Rosa Ruiz
Teóloga y psicóloga

La primera, pero no la última


Compartir

Imagino que la gran mayoría, al leer el título, ha relacionado estas palabras con Kamala Harris, primera vicepresidenta de EEUU, hija de inmigrantes, de madre india y padre jamaicano. Y acertarían. Pero también quisiera hablar de otra mujer: María, la de Nazaret, la Inmaculada. Vamos por partes.



“Soy la primera vicepresidenta de EE UU pero no seré la última“, afirmó en su primer discurso tras conocerse el resultado de las elecciones. Y nos contó de dónde venía esa frase: su madre se lo decía desde joven: “Hija, puede que seas la primera en distintos asuntos, pero lo importante es asegurarte de no ser la última”.

Y, quizá, por estar en Adviento, me traía el eco de una salvación “en caravana”, como decía San Ireneo, y de una mujer que lejos de encumbrarse en sus privilegios (la llena de gracia, la Inmaculada, Asunta al cielo…) los convirtió en puente y vínculo para asegurarse de “ser la primera, pero no la última”, de que cada uno de nosotros –si queremos– compartamos su misma vida. Porque, como afirma la tradición teológica, en ella se cumplió lo que todos estamos llamados a vivir.

Romper barrerras

También cuentan de Kamala que ha sufrido soledad, ataques, difamación… El senador Cory Booker, amigo y compañero desde hace tiempo, decía que su actitud comedida, su mesura o incluso cierta frialdad, no es más que un modo de “en un mundo que no siempre ha acogido a una mujer negra que rompe barreras… Ella tiene esa gracia, casi como si estas cosas no afectaran su espíritu, porque ha tenido que soportarlo durante toda su carrera y no da permiso a esa gente para entrar en su corazón”.

María, la Inmaculada, también supo algo de esto. No deja de sorprenderme Ap 12: esa lucha entre una mujer con dolores de parto, vestida de sol, con una corona de 12 estrellas, atacada por un dragón con 7 cabezas y 10 cuernos, dando bandazos a las estrellas, que se para frente a ella para devorar a su hijo cuando nazca. Yo no soy madre, pero no hace falta serlo para descubrir la desproporción de la escena. Pues bien, todo lo que la Mujer hizo fue no responder con violencia, dar a luz y huir al desierto. No entrar en la batalla fue su modo de batallar al mal.

Kamala Harris

En una ocasión preguntaron a Kamala si no se sentía incómoda rodeada de varones blancos y ella, mujer y negra. Contestó: “Sí, hermana, a veces podemos ser las únicas que se parecen a nosotras caminando en esa habitación, pero lo que todos sabemos es que nunca caminamos solas en esas habitaciones, de algún modo estamos todas juntas en cada habitación”.

Me gusta mirar a María Inmaculada, mujer sola en medio de una historia y una tradición de hombres, sabiéndose quizá la primera pero no la última y, a la vez, deudora de muchas otras: Eva, Sara, Agar, Miriam, Raquel, Tamar, Judith, Ruth, Noemí… Y, sobre todo, sabiendo que la vida que lleva dentro es de Dios y eso la hace digna, querida, respetable. Siempre. Y me gusta dejarme mirar por ella y sentir que me dice, como la madre de Kamala a su hija: “Puede que seas la primera en alguna cosa; lo importante es asegurarte de no ser la última”. Que es tanto como recordarme que también yo, como cualquiera, soy digna, querida, respetable, llena de la vida de Dios para repartirla en medio del mundo. Y los dragones que sigan echando fuego y engañándonos o persiguiéndonos bajo forma de serpiente, “pero la tierra ayudó a la mujer, abrió su boca y tragó el río que el dragón había echado por su boca” (Ap 12,16).