Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

Ferméntate: sí, tú


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No tengo ningún reparo en confesar públicamente mi ignorancia. Me gusta aprender y, como hay tantas cosas que desconozco, no dejo de tener oportunidades para ello. En estos días he estado en El Puerto de Santa María impartiendo un seminario y, además de disfrutar de los encantos de Cádiz y de su bahía, he aprendido que las ‘ortiguillas’ no son plantas que producen urticaria, sino una anémona que constituye toda una delicatesen culinaria y que, cuando la comes, es como si saborearas todo el mar. He visto cómo desde la cámara oscura de una torre, la de Tavira, se puede contemplar toda la ciudad con un simple juego de espejos, que hay árboles que echan raíces desde sus ramas, que los cañones pueden dejar de ser un arma de guerra para reforzar las esquinas de los edificios y que el mar puede constituir una parte importante de las casas, al menos en aquellas que están construidas con piedra ‘ostionera’.



La manzanilla

De todo lo que he aprendido en estos días, hay algo que me llamó mucho la atención. Mientras mis guías (un saludo, José María y Antonia) me llevaban por las calles de El Puerto de Santa María, me comentaron un dato curioso sobre la disposición de sus bodegas. El lugar en el que se encuentran, el viento que llega y el grado de humedad del aire son esenciales para que se desarrollen los microorganismos de la levadura que hacen posible el vino y le den un sabor característico. Cuando algo de esas condiciones cambia, afecta al caldo hasta convertirse en otro distinto, que es lo que sucede con la ‘manzanilla’. Tengo la sensación de que a nosotros nos sucede algo parecido. Hay una serie de circunstancias que, al confluir, sin que sepamos muy bien cómo y quizá sin haberlo buscado, son capaces de sacar a la luz distintas versiones de nosotros mismos, sea para bien o para mal.

Quizá algo de eso pretende expresar el relato del Génesis. Dios, muy consciente de cómo nos afecta el entorno y las relaciones, se le describe, después de crear al ser humano primordial, muy afanado plantando un jardín, poniendo árboles frutales, haciendo que surgieran ríos ahí donde iba a dejar a Adán (cf. Gn 2,8-15) o buscando compañía porque no es bueno que esté solo (Gn 2,18). El ambiente que creamos a nuestro alrededor puede propiciar o dificultar nuestra mejor versión y la de quienes nos rodean y, los cambios, aunque no parezcan llamativos, pueden alterar el resultado final. No está mal que tomemos conciencia de ello, de manera especial ahora que comenzamos un nuevo curso y que septiembre nos ofrece una nueva oportunidad para propiciar la mejor fermentación posible, sea de un jerez o sea de un ‘manzanilla’.