Ramiro Jiménez Cruz, sacerdote de la Arquidiócesis de México
Sacerdote de la Arquidiócesis de México

“Hay hombres que mueren y dejan un cadáver… hay hombres que mueren y dejan un vacío”


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Sin pena ni gloria muchas vidas pasan delante de nosotros sin saber que hubieran existido y esto no es privativo solamente de las personas, sino también de las instituciones; hay proyectos personales, sociales y eclesiales que nunca debieron de haber muerto, pero llegar a las manos equivocadas, nos coloca en la ruta del cementerio, donde incluso ya está la tumba cavada.



Querer perdurar es el dilema que enfrentan las personas, quizás incluso donde todo ser humano desborda su vida, dejar un legado, escribir un testamento, o por lo menos imprimir un recuerdo; pero hay una pregunta crucial detrás de todo esto, ¿es el ego o es la responsabilidad lo que honestamente queremos? en la respuesta está la tumba o el vacío con el que iniciamos esta reflexión.

¿Cómo educar a una comunidad para que los proyectos con futuro realmente se alcancen?

El centralismo, el verticalismo, el clericalismo han creado un filtro donde la sucesión de cualquier instancia, entierra cualquier proceso que pudo haber sido rescatado: que debía ser rescatado. Es ahí donde el ego imperial lo único que espera es dejar una escultura en una rotonda nunca visitada.

Pienso, que muchas veces nuestra pastoral no desea mirar más allá, se contenta sólo con mirar el placer efímero de tener un documento con muchas hojas pero que sabe en el fondo que nunca será posible realizarlo; o que ingenuamente piense que en ese documento pastoral está la clave de la evangelización de su pequeño feudo parroquial.

Querer dejar un monumento, es una permanente tentación que sabotea o minimiza una pastoral sana y perdurable.

Cuando al inicio hablo de vacío, significa para mí análogamente, como cuando veo una cruz sin el crucificado; eso inevitablemente me hace lanzar la mirada a mi alrededor para poder descubrir en el entorno, en la vida, en mi realidad al crucificado. Cuando hablo de vacío, es saber que el proyecto sigue vivo en algún lugar, sigue andando con vida propia: puede subsistir.

No podemos perdurar eternamente, pero tampoco podemos dar por cadáveres todo lo que llega a nuestras manos y que no nos pertenece.

Es muy deseable e incluso esperanzador, soñar con una iglesia que lograra dar paso a caminar en la coordinación, corresponsabilidad y sustentabilidad, donde mirar la realidad parroquial llegara a ser un misión realmente delegada a todos; esta mentalidad requeriría de un presbiterado humilde e inserto, con la conciencia de saber que su nombramiento le exige acompañar solo por un tiempo: estamos de paso.

No hagas nada que no pueda ser continuado, pero sobre todo no destruyas nada que no te costó o donde no colocarás nada y dejarás solamente mucho dolor.

 

Ram Padrenet