Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

Los contrastes de la memoria


Compartir

Una de las cosas más frágiles que tenemos los seres humanos es la memoria. No me refiero solo a la capacidad que cada uno puede tener de recordar más o menos sucesos y que, en mi caso, se parece bastante a la de Dory en “Buscando a Nemo”, sino a cómo dejamos que se nos enfríe aquello que nos impactó en un momento y lo vamos relegando a un segundo plano en nuestras inquietudes y preocupaciones. Así, hemos ido olvidando la impresión que nos provocó, por ejemplo, la toma del poder por parte de los talibanes y la represión hacia las mujeres afganas por parte de su gobierno. La ironía que tiene la historia es que, mientras los medios de comunicación nos recuerdan que ya hace dos años que en Afganistán las niñas no pueden ir al colegio, también se convierte en noticia el gesto reivindicativo de una cantante sobre el escenario de un festival veraniego o el entusiasmo de todo un país ante los logros deportivos de la selección femenina de fútbol. El contraste no puede ser más grande.



Antídoto contra la indiferencia

El recuerdo nos hace bien, no solo porque nos protege de la indiferencia. También nos recuerda que estamos subidos a hombros de gigantes y que los logros de hoy son el fruto de mucho trabajo de ayer. No me refiero solo al esfuerzo escondido que late detrás de un éxito deportivo, sino también a todas esas pequeñas o grandes luchas que, a lo largo de la historia, han ido rompiendo límites y barreras que merman a una parte de la población. Siglos y siglos de gente anónima que, en conciencia y sabiendo pagar los precios que suponía, han puesto toda la carne en el asador con tal de impulsar y empujar a todos esos grupos humanos, mujeres y otros, cuya dignidad e igualdad ha costado que sea reconocida en la práctica.

Vivimos disfrutando las conquistas de quienes se comprometieron con causas justas, dejándose jirones de piel en la tarea para que generaciones posteriores disfrutaran de lo que ellos no pudieron alcanzar. Tantos que, como Moisés, guiaron y propiciaron que el pueblo entrara en una tierra prometida que vislumbraban sobre el monte Nebo, por más que fueran conscientes de que ellos no entrarían en ella (cf. Dt 34). Conviene refrescar nuestra memoria, agradecer a esa muchedumbre anónima que nos permitieron estar donde estamos, afinar la mirada para intuir esos nuevos “Moisés”, que siguen trabajando en la sombra, y asumir la invitación a serlo también nosotros, implicándonos con aquellos logros que no disfrutaremos nosotros, pero que harán crecer la humanidad. Ojalá podamos festejar el respeto a los derechos de las mujeres de Afganistán como celebramos la victoria y el reconocimiento del fútbol femenino.