¿Han de llevar velo las mujeres?


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El pasado 7 de marzo, los suizos aprobaron en referéndum la prohibición del ‘burka’ o el ‘niqab’ –esos atuendos que velan completa o casi completamente el rostro femenino–, así como otras formas de cubrir la cara en espacios públicos, como restaurantes, tiendas, etc. La razón que aducía el partido político que patrocinaba la iniciativa era la de la seguridad –para evitar atentados terroristas y otras formas de violencia– y la de facilitar la igualdad entre sexos y liberar a las mujeres de controles indeseables (porque solo las mujeres llevan esas prendas).



En el Corán, lo que se lee es: “¡Profeta! Di a tus esposas, a tus hijas y a las mujeres de los creyentes que se cubran con el manto. Es lo mejor para que se las distinga y no sean molestadas” (Corán 33,59). En la edición de Julio Cortés (Herder, 1986) se dice en nota: “Cuando salgan de casa […] Al parecer, algunos hombres ofendían su recato al confundirlas con esclavas. El empleo del manto evitaba esa confusión”. Lo cual concuerda básicamente con otra aleya coránica: “Las mujeres que han alcanzado la edad crítica y no cuentan ya con casarse, no hacen mal si se quitan la ropa [es decir, la ropa de calle, el manto], siempre que no exhiban sus adornos. Pero es mejor para ellas si se abstienen” (Corán 24,60).

Modestia o recato

Como se ve, el asunto apunta sobre todo a la “modestia” o el “recato” que debe adornar a las mujeres, que además las “salvaría” de posibles tratos degradantes.

Escaparate con pañuelos musulmanes

En la Biblia, aparte de algún texto que habla de prendas y adornos femeninos (como en Is 3,18-24) o de la prohibición a los hombres de vestirse de mujer, y viceversa (Dt 22,5), encontramos un par de textos del Nuevo Testamento que inciden en la modestia: “Las mujeres convenientemente vestidas, arregladas con decencia y modestia; no con peinados de trenzas y oro o perlas ni con ropa costosa, sino como conviene a mujeres que profesan la piedad mediante las buenas obras” (1 Tim 2,9-10), y “que vuestro adorno no sea lo exterior, los peinados complicados, las joyas de oro, ni los vestidos lujosos, sino la profunda humanidad del corazón…” (1 Pe 3,3-4).

El tiempo y la cultura marcan, no cabe duda. Hoy las cosas se dirían de otra manera.