Rixio Portillo
Profesor e investigador de la Universidad de Monterrey

El lugar del hombre, lecciones de ‘Laudate Deum’


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Las numerosas citas del acontecer papal pueden hacer pasar desapercibido aspectos que realmente son importantes, mucho más cuando la ‘agenda setting’ de los medios prioriza, con una lógica comercial y financiera, los temas de la conversación pública.



Sin embargo, la reciente exhortación apostólica ‘Laudate Deum’ merece particular atención, y aunque su publicación no ha escapado de las críticas puristas de que un papa asuma el tema ambiental y el calentamiento global, su aporte es realmente valioso.

El mismo Vaticano II reconoció que no hay aspecto humano que no tenga cabida en el corazón de la Iglesia, ningún tema le es ajeno ni extraño, de tal manera que es totalmente válido iluminar la realidad ambiental desde el aporte filosófico y teológico de la Iglesia.

 Humanismo, baluarte occidental

Entre los principales aportes del cristianismo al pensamiento occidental está el concepto de la dignidad humana. Todas las reflexiones sociales pueden hacerse desde la visión de la inalienable dignidad de la persona, la cual debe ser siempre respetada, reconocida y defendida.  Aspectos que derivan del humanismo cristiano, desde la mirada antropológica del don, la reciprocidad, la complementariedad y en este caso, la responsabilidad.

En este ámbito, la ‘Laudate Deum’ da un paso importante, pues aunque el hombre esté al centro de la creación de Dios, este antropocentrismo no lo hace mejor por una simpleza abstracta, sino que le hace principalmente responsable.

El papa Francisco da la clave de esta interpretación: «Ya no se puede dudar del origen humano —“antrópico”— del cambio climático» (LD 11).

El desequilibrio ambiental no es una suerte de fenómeno aislado por parte de la arbitrariedad de la naturaleza, sino consecuencia de las acciones de la persona humana, la cual, tiene el deber moral de asumir las consecuencias de sus actos.

Este asumir, tomar conciencia y hacerse responsable es la característica indeleble de la persona humana, la posibilidad de razonar y tener conciencia, lo cual, la pone en una situación específica y concreta dentro del ecosistema natural.

Lo ecológicamente humano, la responsabilidad

En el documento, el papa Francisco coloca esta dimensión humana de la persona en el lugar justo del ecosistema, uniéndolo con el todo, pero destacando su deber de mantener una relación sana con lo natural:

“La vida humana, la inteligencia y la libertad integran la naturaleza que enriquece a nuestro planeta y son parte de sus fuerzas internas y de su equilibrio” (LD 26).

Al formar parte la persona del ecosistema tiene el deber moral de mantener dicho equilibrio, bajo el principio citado en ‘Laudato si’’, todo está conectado (LS 16).

Esta visión, sin duda alguna, es uno de los mayores aportes del documento. El lugar que ocupa el hombre, desde la antropología del don, en la creación, y en la obra natural realizada por Dios.

Al centro pero no solo

El papa dice: “La cosmovisión judeocristiana defiende el valor peculiar y central del ser humano en medio del concierto maravilloso de todos los seres, pero hoy nos vemos obligados a reconocer que sólo es posible sostener un ‘antropocentrismo situado'” (LD 67), es decir, la persona humana al centro pero situada en su responsabilidad impostergable en el cuidado de la casa común.

Todo esto desde el principio de la interdependencia, pues todo está conectado, y en la impronta que Dios ha dejado en cada criatura de su obra, en la creación:

“Reconocer que la vida humana es incomprensible e insostenible sin las demás criaturas, porque ‘todos los seres del universo estamos unidos por lazos invisibles y conformamos una especie de familia universal, una sublime comunión que nos mueve a un respeto sagrado, cariñoso y humilde'”.


Por Rixio Gerardo Portillo Ríos. Profesor e investigador en la Universidad de Monterrey