Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

La casa de Zaqueo


Compartir

Hace un tiempo que, por distintas circunstancias, le estoy dando muchas vueltas a lo que implica la ‘casa’. Y no me refiero a las preocupaciones que asaltan a la mayoría de la gente por lo difícil que es encontrar un lugar donde vivir, por la locura de los precios o por lo complicado que resulta encontrar un alquiler decente. Me refiero, más bien, a la capacidad simbólica que tiene hablar de la ‘casa’, del ‘hogar’, de ese espacio en el que somos nosotros mismos, sin artificio ni disfraz, y en el que no dejamos entrar a tantas personas. Estaba dándole vueltas a esto cuando, por casualidad, he vivido un par de situaciones que han ilustrado aún más esta idea que me rondaba.



Por un lado, no hace mucho que salí con unos amigos a comer algo un poco más tarde de lo que suele ser habitual. En la búsqueda de un lugar en el que nos pudieran servir, nos encontramos con un par de locales que, aunque tenían las puertas abiertas y había gente dentro, nos dijeron que estaban cerrados. Por otro lado, las mismas personas fuimos a visitar un museo en el que, para acceder, no solo había que introducir la entrada, sino que también había que empujar la puerta giratoria. Como yo no me di cuenta de esto último, estuve un rato quieta, con la puerta abierta y con gente esperando detrás de mí, simplemente porque no se me ocurrió que también había que hacer fuerza. Quizá sean dos anécdotas que no parezcan tener mucha relación entre sí, pero a mí me da por pensar que con las personas nos sucede algo muy parecido a estas experiencias.

Ser ‘hogar’

En nuestro mundo cotidiano de relaciones, hay quienes te devuelven la sensación de sociabilidad, de que están abiertas a que cualquiera pueda acceder a ellas y a sus vidas, pero, a pesar de esta apariencia, no resulta fácil hacerlo. Da la impresión de que mantienen cerradas unas puertas invisibles y te mantienen a esa distancia prudencial que impide que nos dejemos implicar y complicar con las vidas ajenas. En cambio, hay personas que pueden parecer impenetrables a primera vista, porque no es sencillo vislumbrar qué acontece dentro de ellas, pero que, si acoges sus ritmos y sus tiempos, si muestras deseo e interés por asomarte a sus existencias, te permiten entrar en ellas de tal modo que te hacen sentir en tu propia casa y se convierten ellas mismas en ‘hogar’.

Me gusta pensar que Zaqueo, ese que acogió con alegría el empeño de Jesús por meterse en su existencia, era de este último tipo de personas. Quizá esa exclamación de alegría que el Señor proclama, “Hoy ha venido la salvación a esta casa” (Lc 19,9), no solo afecta al que permite entrar a los demás hasta la cocina, sino también a quienes acogen como regalo inmerecido la oportunidad de acceder en esa tierra sagrada que siempre es el otro… por más que, a primera vista, hubiera podido parecer inaccesible.