBADO. “¡Estefaníaaaaaa!”. Se pueden añadir todas las “aes” que da de sí un grito desesperado. El de un joven al que le han sido infiel bajo la mirada de millones de telespectadores enganchados a la miseria de la vida de otros. Se llama Christofer y su historia se ha convertido en un fenómeno viral más que rentable. Hoy se sienta en un plató. Para explicar que ha vuelto con la titular de las “aes”. Más allá del morbo, confesión aleccionadora el fin de semana litúrgico del adulterio. “En este tiempo he aprendido que no vale con perdonar un poco, porque siempre acabarás recriminándole algo a tu pareja. Solo tiene sentido perdonar del todo”. Misericordia vence a espectáculo.

DOMINGO. Clausura del Congreso de Laicos. Poco antes de la ponencia final, Ana Medina y Toni Vadell esconden al azar debajo de las sillas del auditorio unos sobres con semillas y una de las líneas de acción para el apostolado seglar. Un acertado juego sorpresa para dinamizar su exposición. En primera fila, hay uno. Entre todos los obispos, un elegido. El cardenal de Barcelona. Le enfocan las cámaras. En sus manos, la simiente del futuro y un mensaje programático: “Opción preferencial por los pobres”. ¿Señal? ¿Providencia?

LUNES. Lucía Caram. Nos conocemos. No prejuzgar, aun con reticencias justificadas. A la dominica la invitaron a entrar en la Academia de Operación Triunfo y ahí está. Reunida con ellos. Para algunos, la primera vez que se topan con una monja. Otros reconocen en ella a las religiosas de sus colegios. De las que presumen, por cierto, de haberles ensanchado el corazón. Casi una hora de encuentro en la que nada hay que reprocharle. Más bien agradecerle. Por saltar a las pantallas de los adolescentes sin condenarles. Por hablarles de la consagración. “Cuando le dije a mi padre que entraba en el convento para vivir expropiada para utilidad pública, no sabía lo que decía; hoy lo entiendo”. Por alentarles a defender la causa de los últimos. Por soltarles la parábola de los talentos sin edulcorantes. Por provocarles lágrimas de trascendencia y abrazarles como una madre Iglesia. ¿Qué habría hecho yo ante los chavales de OT y quienes les siguen en directo? No lo sé, pero dudo que lo hiciera mejor.

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