Jesús Manuel Ramos
Coordinador de la Dimensión Familia de la Conferencia Episcopal Mexicana

Isha


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Lo femenino es parte esencial de nuestro mundo. Con esa cualidad de ver y percibir con mayor sensibilidad que el hombre, con su sorprendente forma de pensar, que yo definiría como integral y envolvente; creativas, tiernas y hermosas son de los adjetivos más comunes que podemos asociar a las mujeres, pero son mucho más que eso.



Recientemente, apoyado en el trabajo de estudiosos del lenguaje bíblico, leí con nuevos ojos los primeros pasajes del Génesis, cayendo en la cuenta que en el relato de la creación, Dios no crea primero un hombre y luego una mujer, sino al ser humano (ha’adam), a quien duerme y toma uno de sus lados, para construir un “ish” y una “ishah” (varón y mujer en hebreo), que son complementarios y parte de un todo, ambas partes con igual dignidad, y juntos con la capacidad de continuar la obra creadora de Dios.

Ahora entiendo porqué mi Biblia antigua dice “la llamaré varona, pues del varón ha sido tomada”. Este párrafo pierde parte de su sentido original al ser traducido usando las palabras mujer y hombre, cuando en hebreo se leería algo así como: “la llamaré isha, porque del ish fue tomada”. Resalta el hecho de que las palabras varón y mujer, no se utilizaron antes de este momento, por lo que es evidente la igualdad, complementariedad y unidad del primer hombre y la primera mujer.

La mujer no deja de mostrar liderazgo, espontaneidad, inteligencia y eficacia en los espacios en que se ubica con naturalidad, ya sea en el ámbito familiar como invaluable soporte del hogar, o bien, en el ámbito técnico/profesional, en donde enriquece y aporta constantemente; y no pocas veces, en ambos.

La magia de la mujer combina su suavidad y delicadeza con una poderosa fortaleza de carácter. En nuestros días, es cada vez más común encontrar a mujeres al frente de su familia, educando a sus hijos y trabajando para sostenerlos, sin la presencia y frecuentemente, sin el apoyo al menos económico, del hombre. Gran cantidad de testimonios he podido observar de esas mujeres que encuentran en su corazón la fortaleza para ser proveedoras, educadoras y madres, todo en uno y al mismo tiempo. ¡Cuánto hemos quedado a deber a esas valerosas guerreras, que logran sostener su hogar y ofrecer un futuro a sus hijos, en medio de tantas circunstancias adversas!

Respeto, dignidad y colaboración entre hombres y mujeres

La ley del más fuerte ha sido constantemente aplicada en el devenir de la historia humana. Esto no ha favorecido a las mujeres quienes, por lo general, han tenido que luchar para recuperar la dignidad que de origen les pertenece, abriéndose campo a fuerza de talento y capacidad en espacios que “el hombre-fuerte” había reservado para él. Pero ya no estamos en los tiempos de la dominación a partir de la fuerza bruta. Tenemos que dar pasos firmes y evolucionar hacia una sociedad más racional y armoniosa, que aprecie a todas las personas que integran la comunidad, por la riqueza de su aporte único y especial.

En estos días, estamos observando cómo se levantan voces cada vez más claras y decididas a favor de la mujer, exigiendo el respeto a su vida y a su dignidad. Estamos viviendo tiempos en que la mujer lucha por revalorar su rol social, y en muchos sentidos, los hombres debemos cuidarlas, alentarlas y acompañarlas. La vida, integridad y libertad de las mujeres debe ser preservada desde que, gracias al milagro de la concepción, comienzan a serlo.

Se han presentado muchas corrientes ideológicas y movimientos sociales que buscan hacer efecto en la legislación, y sin demeritar sus posibles beneficios, ni detenerme a analizar esas propuestas por el momento, quiero plantear que el cambio deseado, de fondo, no se puede lograr desde las leyes, sino más bien desde el ambiente familiar. No esperemos que las leyes sustituyan la responsabilidad que las familias tenemos para formar adecuadamente a nuestros hijos y a nuestras hijas en el respeto, la dignidad y la colaboración que debe haber entre hombres y mujeres. Invito a educar a nuestras hijas en la riqueza que el carácter femenino les imprime, que conozcan el enorme mérito de ser madre y lo mucho que aporta a la sociedad y a la familia siendo educadoras de las nuevas generaciones, y al mismo tiempo, que se aprecie su aporte en la vida profesional, deportiva, eclesial y social. Cuando la familia cumple su función formadora, las leyes se convierten en el reflejo de la dinámica familiar y ratifican su misión.

Ciertamente muchos hombres se están deshaciendo de paradigmas y complejos que solo estorban al aporte enriquecedor de las mujeres en nuestra sociedad; sin embargo, nos falta mucho para que toda mujer se sienta siempre segura, respetada y valorada. No dejemos de hacer lo que nos corresponde para lograrlo.