Trinidad Ried
Presidenta de la Fundación Vínculo

El humor: Adaptógeno por excelencia


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Se le llama Adaptógeno a un tipo de sustancias herbolarias que permiten adaptarse mejor a las circunstancias, ya que reducen el cortisol –neurotransmisor propio del estrés– para poder seguir pensando con claridad, sintiendo esperanza y aumentando la concentración y la capacidad de estar más feliz en una nueva realidad. Una de ellas es la Ashwaghanda que se está popularizando actualmente para tratar la pandemia mundial de angustia de la humanidad. Sin embargo, desde siempre ha existido una “sustancia” que nos ha ayudado como seres humanos a evolucionar y a distinguirnos del mundo animal: el humor, que no es más que la otra cara divertida del Amor; otro rostro del mismo Dios. Literalmente reírse de lo que estemos viviendo, de nosotros mismos y con los demás, hace que nuestro cerebro secrete endorfinas y dopaminas que nos vuelven a nuestro centro de gravedad, dándonos bienestar, creatividad y capacidad de reaccionar.



La risa abunda en la boca de los sabios

A diferencia del viejo y nefasto refrán que ubicaba la risa en boca de los tontos, es de grandes sabios la capacidad de desdramatizar lo que se vive y ponerle amor y buen humor; abstraerse de las dificultades; adaptarse a las circunstancias; mantener la cordura y la decencia e irradiar alegría, esperanza y sentido de vida. Esto es propio de aquellas personas que tienen y han desarrollado la llamada inteligencia espiritual. Personas brillantes, no solo por la belleza y complejidad de su análisis vital que comparten a los demás, sino seres luminosos que impactan a otros con su modo de interactuar, hasta sin hablar. Son adaptógenos de sí mismos y para los demás, porque están llenos de amor y no pueden evitar compartirse con los demás. Generalmente son pocos y anónimos, pero hacen un bien maravilloso y universal.

Cómo convertirnos en Adaptógenos de amor y buen humor

La inteligencia espiritual, como todas, se puede desarrollar y pasa por el hecho de conocer en profundidad quiénes somos, el porqué de nuestra vida y la justa relevancia de las circunstancias del mundo para nuestra felicidad. Quién ya ha experimentado y encarnado –no exento de sufrimiento– el “engaño” del mundo con sus posesiones y espejismos de felicidad, puede reírse de todo, pues es libre de sus esclavitudes y sabe el porqué de su existir y su naturaleza espiritual. Ciertamente adquirir esta sabiduría es un proceso largo, lleno de pruebas, de avances y retrocesos, y contra todo lo que dice el paradigma actual. Es llegar a vivir lo que san Ignacio de Loyola denomina “Indiferencia”, donde estoy tan cierto que soy hijo/a del Amor y amado, que mi único propósito es manifestarlo y así, con todo lo que traiga la vida soy capaz de ordenarlo en relación a esa verdad. Si amo la vida en toda su anchura y diversidad y estoy dispuesto a servirla, esa certeza me lleva al buen humor y a la libertad total. No sólo podemos vivir alegres en el contexto actual, sino que podemos contagiar a los demás y estos, a su vez, multiplicarán esa frecuencia que nos llegará de vuelta amplificada.

Cristo y el buen humor

Recuerdo haber hecho la búsqueda acuciosa en internet de una imagen de Jesús sonriendo, mostrando sus dientes o riendo a carcajadas para poderlo pintar. Casi muero en el intento, pues sólo pude encontrar apenas una mueca simple con atisbos de alegría en su mirar (por ejemplo, el Cristo de Javier). Cuánto daño nos ha hecho como humanidad y como creyentes ese arquetipo de sufrimiento y contrariedad del Hijo de Dios… da para un artículo en sí mismo que ahora no puedo profundizar. Ciertamente hubo dolor en su vida y no lo podemos negar, pero hubo mucho más fiesta, celebración, vida y amor en su encarnación que la de cualquier texto o cuadro nos pueda reflejar; sino no hubiese perdurado hasta ahora el tremendo vínculo con su persona y su legado. Es el amor y el buen humor lo que nos permiten crecer, evolucionar, desplegarnos y alcanzar la santidad. Imaginar y visualizar a Cristo riéndose en las Bodas de Caná, en las pescas frustradas con sus apóstoles, en las anécdotas frente al fuego, en la intimidad de Betsaida, en sus conversaciones con sus discípulos, en la oración en la montaña, en los “chascarros” en la ciudad, en la última cena incluso y en todo momento en realidad. Cómo habrán sido sus dientes, cómo habrán sido sus carcajadas, cómo habrá llorado de felicidad… son imágenes lindas y potentes de rezar.

El hijo de Dios fue y es el testimonio visible del amor y por ende también del humor que debe acompañar la vida para desplegarse en plenitud y sin temor. Es el primer adaptógeno al que podemos acceder si somos conscientes de su presencia y hacemos de la vida cotidiana una oración, un diálogo donde nos riamos juntos de nuestra aflicción. Qué apasionante puede ser imaginar las neuronas de Jesús liberando endorfinas y dopaminas al atacarse de risa con una situación, con una caída o algo que salió mal. Cómo habrán estado llenos de risas tiernas sus conversaciones con el Padre sobre la humanidad… Refresca nuestra alma sólo pensar en lo mucho que tomó la vida con humor y cómo nos invita a lo mismo hoy. Así que a amar(nos) y a reírnos se ha dicho, porque esta pandemia también pasará y Jesús con su maravillosa sonrisa prevalecerá.