Jesús Manuel Ramos
Coordinador de la Dimensión Familia de la Conferencia Episcopal Mexicana

El agua caliente


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De niño, descubrí que al meter en el congelador mi vaso de chocolate con leche, dejando en su interior una cuchara, al cabo de unas horas podría disfrutar de un refrescante “licuado congelado portátil”. Cuando orgulloso le conté a mi abuelo sobre mi descubrimiento él exclamó: ¡Ah, qué bien, ya descubriste el agua caliente! Y es que “inventar el agua caliente” o “descubrir el hilo negro”, son algunas de las expresiones que en muchas familias mexicanas se utilizan cuando se descubre la novedad de algo que ya es evidente para muchos, o que ya está creado y muy seguramente bastante desarrollado.



Una de las batallas más comunes que observo en el ámbito pastoral, es el de lo tradicional frente a la novedad. Es común enfrascarnos en polémicas discusiones en las que se desea defender las versiones originales de algún modelo de servicio, mientras que por otro lado se quieren promover nuevos esquemas sobre la base de que todo lo anterior ya no sirve y debe ser descartado. A veces, con mucha facilidad consideramos que todo lo anterior ya no responde a los signos de los tiempos, y decidimos inventar “el agua caliente”. Pero también con esa misma facilidad, en ocasiones somos incapaces de reorientar los modos y las formas de nuestros servicios a las nuevas realidades que nos desafían.

No estoy defendiendo ninguna de las dos posturas. Hoy más que nunca, pienso que es necesario encontrar criterios de unidad y de colaboración. En éste sentido, el papa Francisco rescata el concepto de “sinodalidad”, que significa “caminar juntos”.

Partiendo del hecho de que cada uno de nosotros somos únicos e irrepetibles y valorando nuestras diferencias, debemos considerar la importancia de caminar en comunidad y apoyarnos mutuamente. ¿Por qué debemos enfrentar a quienes están buscando los mismos objetivos que nosotros? Quizá no entendemos sus herramientas, pero pueden ser sumamente efectivas.

Es triste observar cómo los miembros de una misma comunidad luchan por sobresalir en el servicio en vez de apoyarse mutuamente; cada uno defendiendo la bandera de su grupo pastoral o movimiento laical. A fin de cuentas, todos somos de Cristo y las etiquetas de un grupo o movimiento en particular no deben estorbar al fin último de su servicio: anunciar a Cristo en todos los confines de la tierra.  Y no estamos “descubriendo el hilo negro”, esta situación es tan antigua como las primeras comunidades. El sentimiento de competencia lo experimentaron los primeros apóstoles y Jesús es muy claro en su respuesta: “En ese momento Juan tomó la palabra y le dijo: «Maestro, hemos visto a uno que hacía uso de tu nombre para echar fuera demonios, y le dijimos que no lo hiciera, pues no te sigue junto a nosotros» Pero Jesús le dijo: «No se lo impidan, pues el que no está contra ustedes está con ustedes». (Lc 9,49-50)

Estrechar los vínculos de unidad con los demás

San Pablo también nos escribe: “Mientras uno dice: «Yo soy de Pablo», y otro: «Yo soy de Apolo», ¿no son ustedes gente común y corriente? ¿Qué es Apolo? ¿Qué es Pablo? Son servidores que recibieron de Dios dones diferentes, y por medio de los cuales ustedes llegaron a la fe. Yo planté, Apolo regó, pero el que hizo crecer fue Dios. De modo que el que planta no es algo, ni tampoco el que riega, sino Dios que hace crecer”. (1 Cor, 4-7)

Podríamos generar grandes beneficios abandonando la forma de pensar auto referenciada que busca lograr cumplir una misión por nuestros propios méritos. En vez de ello, estrechemos vínculos de unidad con todos los demás hermanos, grupos y movimientos que están procurando los mismos objetivos. Si nos alentamos unos a otros, si nos ayudamos a mejorar respetando mutuos esfuerzos y carismas, estaríamos trabajando en un ambiente de comunión y de sinodalidad. Pensemos en alianzas para aprovechar las fortalezas de nuestros hermanos y atender juntos aquellas áreas pastorales que lo requieren. Soñemos y  trabajemos de tal modo que nuestro señor Jesús vea cumplida su plegaria en Juan 17, 21: “Que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado”.

Aprendamos a caminar y servir siempre juntos, pues la comunidad es signo claro de la presencia de Cristo entre nosotros. Me despido con la iluminadora sentencia de San Agustín: “In necesariis unitas, In dubiis libertas,  in omnia charitas”: “En lo necesario unidad, en la duda libertad,  en todo caridad”.