La diferencia entre mercado y economía


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Dedicábamos nuestro artículo anterior a hablar de la virtud de la prudencia y su impacto en el actuar cristiano: todo obrar humano, aunque sea técnico, debe estar orientado al bien, y la economía no es una excepción. Sin embargo, en la actualidad es más habitual vincular la economía a un reparto eficiente, atendiendo solo al criterio de utilidad, identificándola con una búsqueda sin límites del beneficio. Nuestra economía, se dice, es una economía de mercado, y el mercado es el perfecto agente económico, el mecanismo infalible para la maximización del beneficio. ¿Es esto realmente así?



Con independencia de los términos, que suelen cambiar según las modas, nos parece importante diferenciar ambos conceptos, porque no es indiferente qué considera prioritario el gestor de unos bienes, la economía o el mercado. Aristóteles, en su libro sobre la Política, afirmaba que era evidente que “no es lo mismo la economía que la crematística. Pues lo propio de esta es la adquisición, y de aquella, la utilización” (I.1256a).

En la Grecia clásica, el mercado no era el lugar propio de la economía, sino de la crematística, como actividad encaminada a la búsqueda de fuentes de financiación, a la obtención de dinero. La economía, en cambio, era la gestión de la casa (economía viniendo de oikonomía, siendo oikos casa), y estaba destinada a la búsqueda de un equilibrio en los repartos, no meramente a ganar dinero.

La economía va más allá porque la gestión de la casa tiene una finalidad trascendente, la de facilitar la vida feliz de sus habitantes. A esa finalidad trascendente la llamamos bien, y como resaltaba san Ambrosio, todo lo bueno lo es por una de tres razones: o es honesto, o es agradable, o es útil.

  • Lo honesto lo queremos por sí mismo. Por ejemplo, proteger la vida humana: no lo hacemos por obtener un beneficio posterior, sino por el valor intrínseco que tiene lo que estamos haciendo.
  • Lo agradable lo hacemos porque es fuente de placer, como escuchar música o contemplar un paisaje. Lo útil, por último, son aquellas acciones que constituyen un medio para alcanzar algún fin.
  • Lo útil no es querido por sí mismo, sino por ser un instrumento, un modo de conseguir otra cosa. El dinero es el ejemplo más característico de bien útil: si lo queremos, no es para poseerlo, sino porque permite conseguir otras cosas, como llevar una vida honesta o adquirir algo agradable.

Ahora bien, como recordaba santo Tomás (S.T I, 5, 6), el máximo bien es el que se realiza por el bien mismo. Por eso, cuando hacemos el bien porque es más útil, estamos utilizando un criterio pragmático, que no es malo, pero que tampoco es el criterio más importante. El problema no está en la utilidad, sino en el pragmatismo, esto es, la creencia de que todo se reduce a lo pragmático, pensar solamente sobre lo que es más útil en cada momento. El mercado es una herramienta pragmática, que observada de manera neutra solamente responde a criterios útiles. Si además le añadimos el pecado original, nos encontramos con que responde a criterios egoístas.

Ajustar prioridades

Por eso el gestor no debe acudir a las finanzas pensando prioritariamente en lo que el mercado recomienda o deja de apuntar. Como herramienta, la crematística está al servicio de la economía, y la economía no consiste únicamente en repartos basados en la utilidad, sino que también toma en consideración criterios de honestidad o belleza.

Todo lo que es pragmático, debe estar ordenado al bien del hombre en un sentido más amplio, y por eso desde Alveus insistimos en lo imprescindible de ajustar la pirámide de prioridades de toda entidad que se dice católica: el mercado está ordenado a la economía, la economía al bien, y el bien a Dios. Tergiversar esta natural escala no solamente es un grave pecado, es un grave error de juicio económico y antropológico.

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